Capítulo 5

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Erik

Desperté en medio de la oscuridad. Todavía no amanecía, pero dormir en pleno sofá no era lo más confortable. Además, mi mente no paraba de divagar, de viajar a través de múltiples pensamientos y mi corazón, mi corazón sufría miles emociones.

Me sentía agitado. Con calor, luego con frío. Incómodo, nervioso, alterado. No paraba de ver diversas imágenes en mi mente, de evocarlas y atraerlas del trasto del pasado. Podía ver a Christine, podía sentirla, escuchar su voz.

Una punzada en el pecho me hirió.
La nostalgia era un arma peligrosa, pues trae significados variados y te pone en frente lo que pudo ser, lo que no fue.

Cerré mis ojos con fuerza, tratando de apartar aquellos recuerdos. Cuánto dolor que creí dejar atrás, cuánto dolor que solo estaba durmiendo. Salí al patio de la casa y me senté en el mismo comedor que había compartido con Lina hace unas noches atrás.

Lina...

Una sonrisa se escapó de mis labios, furtiva y tímida. Nerviosa. La vi, nuevamente, sonreír con mis melodías y deletitarse con cada una de ellas. Esta misma noche, en mi cuarto, el piano pareció el mismo instrumento que antes. Por un instante no me fue ajeno, lejano y sepulcral. Dejó de ser inerte, sino que, volvió a la vida para deslumbrar, para deslumbrarla. Mis dedos cosquilleaban en una danza frenética, llena de ritmos, de pulsaciones dinámicas. Sentí que volvía a ser el de antes, cuando aún quedaba algo de mí.

Apareció la imagen de ella frente a mí, en esta mañana, y cómo se apartó de mi lado, brusca y veloz, debido a mi empuje despiadado.

Otra punzada.

Me sentía arrepentido, profundamente arrepentido de lo que había hecho. Sabía que la había herido, que algo en ella se rompió. Más que el dolor físico, esto era más complejo, más difícil que reparar.

Maldigo mi furia, mi rabia y mi insensatez. Mi incapacidad de permanecer estable, de controlar mis emociones y parecer consciente, consciente de mí mismo y de los demás. La vida me había quitado tanto, pero no hacía nada para cambiarlo. Me quedaba estático, admirando un mundo de errores causados por esta irrefrenable estupidez encauzada por el rencor.

Me di cuenta que el sol daba señales con los pequeños rayos que llegaban a mi vista. Decidí entrar y subir al segundo piso.

Entré en mi habitación y noté cómo Lina dormía plácidamente, adueñándose de la totalidad de la cama y dando pequeños ronquidos. Reí un poco ante tal imagen. Me sorprendía cómo esta niña había hecho una especie de milagro conmigo.

Cuando la conocí, cuando la vi por primera vez, solo tenía unos pocos meses de vida. Unos cinco o seis. Era un pequeño individuo tranquilo, que lloraba solo cuando era necesario y volvía a dormir. Transmitía tranquilidad, paz con sus ojos cerrados y su respiración reposada.

Habían noches en que nadie podía dormir. Madame Giry intentaba refrenar sus sollozos, sus descontrolados sollozos nocturnos, pero cada opción parecía infructífera. Hasta que, una velada cualquiera, en la que me había cercado a su madre buscando apaciguar su estrés, esta me miró agotada y me pasó, puso en mis brazos, a la pequeña carga.

Recuerdo que agrandé mis ojos y ma miré desentendido, confundido y un poco angustiado.

"- Por favor, Erik. ¿Puedes mecerla un momento? Voy a preparar leche, quizá tenga hambre".

Se fue sin dejarme oportunidad de alegato. La bebé de Lina se movía sus bracitos con rapidez y lloraba con fuerza, con mucha a decir verdad, como desde el alma.

Los Límites de Nuestro Amor Eterno (Un fanfic de "El Fantasma de la Ópera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora