Capítulo 9

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Erik

Habíamos retomado nuestros pasos, luego de aquella conversación. El silencio existente entre nosotros no era incómodo, era necesario. Cada paso, cada respiración era suficiente para esparcir nuestros sentimientos. Cada cierto tiempo, la miraba. Mis ojos se posaban en ella, esperando encontrarse con los suyos y abrir una nueva serie de sonrisas, pero solo conseguían divisarla sumida en sus pensamientos y con una expresión tan seria que, parecía dejarme afuera de este mundo.

Llegamos a nuestro punto de inicio y divisamos a los guardias en él. Ya era de noche, había pasado el tiempo suficiente para decir que estábamos perdidos. Quedamos estáticos, analizando, cada uno individualmente, las posibilidades. De repente, Lina miró asustada.

- Erik, las llaves. Mi mamá se ha de haber dado cuenta de que las saqué. Quizá las necesite, debo devolvérselas.

- Pero no puedes entrar, Lina.

- Lo sé, pero... Si entro sin que se den cuenta...- me miró esperanzada. Sus ojos parecían dulces, pero tristes y sabía muy bien que, parte de aquella tristeza fue causada por mí. - ¿Por qué no vamos por uno de los pasajes? Puede que haya una puerta cercana a la habitación de mi madre.

- ¿Y sabes bien dónde se encuentra? - pregunté, un poco desanimado.

- No, no lo sé. - pareció idear diversas posibilidades y descartarlas al instante. Volvió a sumirse en aquel silencio que, sin darme cuenta, me carcomía el alma.

- Lina - hablé. - Puedo encaminarte. Estoy seguro que, si todo continúa como tal, podremos abrir una puerta cerca del cuarto de Madame Giry. ¿Se encuentra en el segundo piso?

- Sí, justo ahí. - se mordió su labio inferior. Parecía ser costumbre en ella, justo en situaciones de tensión, de nerviosismo, que la mantuvieran preocupada.

- Está bien, será mejor que entremos ahora. Además, debemos saber cómo saldremos de aquí.

Ella asintió y dirigió sus pasos detrás de los míos. Su ánimo había decaído considerablemente. Volvimos a sumergirnos en las penumbras, encaminándonos a nuestro destino incierto. Una vez que, llegamos al punto que me parecía correcto, toqué la pared con precaución, no sin antes escuchar si había alguien al otro lado. Ya seguro de que el sector se encontraba libre de alma alguna, cedí la compuerta y la abrí despacio, lento.

- Está bien, Lina. Tienes que recordar el punto exacto de dónde has salido y fijarte bien que no haya nadie a tu alrededor. A estas horas, no debería de haber gente trabajando.

- Muchas gracias, Erik - contestó, casi imperceptible. Se puso frente a mí y respiró hondo. La miré callado.

Dio un par de pasos y entró en la ópera.  Miró a ambos lados y la cerró tras de sí. Esperé unos segundos, inmerso en la expectación y concentrando mis peticiones en que todo saliera bien, en que volviera pronto a mi lado.

No sé cuánto paso, pero me pareció más que unos simples minutos, solo que ni siquiera había alcanzado los sesenta segundos, cuando una voz distinta a la de Lina se escuchó en pleno pasillo.

- ¿Qué haces aquí? - sonó como melodía para mis oídos. La reconocía, cada nota que profesaban aquellas cuerdas vocales.

Era ella, mi Ángel de la Música. Era Christine, la luz de mis días, y estaba ahí, tan cerca, tan solo unos pasos lejos de mí.

- Disculpa, pero te pregunté: ¿Qué haces aquí? - volvió a inquirir. Mi corazón se había paralizado, me había quedado sin aliento. De pronto, mis manos comenzaron a temblar.

Los Límites de Nuestro Amor Eterno (Un fanfic de "El Fantasma de la Ópera)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora