Capítulo 2

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Lina

Desde el comedor lo miraba fijamente. No permitía que alguno de sus movimientos pasaran desapercibidos. De vez en cuando, Erik volteaba a verme y yo escapaba de sus ojos que consumen, para luego, volver a posar mi vista en su ser. 

Erik, Erik, Erik. ¿Quién se hubiese imaginado que nos conoceríamos de aquella forma? 

Por alguna razón, me sentía desilusionada, casi desanimada, y no porque me pareciera poco atractivo o algo así, yo siempre supe que era único y especial, es más, era imposible no cautivarse con su figura casi divina, pero... simplemente, no esperaba que todo ocurriese así de abrupto. 

- Lina, no te quedes ahí mirando, ven y ayúdame a limpiarlo- mi madre parecía un poco molesta y bastante concentrada en mis pasos. 

Con pasos lentos y pesados me acerqué y me senté a su lado. Tomé un paño y lo humedecí en la fuente que había preparado antes.

- Hija, ¿acaso crees que lo curarás por encima de la ropa?- miré al hombre enmascarado y luego a mi madre. 

- Pero, mamá... cómo...

- Hay que sacarle la camisa, desvístelo. 

- No, no es necesario, estaré bien así, Madame - contestó Erik, el cual recibió la mirada reprochante de mi madre, a lo que seguí las órdenes que me fueron dadas. 

Lentamente, fui sacando la parte superior de su atuendo. Con cuidado de rozarlo, logré dejar su torso desnudo. He de admitir que la situación era bastante incómoda, pero resistí mis nervios y, a pesar de que me sonrojé, tomé de nuevo el pañito y lo posé sobre su piel. Sentí cómo dio un pequeño saltito y reí. Como por instinto miré su rostro que estaba duro como piedra, inmóvil y serio. Me callé de inmediato. 

- Bueno, he de pensar que, eres bastante afortunada, Lina - habló mi madre, posándose a mi lado - lograste conocer al dueño de esa encantadora voz que tanto amas - sentí su mano acariciando mi espalda.

Asentí sin verla a los ojos y, llegando a la herida de Erik, lo posé con sumo cuidado, intentando no hacerle daño. Poco a poco el color de la sangre iba desapareciendo y dejando a la vista su piel. Al parecer, había sido una buena enfermera.

- Muchas gracias, señorita - al escuchar aquellas palabras, no pude evitar sonreírle y mirarlo a la cara. 

- No hay de qué, Erik - estrujé el paño dentro de la fuente y me levanté con esta en mis brazos para poder limpiarla. 

- ¿Quieres ir a descansar? - mi mamá le preguntó con dulzura - necesitas recostarte. 

- Sí, iré a mi habitación. Con permiso - vi cómo se paró del sofá, esta vez dejando ver toda la magnificencia de su ser. Qué imponente y qué alto era aquel hombre que me deslumbraba desde pequeña con su ingenio sublime.

- Lina, acompáñalo. 

- ¿Qué? ¿Yo? ¿Por qué? - posé mis ojos en él. Este se encontraba mirando a su madame y suspiró. 

- No me vengas con tu rebeldía. Haz caso - las últimas palabras de mi mamá fueron una advertencia más que suficiente para hacer que me pusiera al lado de aquel ilustre ser y que lo tomara del brazo izquierdo. 

Empezamos a caminar juntos y a subir la escalera para, luego, llegar al segundo piso y al cuarto que jamás había visto. Una vez que estuvimos frente a la puerta, me quedé quieta como si algo de retuviera y no me dajara pasar. Comprendí que, aquel era un espacio impropio, uno que jamás me había pertenecido y por el cual jamás había cruzado. Sentía aquella curiosidad inevitable, pero también aquel resguardo y respeto por lo personal. 

Los Límites de Nuestro Amor Eterno (Un fanfic de "El Fantasma de la Ópera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora