Capitulo 1

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Devon, Inglaterra Miércoles, 1:51 a.m.

Un auto con los faros encendidos disminuyó la velocidad a la altura de la  esquina de la casa principal, vaciló, acto seguido aceleró y continuó nuevamente el camino hacia la oscuridad.

—Turistas —murmuró Mariana Espósito, enderezándose desde su posición encorvada y observando las luces de los faros desaparecer tras la curva. Las personas que pasaban caminando, centraban de tal forma su atención en las altas rejas forjadas que quedaban a su espalda y en la apenas visible mansión más allá de éstas, que probablemente Lali podría ponerse a trabajar en los árboles mientras hace malabarismos y ni siquiera notarían su presencia.

Por tentador que fuera darle un susto mortal a algún periodista aficionado, en esos momentos el objetivo era «pasar inadvertida». Tras mirar nuevamente a la oscura carretera, Lali volvió a meterse en ellos y comenzó la carrera hasta el muro, introduciendo la punta del pie en una grieta del cemento a media altura y utilizándola para elevarse a la angosta y bien acabada parte superior de la piedra.

Cuando actuaba como ladrona, en realidad prefería desconectar las alarmas de la reja y entrar a pie, pero daba la casualidad que estaba al tanto de que aquellas puertas estaban atravesadas por cables que recorrían las tuberías enterradas que llegaban hasta la casa del guardia en la parte norte de la propiedad. Para desactivar las rejas tendría que desconectar la luz de toda la casa, lo cual apagaría las alarmas del perímetro.
Se dejó caer al jardín interior con una leve sonrisa en los labios.

—No está mal —murmuró para sí. A continuación tenía que esquivar los detectores de movimiento y las cámaras de seguridad, además de la media docena de guardias que patrullaban el área alrededor de la casa. Afortunadamente, esa noche soplaba una notable brisa, de modo que los detectores de movimiento estarían sobrecargados y los guardias hartos de controlarlos y reajustarlos. Siempre era mejor entrar en una propiedad en una noche ventosa, aunque enero en el centro de Inglaterra significaba que la temperatura ambiental bajara y se volviera glacial.

Sacando del bolsillo un par de tijeras para podar, que hacían muchas veces de corta cables, partió la enorme rama, cubierta de hojas, de un olmo. La recogió y se dirigió a lo largo del muro hacia la cámara más cercana de las que había repartidas a intervalos regulares por el perímetro. Tal vez su solución al problema que planteaban las cámaras fuera simplista pero, por experiencia sabía que algunas veces la tecnología menos complicada era la mejor forma para vencer los sistemas más complejos. Además, ya podía ver el titular:

CHICA CON UNA RAMA VENCE EL SISTEMA DE ALARMA MÁS SOFISTICADO.

Meneó la rama frente a la cámara, armando gran escándalo, y esperó unos segundos antes de hacerlo de nuevo. Acoplando el balanceo al ritmo del viento, golpeó contra el lateral y los lentes unas cuantas veces más, luego tiró y golpeó fuertemente la carcasa con la parte más gruesa de la rama. La cámara osciló hacia un lado, proporcionándole a quienquiera que estuviera observando una magnífica vista de una chimenea del ala oeste. Luego de unas cuantas sacudidas más, arrojó la rama por el muro exterior y se dirigió hacia la casa.

Seguro no tardaría en salir alguien de la casa para reacomodar la cámara, aunque ella estaría dentro para entonces. Salir de un sitio era muchísimo más fácil que entrar. Lali tomó aire y se encaminó a lo largo de la base de la casa hasta alcanzar el muro levemente rebordeado que marcaba la cocina. Felicitaba a quienquiera que fuera el caballero que, quinientos años antes, había decidido que la cocina era demasiado peligrosa para estar integrada en su totalidad dentro de la casa principal.

Los marcos de las ventanas de la planta baja estaban conectados al sistema de alarma, y el vidrio era sensible a la presión. Nada de atravesarlo, a menos que quisiera despertar a todos los que vivían en aquella residencia. Por supuesto, no había nadie en casa, a excepción del personal de servicio y los de seguridad, pero éstos podían llamar a la policía sin problemas.

Se aseguró de que la tijera estuvieran bien guardada en su bolsillo, puso el pie en la angosta repisa de la ventana y se impulsó hacia arriba. Unos puntos más de apoyo y se encontró en el techo de la cocina. Quince pasos hacia arriba y hasta el otro lado, y la terraza de la biblioteca le esperaba, tentadora.

Retirando de su hombro la cuerda que llevaba consigo, sacó las tijeras y ató un extremo de la manija con fuerza. En su primer intento, éstas aterrizaron sobre la baranda, y tiró de la cuerda para cerciorarse de que las tijeras estaban bien encajadas entre la baranda de piedra.

Lali agarró la cuerda, mientras el corazón le latía desaforadamente por la grata sensación de adrenalina, acto seguido bajó del techo de la cocina. Quedó allí suspendida durante un minuto, balanceándose lentamente adelante y atrás en el aire. Una vez que estuvo segura de que la cuerda no iba a ceder, enganchó las piernas en ella y trepó hasta el balcón. ¡Dios, que fácil había sido! Aunque, con frecuencia, los nervios eran lo único que diferenciaban a los ladrones desaliñados y fumadores que aparecían en Policías de aquellos que jamás eran atrapados. Nervios y una buena herramienta de jardinería. Bien valía las libras que había pagado por ella en el vivero local.

Se arrastró por encima de la baranda y desenganchó las tijeras de la cuerda, devolviendo ambas cosas a su lugar correspondiente. Las mamparas de vidrio que llevaban al interior de la biblioteca tenían el cerrojo puesto, pero no le preocupaban. Estaban conectadas, naturalmente, pero no tenían sensor de presión. A tal altura, recibirían la brisa vespertina y haría saltar las alarmas cada cinco minutos. Nadie quería lidiar con eso, aun a costas de la seguridad del interior.

Desenroscó el cable de cobre que rodeaba su muñeca izquierda, cortó dos trozos de cinta adhesiva del pequeño rollo que guardaba en el bolsillo e insertó con cuidado un extremo bajo cada puerta para interceptar y evadir el circuito eléctrico. Una vez hecho esto, simplemente forzó la cerradura y abrió las puertas en un silencio casi absoluto.

—Pan comido —murmuró, bajando el escalón y entrando en la habitación.

Las luces del techo se encendieron con un brillo cegador. Lali se hizo a un lado de forma instintiva, agachándose en las sombras que quedaban. «¡Mierda!» Todos los empleados deberían de haber estado durmiendo, y el dueño se encontraba en Londres.

—Qué interesante —dijo con cansancio una fría voz.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora