Mi padre no se encontraba en casa. Lana me comentó que él estaba en un viaje de negocios que se alargó más de lo planeado y que llegaría al día siguiente para el desayuno.
Mi habitación era ahora la de Alana, así que me quedé en la de invitados. No quedaba rastro de mi presencia en esa casa, tampoco de mi madre. Ninguna foto, cuadro, prenda... Nada. Me sentía ajeno, no recordaba el lugar como creía hacerlo. Me pregunté por qué mi padre me permitió visitarlo. Di vueltas en la cama, no podía conciliar el sueño. Mis pensamientos hacían eco en la oscuridad. Me causó un poco de gracia que considerara más mi hogar el internado que la casa de mi padre.
Abandoné la cama y salí del cuarto sin hacer ruido. A fuera me esperaba un fúnebre y alargado pasillo tapizado con una alfombra roja. Bajé en puntillas por las escaleras empinas en forma de Y. Recordé cuando de niño mi madre me ayudaba a bajarlas tomándome de la mano. Todo era tan fúnebre sin ella. En mi andar me dediqué a contemplar el lugar. Los ostentosos y fríos muebles eran otros a los que recordaba, igual que las pinturas en los muros. Todo tenía esencia de Lana.
Salí al amplio jardín. Mis recuerdos más vividos se encontraban ahí. Sin embargo, ya no estaban los rosales que plantó mi madre y añoraba ver, en su lugar crecían hortensias. Caminé buscando su fantasma. Di con la valla que dividida el jardín del terreno que lo rodeaba. Del otro lado crecían árboles de follaje de caramelo. Las ramas de los árboles eran mecidas por el viento, parecía que poseían vida propia y eran alargados brazos que me invitaban adentrarme. Busqué la puertita que daba la entrada en ese espacio salvaje. Salí al encontrarla. Vi un bosque que se extendía por el horizonte y se tragaba el cielo. Ante mi andar, escuché quebrantarse el follaje que alfombraba el suelo. Llamó mi atención un columpio estático que colgaba de una de las imponentes ramas de un colosal árbol. Extrañado de que algo estuviera ahí, ocupé lugar y me balanceé un poco. Levanté mi rostro, vi el cielo poblado de estrellas que se dejaba ver entre los espacios del follaje espeso de árbol. Sentí como la tierra se movía lentamente debajo del columpio. Sin dejar de ver el bonito panorama, me pregunté si Daniel estaría soñando con algo agradable, como lo que yo veía en ese momento. O si tendría un pequeño sueño conmigo.
Seguí columpiándome mientras intentaba recordar lo que hacía de niño en la casa de mi padre. Entonces, en un destello de luz cargado con momentos del pasado, recordé que mi madre solía pasar tiempo en ese lugar, era su columpio. Me pregunté por qué lo había olvidado. Sin impedirlo, salieron lágrimas de mis ojos y se deslizaron en mis mejillas frías. No tenía nada, era un intruso en la nueva familia de mi papá y mi madre solo existía en mis recuerdos. Pensé de nuevo en Daniel, quería verlo y llenarme de ánimos abrazándolo. Mientras lloraba, sentí una mano postrarse en mi hombro, asustado, giré el cuello y no vi más que mi sombra. Sequé las lágrimas con la manga de mi ropa. Agudicé el oído y escuché un susurró lejano. Mi piel se erizó y una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo desde la cabeza hasta la punta de los dedos. Percibí la energía de una mirada fijada en mí. Tragué saliva. Encontré tranquilidad suponiendo que se trataba de algún animal. Sin embargo, incrementó el susurro y un extraño viento cargado de energía comenzó a columpiarme. Permanecí estático, sin soltar las sogas y asimilando lo que sucedía. Paró solo el columpio, como si alguien lo hubiera detenido. Volví a sentir algo en mi hombro. Entonces, miré de reojo la silueta de una mano cadavérica que se extendía en la oscuridad. Me incorporé de golpe, y corriendo, volví a la habitación que se me asignó. Encontré refugio debajo de las sábanas.
No supe en qué momento me quedé dormido con el miedo de ser perseguido por la presencia de lo que podría ser un fantasma.
En esa noche soñé con mi madre. Era de noche, el cielo estaba poblado de estrellas, la luna se encontraba lejana, había caóticas nubes que enmarcaban el cielo estrellado y se arremolinaban entre sí. Marchaban a una velocidad impresionante, pero no se atrevían quitarle relevancia a las estrellas y a la luna. Los árboles alargados y sin follaje se movían similar a las palpitadas de un corazón agitado. No había ningún ruido, la escena era similar a ver una película sin volumen. Caminé siendo parte de la oscuridad que enmarcaba la escena aproximarse. Había una mujer en el columpio, en su cabeza se mantenía una corona de diversas flores negras que caían en cascada y cubrían su rostro. Haciendo juego con las flores, vestía totalmente de negro. Se columpiaba suavemente. Intenté acercarme, pero no se me permitió en el sueño, era parte de la oscuridad, no poseía un cuerpo. Vi la escena repetirse una y otra vez. Repentinamente, ella se prendió en llamas. Siguió columpiándose sin importarle que el fuego la consumiera. La escena se repitió tantas veces hasta que me acostumbré a verla convertirse en cenizas y que el viento se llevara.
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Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)
Teen FictionPronto en librerías traído por VRYA Isaac no conoce más allá del internado de monjas donde ha sido criado desde su infancia. Su padre niega que lo visite en vacaciones y su madre está internada en un psiquiátrico. Todo su entorno gris cambia cuando...