James no encontró nada placentero la irrupción de su cuñada aunque esta desconocía por completo lo que se estaba cociendo en el interior de la habitación. La podría disculpar, ya que su intención no fue maliciosa. No lo fue, pero eso no le quitaba que tenía la sensación de que Alana se iría después de aquello.
Ajena a las elucubraciones de su marido, intentó en no sumergirse en la marejada que la intentaba atrapar con sus garras afiladas. Veía su pesadilla hecha en realidad. En la misma habitación, Florence y James. El beso se esfumó de su mente, imponiéndose la amarga verdad.
¿Cómo iba a competir con ella, con la ilusión y el desgarro de no haber sido materializado su amor?
Se apartó, mortificada y avergonzada. No había peor sensación que el sentir que era la tercera discordia en ese triángulo. Inmediatamente, de sus labios, dijo:
-Si me disculpáis...
Florence agrandó más los ojos y James trató de que no se fuera, pero esta de desoyó sus reclamos, provocándole frustración en sus venas, sintiendo un cosquilleo molesto en la punta de los dedos. Otra vez se le escapaba.
¿Cuántas lo había hecho, desarmándolo?
Un movimiento captó su atención puesta en la puerta por donde había salido su esposa. No recordaba de que Florence estaba allí; no recordaba los sentimientos de antaño por quien fue su prometida. Había otros en sus pecho que ardían con más fuerza que nunca.
-Perdóname- no se estaba disculpando porque sus sentimientos han ido desapareciendo sin darse cuenta de ello, de cuándo o cómo fue. Fue en ese instante que no estaba más enamorado de ella, esa nostalgia de lo que pudo haber sido, desapareció -. No tengo la cabeza donde la tengo que tener.
- Si lo dices por lo que hemos visto...
Negó y sus pensamientos se perdieron.
No entendía qué estaba haciendo mal para que no volviera a alejarse. ¿Cómo le iba a demostrar de que no estaba enfadado, sino disgustado consigo mismo? Aún tenía el sabor amargo de que otro hombre la hubiera hecho sentir el paraíso con los dedos, de lo que nunca él podría haber hecho. La herida se le resintió, seguramente de haberlo movido inconscientemente, pero más su inquietud era mayor.
Florence aprovechó el silencio de su cuñado para pedirle a la sirvienta que se retirara.
- ¿En qué piensas, James? ¿No haces nada por arreglar tu matrimonio?
James abrió la boca y la cerró.
- Sé que no es mi asunto; es el vuestro. Pero ya que estás en mi casa, me he tomado esa dispensa.
- Es evidentemente que no sé hacer nada bien respecto a ella - masculló entre dientes, desosegado.
Se levantó de la silla donde se había sentado para que lo afeitara. No le había temblado el pulso, aunque el suyo estaba acelerado por su cercanía, por esas curvas que se dejaban entrever bajo las capas de su vestido sencillo. No olvidó cómo se entregó a él, en esa noche que se creyó que era otro. Cerró las manos como puños acerados en sus costados, tirándole con más fuerza la herida.
- Te preocupa.
- ¿Cómo no me voy a preocupar? Es mi esposa, sigue siéndolo aunque...
Florence levantó una ceja ante el cambio de tono de su cuñado.
- Me pidió el divorcio - relajó las manos en un intento inútil -. Nuestro matrimonio fue de rebote y es cierto. Mi comportamiento no ha sido el mejor durante este tiempo. Estaba resentido por lo que nos pasó. Mas bien fue mi culpa que la de ella, estaba ciego de mi propia culpa, echándosela a ella, también - tomó una bocanada de aire -. Lamento sacar el tema nuevamente; aún no me has perdonado por lo que te hice.
- Estando aquí cuenta de que no soy una persona rencorosa.
- O de que amas demasiado a mi hermano que soportas mi presencia - no se lo discutió -. Déjame, Florence. Me gustaría descansar.
Estaba cansado y frustrado.
- Si necesitas algo, avísanos. A pesar de lo que puedas pensar; tu hermano y yo te hemos perdonado - iba irse cuando en el último segundo, se giró y añadió: -. Si verdaderamente no quieres hacerle más daño; deberás tomar la decisión que os haga felices a ambos. No infelices, recuérdalo.
- Lo sé.
Lo que no sabía si tenía tiempo o se le había acabado para poder recuperarla. Era lo que más le atenazaba en el pecho; era un miedo que estaba dentro de él desde que recibió el disparo y entró en la inconsciencia. No era tonto, aunque su hazaña sí lo fue, con ello había estado cerca del umbral de la muerte.
Era mentira.
Tenía miedo desde que se enteró por boca de ella de que le había sido infiel. Por más que intentara acercarse a ella, sino esta no lo deseaba, no podía impedirle entregarle su libertad. Se lo merecía después del daño obrado.
***
Mientras en la planta de arriba, Florence y James conversaban, Alana sentía que la garganta se le cerraba y las garras se volvían más grandes, asfixiándola. En un intento de escapar de ello, se alejó de su marido y creyó que lo mejor sería dar una vuelta, pero tal vuelta no se materializó porque cuando iba bajando las escaleras, se fijó que el mayordomo hablaba con una mujer. No llegó a escuchar lo que le estaría diciendo, pero la espalda de la dama estaba tensa como el de una vara. Su identidad quedó revelada cuando esta iba a disponer a marcharse. No calculó bien que estaba más atónita, si la amante de su marido o ella.
Parecía ser que Balthazar al ver que no regresaba su mayordomo, salió a ver lo que pasaba. La situación se tornó interesante. De mal gusto. Se le revolvió el estómago.
- Amablemente le pediría que se fuera, señorita Bellemore. Como comprobará su presencia no es prescindible, ni mi hermano la requiere.
Bellemore levantó la barbilla y esbozó una sonrisa, dirigida a la otra. A ella. Siempre sería en la vida de James, la otra. La desazón aumentó en su pecho.
- ¿Lo ha dicho él? Según tenía entendido, no está en sus facultades de pensar. ¿Cómo puedo saberlo? ¿Cómo saber que está bien atendido, sabiendo que ella está aquí? Fue por su desliz que casi lo mata.
Alana se le perdió el color; no fue consciente de lo que hacía hasta que bajó los últimos escalones y le dio una bofetada. La mujer siseó y le envío una mirada envenada.
- ¿Cree que la echará de menos cuando no esté aquí después de lo que le hizo?
- ¡Suficiente! - exclamó la voz autoritaria de Balthazar -. No se lo volveré a repetir, márchese. No le permitiré que ofenda a un miembro de esta familia.
- Claro que me iré, pero no os preocupéis por mí, preocupaos por su hermano, señor. Ella es la principal razón de sus desdichas. Buenas tardes.
Más de uno respiró con alivio al ver la marcha de la dañina mujer, pero no lo fue para Alana, que le estaba costando reprimir las lágrimas.
- ¿Estás bien?
- Ella tiene razón, soy la causa de que su hermano sea infeliz.
- No lo creo, Alana. No le haga caso; lo ha dicho motivada por los celos y porque no la hemos dejado pasar a verlo.
¿Y ella? ¿Acaso no estaba celosa?
- No, lo soy.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Ficción históricaPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc