Capítulo 35

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Lina

Veía cómo mi mamá, Madame Giry, se acurrucaba en el piso, sobre mis pies, suplicándome perdón.

El pecho ardía, me punzaba, me hacía daño mi propio corazón.

Tenía que saberlo, por más que doliera, tenía que saberlo...

Musitaba, cada vez más bajo, lo mismo. Repetía incontables veces que la perdonara. No tenía ni la más mínima idea de qué hacer, qué responderle.

Sentía sus manos sostenerme y temblar. Aquello me partía lentamente.
Fui deslizando mis dedos y agachándome suavemente. Toqué su piel, percibí su calor y otro impacto en mi corazón.

- Levántate, por favor, levántate...- fui comentando. Me costaba agarrarla, tomar la decisión de hacer fuerza para jalar de ella y hacer que se parara.

- Lo siento... Lo siento...- sollozaba e intentaba hablar con total propiedad. Me afectaba verla así, no lograba evitar sentir esa empatía y misericordia hacia su persona. No la rechazaba, no podía, pues sentía que en su relato existía una pureza y una sinceridad indescriptibles. Me ardía, me quemaba... Era muy pronto para lograr entender mis sentimientos y sacar conclusiones que no terminasen siendo apresuradas, infundadas.

Tomé impulso y fui alzándola con mi fuerza. Por un instante, nuestro alrededor se había reducido a un nosotras, a algo que solo las dos estábamos formando, aunque las respiraciones y vibras de Erik y Christine estuvieran rodeándonos y marcándonos de cierta manera.

Era duro para Madame Giry verme a los ojos y yo tampoco tenía claro si eso es lo que realmente deseaba hacer, si en definitiva podría atreverme a mirarla, a entrever cada espacio que su mirada me diese permiso para apreciar.

Tragué con dificultad cuando su cabeza quedó a la altura de la mía. La quedé viendo durante un rato hasta que, decidí deshacer y borrar el tacto que le estaba entregando. Mis manos cayeron a los extremos de mis caderas.

Miré a Erik, quien me veía con aflicción, compartiendo mi melancolía, aquella tristeza tan grande y profunda que casi no se podía llamar tal, pues era insuficiente. Qué solemne esta instancia para quien la aprecia desde lejos, desde un escenario que me es ajeno y desconocido; desearía estar allí y que nada de esto me afectara de la manera en que lo hace ahora.

Entendí que era mejor partir, que era lo indicado. Necesitaba estar lejos de aquí. Todo... Todo provocaba que mi mente trabajase una y mil veces aquel relato, incluso la Ópera.

Me alejé de mamá, sin emitir palabra alguna, sin romper más su corazón. No sabía si llamarlo error, si llamarlo accidente... Aún existían cosas que no entendía, que quedaban sueltas, mas no resistiría ni una dosis de verdad más.

- Vámonos...- susurré, haciendo que Erik me escuchase. Asintió, suavemente, poniendo una mano en mi espalda, mientras nos dirigíamos a la salida. Divisé a Christine, a la soprano que había estado allí cuando mi madre partió y, como una especie de mal juego, las palabras que una vez me profesó en perjuicio de ella vinieron a mí. Con que yo era incapaz de tener el cariño de la mujer que me dio la vida... Y comencé a sentir una rabia inmensa, no por mí, sino por la alevosía que representaban sus frases, por las mentiras y difamaciones que dirigían.

Me mordí el labio, aguantando todo lo que me era posible para no romperme en aquel instante. Me animé a caminar más rápido para llegar a la puerta. Me mantuve parada, quieta en el lugar, respirando y preparándome para algo que no entendía.

- Lina, por favor...- dijo mamá. Conservé el lugar en donde se ubicaba mi mano, apretando el pomo de la puerta.- No te vayas...

Otro torrente de lágrimas deseaba salir de mí.

Los Límites de Nuestro Amor Eterno (Un fanfic de "El Fantasma de la Ópera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora