Rumores que son verdades

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Miraba mi reflejo en el espejo mientras lavaba mis manos. Estaba un tanto cansado y fuera de mí mismo. En mis recuerdos revivía mi último encuentro con Daniel, una y otra vez. No podía sacármelo de la cabeza, quería más de él, pero no era posible, estábamos en clases y tomé un descanso en los baños. Daniel comenzaba a convertirse en una adicción para mí, solo él me hacía sentir vivo de una manera diferente, como una droga. Amaba su lado sumiso, dulce y lascivo, percibía que ese era el Daniel real, el que vivía aprisionado en un corazón endurecido por malas experiencias, y únicamente yo podía liberarlo en un efímero momento de pasión. Decidí lavar mi rostro para tranquilizarme. Retiré mis lentes, abrí la llave, me incliné y mojé mi rostro.

Escuché la puerta abrirse, me incorporé. Era Milano. Tenía una dura expresión en su rostro robusto. El uniforme le quedaba un poco holgado, había perdido más peso desde nuestro último encuentro. Ya no tenía el aspecto que lo caracterizaba e inspiraba bondad. Una sombra de odio a sí mismo se ancló en él y era evidente en sus opacos ojos de cielo. Examinó el baño con una mirada penetrante.

—Hola —saludé.

—Hola —respondió Milano con una desanimada entonación.

—No te veía desde el día en la oficina de la directora. —Estiré mi mano, tomé una toalla de papel y sequé mi rostro.

Me encontré con mis ojos, solía evitar verlos en mi reflejo, me incomodaba mi propia mirada puesta en mí.

—Seguido nos topamos en los pasillos.

—No me había fijado —dije risueño.

Milano caminó erguido hacia los mingitorios que desfilaban en un muro. Se detuvo en frente de uno y se giró en sí mismo.

—¿Te falta mucho? Me incomoda orinar cerca de un chico desviado —dijo sin ninguna emoción.

—¿Qué dices? —Tragué saliva y clavé mi mirada en sus opacos ojos.

—Muchos sabemos de lo tuyo con Albert.

—Albert es mi amigo —aclaré con la voz temblorosa.

—Sí, claro. Escapas de tu dormitorio en las noches para encontrarte con él. ¿Sabías que por la culpa de Albert se suicidó Bach? Albert nunca reconoció ser un desviado, aunque todos lo sabíamos, lo dejó solo. Lo negaba como tú, pero Bach no, por eso murió, Albert lo abandonó.

—¡Eso no es verdad! —expresé alterado—. Los chismes pueden provocar mucho daño, Milano. Albert es mi amigo y no dejó solo a nadie. Agradecería que no difundas cosas que no son verdad. —Crucé los brazos y fruncí el ceño.

—Sabes que no es un chisme. —Se giró y comenzó a usar el mingitorio—. Me desagradas, Isaac —confesó—. Únicamente te fijas en chicos lindos y delgados. He visto también desde lejos tu supuesta amistad con Daniel —comentó con ironía—. ¿Te gustan por qué son lindos, verdad? Si fueran gordos y asquerosos como yo no te fijarías en ellos.

—No eres gordo ni asqueroso. Basta, Milano. —Solté un largo suspiro buscando calma en este—. El físico no lo es todo, es algo que no perdura con el tiempo. El quién eres, el qué ofreces al mundo y a los demás es más importante que la belleza. Ellos son mis amigos porque me han dejado conocerlos, pasamos tiempo y momentos juntos, eso hace que se vuelvan personas especiales para mí, sin importarme su físico.

—No te creo. —Entornó los ojos.

Milano subió con fuerza el cierre de su pantalón, el sonido rebotó en el tenso ambiente. Bajó la palanca, caminó hacia los lavamanos y torció la mueca cuando nuestros reflejos se encontraron. Hallé en su reflejo una imagen insulsa que no me invitó a observarlo por mucho tiempo. Sin dudas, Milano perdió su brillo, se dejó devorar por la negatividad.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora