Un trozo

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El mejunje que se había bebido la ayudó a asumirse en los brazos de Morfeo. Tanto era así que se sintió como si estuviera nadando en un mar cálido y sosegado. Flotó sobre esas aguas con el tiempo detenido. No hubo preocupaciones en esa calma que la bañaba. Se podía respirar y sentir el aire en sus pulmones. Dio unas cuantas brazadas. Le gustaba estar ahí. Se levantó una brisa  que la recorrió por el rostro, por sus brazos, que se repitió hasta que desapareció como si no hubiera existido más. Sin ser consciente de la realidad, su  cuerpo giró y se apretó a la suavidad de la almohada, ajena a lo que sucedía a su alrededor, a las personas que estaban pendientes de su estado.

— Señor...

— No diga que he estado aquí, por favor. No le agradará saberlo.

Lord Lobrough se colocó el sombrero y no tardó en irse de los aposentos de su esposa. La doncella aún estaba atónita por la llegada de su señor. Observó que lady Lobrough no se había inmutado, ni enterado. 



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