La nueva realidad

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Mi padre decidió que lo mejor era internarme en un centro psiquiátrico para personas pudientes. Por desgracia, únicamente él y Lana sabían dónde me encontraba. No podía contactar con nadie del exterior hasta ser «curado». Temí por la nueva soledad que me recibió en el psiquiátrico. Extrañaba con locura a Daniel, hasta en las entrañas. No obstante, estaba seguro de que mi decisión fue la mejor.

El lugar era similar al internado, la diferencia era que no me ponían a rezar. Daban terapia y medicamentos, los cuales no tomaba pero fingía hacerlo. Para evitar el tratamiento de electrochoques, desmentí lo que dije sobre los fantasmas. Aseguré que mentí y rompí las estatuas para que me expulsaran del horrible internado que tanto odiaba. No sirvieron de nada mis justificaciones. Las palabras de un loco no tenían validez. El psiquiatra que me diagnosticó le aseguró a mi padre que por mi genética, la que me heredó mi madre, necesitaba sí o sí tratamiento antes de que la locura me consumiera y fuera un peligro para los demás. Según su lógica, en un brote psicótico no destruiría estatuas, lo haría con personas. Lo vi como un oportunista que aprovechaba cualquier excusa para encerrar a la gente y sacarle dinero a sus familiares.

Mi destino estaba sellado.

El centro psiquiátrico estaba ubicado en un lugar apartado de la humanidad, en la profundidad de un bosque tupido. Era difícil de acceder, solo había un camino, y lo primero que te recibía era el bosque de coníferas, siempre lo cubría una brumosa niebla. Después, ante la vista, aparecían las inmensas murallas. Me recordaba al internado. Seguía teniendo clases particulares, al parecer la locura no era motivo para ser un vago sin estudios. Debía convivir con gente que de verdad padecía de alguna enfermedad mental. Era difícil encajar en un lugar al cual no pertenecía. Los internos me parecían que eran muñecas frágiles y que con cualquier caricia se podrían desboronar. Y los pacientes no eran lo malo del lugar, sino los muchísimos fantasmas que rondaban por todas partes.

Con el pasar del tiempo, logré separar el mundo de los vivos con el de los muertos. Debía reclamar mi vida y mi espacio, concentrándome en mi entorno, así desaparecía por arte de magia la dimensión donde el tiempo no pasaba y ellos rondaban. Logré hacer aquello cuando acepté lo que era y cuando me convencí a mí mismo de que ellos no eran producto de mi demencia y necesitaban de alguna manera ser vistos. Si negaba quién era, perdía el control sobre mí. Llegaba forzadamente lo que llamaba el ocaso, la dimensión donde ellos habitaban y el tiempo estaba detenido. Lo más extraño fue que no pude volver al espacio donde se encontraban las velas y un largo papiro que contaba el inicio de mi despertar. Supuse que ya no había motivos para ser alertado en sueños por los Isaac's de otras líneas de tiempo y así cambiar el posible futuro negativo.


Los primeros días fueron difíciles, lo único que me animó fueron las cartas de Albert, Daniel y Terry. Las leía seguido. También, la compañía de Luna mejoraba todo. Ella parecía ser una ratoncita fuera de lo común, cuando le hablaba, me prestaba toda su atención y le gustaba ir conmigo a todos lados. Siempre la llevaba en algún bolsillo seguro.

El lugar estaba dividido por pacientes. Me encontraba en el ala donde estaban los adolescentes y adultos jóvenes. Teníamos prohibido convivir fuera del salón de reuniones, donde a veces recibíamos terapia en grupo. Hablábamos de lo que nos afligía y más. Me sorprendía escuchar a los demás, muchos habían pasado por sucesos inhumanos que los rompió. En diversas ocasiones contuve el llanto ante las historias que escuché. Entendí que, a pesar de estar sin mi familia en el internado, fui una persona afortunada.

El lugar no era tan desagradable, disponía de muchas comodidades, una vista hermosa hacia el bosque desde el ventanal de mi amplia habitación y aire fresco con el aroma del bosque. También iba a la biblioteca, y como era de esos locos no agresivos ni destructivos, podía sacar cinco libros de la biblioteca mensualmente. Y no solo eso, me dejaban usar varias veces por semana el piano elegante de cola que había en la sala de música. Cuando practicaba, siempre me acordaba de Daniel.

En mi habitación me entretenía leyendo y cuando me aburría de eso, me tiraba en la alfombra, cerraba mis ojos y entraba en ese espacio donde estaban ellos: los fantasmas. Solía intentar conversar con estos, pero lo único que podía hacer era mirarlos y entender su pasado con las pocas palabras que llegaban articular, eran similares a niños perdidos. Algunos no hablaban, únicamente rondaban por el lugar mientras esperaban desaparecer con el paso del tiempo.

Inspirado por los fantasmas, volví a mi pasatiempo de escribir. Sin embargo, escribía sobre ellos, intentando entenderlos. Estaban los que flotaban de un lado a otro y poseían un rostro difuso, como si una nube se hubiera instalado en su cara. Los que más me agradaban eran los que aún conservaban rasgos humanos y llegaban a balbucear alguna que otra palabra. Y los fantasmas que evitaba eran los que se habían convertido en sombras que se desplazaban con si un fuerte viento los impulsara. A veces tomaban la forma de pájaros, polillas, serpientes y cualquier cosa que alterara a los pacientes. Cuando ellos gritaban de horror, desprendían un hilo compuesto de energía que consumían los fantasmas sombras.

De alguna manera, no me sentía solo. Sin embargo, extrañaba a Daniel, Albert y hasta Terry. Al ya no tenerlos cerca, valoré más cada momento que pasamos juntos. Los buenos momentos que compartimos se hicieron pesados y afligía a mi corazón. No podía volver y disfrutar más de la compañía de ellos. Muchas veces Daniel aparecía en mis pensamientos, me preguntaba qué estaba haciendo, si se estaba convirtiendo en el pianista que soñaba ser y si no me había olvidado.

Y sin poder evitarlo, también pensaba en Albert. Su confesión seguido se manifestaba en mis recuerdos. Me hubiera encantado quedarme en el internado, estar en la misma clase que él y convivir más. Él tenía un efecto extraño en mí, al estar a su lado encontraba una paz inmensurable. Su aroma me evocaba el recuerdo de un panteón solitario, donde se podía dormir sin que ningún fantasma interrumpiera mi descanso. 



---Nota---

Faltan dos capítulos más epílogo. 

Dato importante: 


Pueden elegir el final que más les guste, incluso en una de las muertes de Isaac. Dejen me explico. Todo lo que ha soñado y sentido Isaac vivir fue real. Sucedió en otra realidad distinta. Lo que hemos estado leyendo es la aventura de un Isaac que intenta evitar futuros catastróficos y va a aprendiendo de los errores que tuvieron los otros Isaac's de otras dimensiones alternas. Lo único que le queda como recordatorio y alerta, son sueños, bueno pesadillas. Los sueños son los que están conectados con las realidades alternas.

Como ya sabrán, en el capítulo anterior, un Isaac que murió apuñalado, le reveló que sin Daniel no hubiera logrado soñar con los futuros posibles. Ya que iba a tener un colapso mental al descubrir que murió su madre, y estando solo, sin apoyo moral, hubiera caído en la locura. 

Este es mi final favorito, abierto (?) :P 

Aquí hagan sus apuestas. ¿Con quién se va a quedar Isaac? 
A: Un fantasma
B: Un interno que conocerá
C: Con Daniel
D: Con Albert
E: Con nadie, alv 
F: Se va a matar porque está encerrado 

¡Abrazos! 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora