El paso del tiempo no curaba; laceraba las heridas mal curadas.
Lady Lobrough sabía que con su revelación sobre lo que ocurrió años atrás, su matrimonio había acabado para siempre. ¿Pero no pasaba lo mismo con los sueños? Algún día tenían que terminar. Precisamente, ese día el sueño había acabado para ella. Había sido largo como el de la bella durmiente. Sin embargo, este no fue pacífico. Este había sido demasiado largo para la agonía.
Dejó a James en la salita de estar rumiando, no le era fácil aceptar que había perdido. Había perdido a su blanca paloma por el amor de su hermano. Había perdido a los dos.
¿Hasta cuándo añoraría la sombra de ella?, se preguntó sin sentir la nostalgia de los maliciosos celos. Ahora le daba pena. No era mentira. Había sentido tanto los celos que en ese instante lo que notaba era una sorda nostalgia por esperar a sentirlos.
Además, ya no era su problema, ni lo iba a arrastrar más. Había cortado cualquier cuerda de amor que había tenido hacia él. En vez de sentirse aliviada, se sentía hueca como lo había estado desde que se casó con él. Realmente mentía porque había tenido esperanza, aunque esta fuera una titilante llama frágil que se había mantenido por sobrevivir, pero que acabó en humo finalmente.
Cuando salió al pasillo, buscó a su doncella que la encontró en las cocinas. No estaba sola; estaba con el resto de servidumbre. Lo que aprovechó para pedirle al cochero que le preparara el carruaje ya que iba a marcharse.
Su petición generó asombro en sus facciones aunque no salieron de su estupefacción porque eran discretos. No dio más explicaciones y su doncella fue tras de sus pasos, con el sonido de sus zapatos envolviéndolas.
Su decisión estaba hecha. Era definitiva.
No era revocable.
Se había cansado de esperar; ya no tenía miedo de perder porque no tenía nada que esperar. El amor que había esperado de James había sido una ilusión. Conforme iba subiendo los escalones que les dirigían hacia la planta de arriba donde estaba sus aposentos, se acordó de lo soñadora que había sido y de como había esperado que tras un gesto por parte de él había una intención cándida, una intención producto de que estaba floreciendo sentimientos hacia ella. Entró en su dormitorio, obvió la cama. Ese lugar donde había soñado, donde había creído que tendría futuro.
¿Futuro?
Se paró en el centro de la estancia, sabiendo que a partir de ese día, ya no habría más James en su vida. Su boca hizo una mueca, ¿qué diferencia iba a haber si él había pasado más fuera de la casa que dentro?
Ninguna
- Ayúdame a hacer las maletas - le dijo a Faith.
No la cuestionó. Ella sabía mejor que su matrimonio había sido una auténtica farsa. En verdad, todos los que vivían en esa casa lo sabían.
No lo iba a alargar más.
***
Unos minutos antes...
James Lobrough apretó los labios en una línea fina, frenando de raíz el sentimiento de culpa. Se giró hacia su esposa, que no se alteró ante su mirada. Es más se fue de la habitación, dejándolo solo. Como si lo ocurrido no fuera con ella. Como si no hubiera sido ella la que había abierto la caja de pandora. Las palabras de su hermano resonaron con fuerza en su cabeza.
Lo has perdido todo, James.
Estaba frío. No sentía dolor. Solo frío que le quemaba el pecho. Sus pies se movieron y fue hacia las estancias privadas de su esposa, de las cuales hacía mucho tiempo había dejado de visitar. En cuanto abrió la puerta, se sorprendió al ver que echaba en una maleta, algunas prendas suyas. Como unos vestidos.
¿Acaso se iría a alguna parte?
La doncella de lady Lobrough se detuvo en cuanto su señor entró en el dormitorio. Miró a su señora, esta no musitó palabra, aferrándose en el silencio que se había instalado.
- Dejadnos.
Aún la servidumbre no se había enterado de la historia, pero pronto se enteraría de que la señora había tenido un amago de abandonarlo.
- ¿Este es tu último golpe hacia a mí?
-¿De qué golpe hablas? - preguntó con toda la inocencia que podía reunir.
Su esposo negó con la cabeza con una sonrisa que no sentía.
- De este - le señaló la maleta -, o del anterior, revelando tu responsabilidad en el engaño que orquestaste.
- No fuiste valiente en su momento, ¿quién te puede culpar sobre ello? Quisiste creer lo peor de ella porque no la querías. Encima, no tuviste la boca cerrada después. ¿Eso qué te convierte? ¿En víctima o en cómplice del verdugo?
- ¡Cállate! - fue hacia ella y alzó su mano como garra de halcón a su cuello, no dudó en rodearlo -. Eres una vieja arpía que me mentiste.
- No eres mejor que yo - dijo desafiante sin mostrar una pizca de miedo en sus ojos que estaban vacíos de sentimientos -. Fui una ilusa al creer que me podrías querer como esposa.
Podría apretar los dedos en su piel y ver cómo se apagaría el brillo de su mirada. Sin embargo, no lo hizo. Dejó reposar sus dedos en ese tapiz pálido, notando el pulso de su esposa. Los contó como si fueran segundos. Los contó, maldiciéndose y maldiciéndola.
- No te deseé para ese puesto - se apartó con un extraño hormigueo en los dedos que se extendió por el cuerpo.
Cerró la mano en un puño.
- Ahora lo sé - replicó con una sonrisa amarga -. Por eso me marcho, James. Me cansé de esperar un imposible. A partir de hoy, la que no quiere saber de ti soy yo.
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Entrégate #6 Saga Matrimonios
Fiksi SejarahPróxima historia. Secuela de Ámame Fecha de publicación: desconocida Todos los derechos de autor a Aria Blanc