Terrence

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Me encontraba en el aula, tomaba apuntes de lo que la profesora escribía en la pizarra. Bostecé un par de veces. Estaba tan aburrido. De vez en cuando echaba una mirada hacia la ventana. Quería ser como los copos de nieve que descendían del grisáceo cielo y derretirme en primavera. Era sepulcral el silencio que flotaba por el ambiente. Únicamente, de vez en cuando, la tiza al rozar la pizarra derrocaba el silencio con un chirrido horrible. Estornudé cubriéndome con mi brazo. Sentí el peso de la mirada de los alumnos que esperaban que algo sucediera para despertar. La profesora me dijo: «Dios te ayude», y siguió en lo suyo. Escuché murmurar a mis compañeros. Suspiré, volví a mis apuntes.

Sonó la campana, podíamos tomarnos un descanso sin hacer escándalo porque estaba prohibido. Los demás alumnos se levantaron ordenadamente de sus asientos y salieron, cuando estaban casi todos a fuera, hice lo mismo. Quería aprovechar el descanso para ir a ver a Daniel. Cuando me dirigía al tercer piso, donde recibían clases los del grupo C, una mano se postró en mi hombro y me frenó.

—¿Gabriel? —preguntó dudoso.

Me giré, y extrañado, contemplé al chico que me nombró. Me pregunté cómo era que sabía mi segundo nombre. No reconocí del pasado a alguien de cabellos castaños ondulados hasta la barbilla, ojos de cielo y rostro alargado con facciones marcadas y expresiones libres de preocupaciones. Tampoco había visto antes un alumno así.

—¿Sí? —cuestioné pensativo.

—Es increíble. —Sonrió y de alegría le brillaron sus ojos como estrellas—. Creciste demasiado —dijo emocionado mientras me analizaba de pies a cabeza.

—Supongo —hablé avergonzado.

—No me reconoces, ¿verdad? —Esbozó una tierna sonrisa.

—No. —Negué ligeramente con la cabeza.

Abandoné las escaleras y me hice a un lado para no estorbar a los alumnos que bajaban y subían. Por un momento, no les agarré forma humana, me parecieron más maniquís con uniforme. Estaba fuera de mi realidad.

—Soy Terrence. Regresé. Supongo que yo sí cambié mucho. —Se recargó en el muro y me sonrió por un momento.

—No puede ser —expresé alegre—. Terry... ¿De verdad eres tú?

—Cuántos años, ¿no? —Giró su cabeza y miró por el lugar—. Qué sombríos son los espacios para los de bachillerato, hasta las monjas son más amargadas y gruñonas. —Miró hacia los ventanales abarrotados del pasillo.

—Supongo que no es buena idea mezclar a los alumnos de diversos grados. Pero sí, es más sombrío por acá. —Me encogí de hombros—. No hay ni murales en los pasillos como en el área de primaria y secundaria. —Fruncí ligeramente el ceño y metí mis manos en el bolsillo del abrigo—. Y creo que a las monjas les agradan más los niños pequeños, son más moldeables.

—Debe ser difícil tratar con adolescentes. —Sonrió animado y llevó de nuevo su mano a mi hombro—. Pongámonos al corriente mientras me das un tour. Tengo mucho que contarte. —Con mucha confianza me tomó del brazo como lo hacíamos de niños y caminamos juntos.

Miré hacia las escaleras, no había quedado de reunirme con Daniel, pero tenía muchas ganas de verlo, debido a que estuvimos enfermos, no pudimos vernos más en vacaciones y después llegó la época de clases.
Terry hablaba mucho sobre su vida en el extranjero, parecía que vivió muy bien y tenía mucho que contar. No obstante, regresaron a su padre a la ciudad y él volvió al Colegio la Paz. El infierno.

Caminamos por los pasillos y le decía a Terry a qué correspondía cada espacio. El colegio era gigantesco y estaba dividido por grados académicos, no se mezclaban los estudiantes de primaria con los de secundaria ni con los de bachillerato. Cada grado contaba con sus respectivos espacios. Fuera de mí mismo, caminé al lado de Terry. Estaba harto del lugar, lo veía casi todo el tiempo.

—¿Qué te pasa? —Se detuvo, frenó mi andar y me miró pensativo—. Te ves muy sombrío y estás muy paliducho. ¿No sales a tomar el sol? —cuestionó y llevó su mirada en mi rostro.

—Ah, estaba enfermo de gripe, hace poco me recuperé, debe ser eso. —Sonreí desanimado.

—Debes descansar más y tomar mucha agua. Descansemos un poco. —Tomó asiento en una de las muchas bancas que se encontraban fuera de los pasillos y daban vista de los jardines internos.

Me senté cerca, no dije nada, bajé la cabeza. No asimilaba del todo que Terry estuviera de regreso. Me parecía un sueño ilógico. Lo miré, no me provocaba ninguna emoción su presencia. Era agradable y poseía un tono de voz amistoso y lleno de confianza, pero ya no era lo mismo. Antes, cuando era un niño llorón, giraba alrededor él, me refugiaba y me sentía protegido a su lado. Cuando se fue sentí que el mundo se me terminaba. Lo superé con el tiempo, pero también me cerré a conocer nuevas personas por miedo de perderlas. Ya estaba de regreso y no era lo mismo. No era su culpa irse y dejarme solo, pero lo resentía un poco como si lo fuera. Me extrañó sentirme de esa manera.

Mientras miraba la nieve descender silenciosamente y cubrir las plantas del jardín dormido, escuché el parloteó de Terry, le respondía un poco tajante. Habló del pasado que teníamos en común y como no me había olvidado. No quería estar ahí, moría de ganas de escaparme de nuevo con Daniel y pasear juntos, tomados de la mano y riendo de todo. Me enserié. No podía seguir ocultándome la verdad.

—¿Gabriel, eres feliz aquí? —cuestionó de un momento a otro.

—No lo sé —respondí en voz baja sin emoción—. Pero tengo un buen amigo, se llama Daniel. —Sonreí al pensar en Daniel—. Debería presentártelo y juntarnos los tres —sugerí.

—Claro. Es increíble que tengas amigos, Gabriel —dijo sonriendo.

—Lo dices como si fuera un gran logro para mí. —Entrecerré los ojos y miré con reclamo a Terry.

—No quise ofenderte. Pero de verdad es que cambiaste. ¿Y bueno? ¿Dónde está ese tal Daniel? —Se incorporó de la banca.

—Vamos a buscarlo.

Al pararme, vi al mismo diablo del que hablamos: Daniel. Estaba recargado en un pilar cercano a la banca, de brazos cruzados y con el ceño fruncido. Parecía muy enojado.

—¡Daniel! —lo llamé alegre al verlo.

Me lanzó una furiosa mirada, llena de odio y rencor. Me inmuté, retrocedí algunos pasos y choqué con Terry. No lo había visto antes tan enojado. Salió corriendo.

—¿Ese era Daniel? Tenía rato siguiéndonos —informó extrañado, soltó una risita y desvió su mirada en el jardín—. Qué raro es —murmuró.

—Él no es así.

La campana sonó, justifiqué su partida con eso. Regresamos a clases y no pude sacarme de la mente la expresión de ira de Daniel. 



------------------Nota de autor--------------------

El nombre (y apariencia) de Terrence surgió por la canción de Lana Del Rey -Terrence Love You-. La escuchaba mucho mientras escribía esta obra. Dejé arriba el video por si quieren escucharlo. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora