Ya, bebito

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—Isa... Isa... Isaac. Despierta —murmuró Daniel en la oscuridad de mi habitación—. Tienes que ir a cenar, no has comido en todo el día.

—Déjame en paz. —Me escondí debajo de la frazada.

—Isa, vamos. —Llevó su mano a mi cabeza y agitó el cabello—. De por sí ya estás flaco, si no comes vas a desaparecer —dijo con una tierna entonación.

—No importa eso —murmuré triste debajo de la frazada—. Es mejor si me muero. —Le di la espalda.

—Déjame ayudarte —dijo molesto.

Me arrebató la frazada de un jalón y, furioso, se lanzó encima de mí. Me hizo mirarle en la penumbra de mi habitación. Qué momento más irreal. Sentir el peso de su cuerpo y ver la ira encarnada en su mirada de sol. Supuse que me odiaba por golpearle y dejarle en su rostro un horrible moretón. La presencia de Daniel le quitó relevancia a las sombras de los copos de nieve que descendían y se proyectaban en el muro de la habitación. Él llevó sus frías manos en mi cuello.

—¿Qué? —pregunté extrañado.

Comenzó a presionarlo.

—Odio a la gente débil. ¡No seas débil! ¿Quieres morir? Porque yo puedo cumplir tu deseo —comentó molesto y presionó con más fuerza. El aire comenzó a faltarme—. Muchas veces he querido lo mismo, pero nadie ha sido tan misericordioso para cumplir mi deseo. —Resopló por la nariz.

Por un momento creí que bromeaba, pero al sentir que me costaba respirar, me di cuenta de que iba enserio. Lo empujé con mis manos. Tomé una bocanada de aire y lo miré asustado.

—¿Por qué? —pregunté lloroso.

—Porque eso quieres. Te daré lo que quieras. —Se quitó de encima y se acomodó a mi lado.

Sus palabras me agitaron, las entendía, pero no las quise aceptar.

—No. —Me extrañó sentir aún su agarré. Llevé mis manos a mi cuello, ya no estaban las de él, pero sí la energía—. Lo que quiero de verdad es verla una vez más, pero no puedes darme eso. —Contuve el llanto y, derrotado, alejé mis manos de mi cuello y las junté simulando ser un cadáver dentro de un féretro.

—No, no puedo. Lo siento mucho. Y me temo que muriendo tampoco la verás, al contrario, terminarás matándola para siempre. Ella vive en tus recuerdos —regañó.

—No me sentía tan solo creyendo que algún día podría verla de nuevo. Pensaba en que le contaría sobre mi vida y yo escucharía sobre la suya. Que recuperaríamos el tiempo perdido charlando por horas. Ya no puedo hacerlo. Es tan difícil. Duele demasiado. ¿Por qué él no me dejó verla? ¿Por qué me alejó de ella? No lo entiendo. —Las lágrimas volvieron a salir.

Daniel no dijo nada, no necesitó hacerlo. Me animó con un fuerte brazo. Hundí mi cabeza en su pecho. Estaba tan cerca que pude percibir el aroma a tabaco que se mezclaba con un boscoso perfume y el jabón de la lavandería. Refugiado en sus brazos y escuchando el latir de su corazón, lloré como un niño perdido. Lloré hasta que me cansé. Llevó su mano a mi cabeza y agitó suavemente mi cabello.

—Ya, bebito —susurró—. Yo te voy a cuidar.

—Mientes, te irás detrás de él —di queja sin abandonar el refugió que eran los brazos y pecho de Daniel.

—No. —Negó con la cabeza—. Era una estúpida idea. Él se va a casar en primavera —informó pensativo—. Nuestra felicidad hubiera sido efímera. No me pareció mala idea en su momento. Un par de meses junto a él, sin esperar con ansias el futuro, pensando en la muerte cuando nuestro momento terminara. —Soltó una carcajada—. Sin embargo, me quitaste la idea con un puñetazo.

—Me alegro de haberlo hecho. No mereces que te usen y al final te dejen por alguien más. —Pasé la manga de mi suéter en mis ojos y limpié las lágrimas estancadas en mis pestañas.

—No lo entenderías, Isa. Tú aún no te enamoras —aseguró—. En el nombre del amor se hacen tantas barbaridades.

—Creí que no lo amabas, que solo lo utilizabas.

—Te mentí, ya te lo dije —dijo un poco enojado, pero sin alterar su amable entonación—. De saber la verdad, no hubieras querido ser amigo de un chico tan patético. Uno que se enamoró de su profesor de música y prefería estar muerto antes que lejos de él.

—Puede ser que confundiste amor con admiración —comenté un poco más tranquilo—. Te encanta tocar el piano, ¿cierto? Aquel día que te escuché, percibí tu pasión por la música. Tal vez lo admiras porque es muy bueno.

—Puede ser... Ya no importa.

Me aparté de su pecho y brazos, terminé acostado a su lado, compartiendo la misma almohada. Le miré el rostro, justo donde se encontraba el moretón, estiré mi brazo y lo toqué. Daniel frunció ligeramente el ceño, aparté mi mano y solo mi mirada recorrió su apacible cara pecosa.

—Lo siento... Lo hice porque las monjas te iban a descubrir. ¿Te duele mucho?

—No tanto como a ti te duele el corazón —respondió y me otorgó una angelical sonrisa.

—¿Te irás cuando tengas la oportunidad? —Volvieron a salir las lágrimas de mis ojos—. No lo sé, no sé por qué me entristece tanto pensar en que te irás. No nos conocemos de tanto tiempo y...

—No necesito conocerte de tanto tiempo —me interrumpió—. Siento que te conozco de toda mi vida, que únicamente nos separamos por un breve tiempo y nos volvimos a reencontrar. Lo siento con mi alma. No me iré. —Ladeándose, llevó su mano a mis ojos y me limpió las lágrimas—. Solo nos tenemos a nosotros. —Reposó su mano en mi mejilla, se volvió cálida—. Perdón, no pensé en ti, creí que eras más fuerte... Creí que te daría igual que me fuera y que estabas acostumbrado a la soledad.

—La odio, como no tienes idea. La soportaba porque soñaba con un futuro imposible. Siempre pensaba que esta etapa de mi vida pasaría rápido y se volvería un lejano recuerdo oscurecido por mi feliz presente. —Mordí ligeramente mi labio.

—Nos haremos compañía mutuamente, ya no estarás solo. —Volvió a sonreír.

—Tú tampoco lo estarás.

Guardamos un silencio prudente, nos miramos directamente hacia los ojos. Estaba muy cerca de su rostro, lo analicé, y mientras lo hacía, creí la idea de que Daniel había sido concebido con mucho amor. Él trasmitía confianza, calidez, seguridad y amor. Pero por dentro, era un chico roto, y eso pocos lo sabían. La tristeza que consumía su ser era algo que no compartía con nadie ni exteriorizaba.

El encanto de Daniel fue lo arrastró en el alquitrán, cualquier persona que conviviera con él, fácil se podía enamorar, volver loca y querer consumir su brillo único. Daniel era una luz en la penumbra de mi vida, y yo era una polilla con frío.

—Entonces, vamos. —Inesperadamente, se incorporó, tomó mi mano y me jaloneó—. Los vivos necesitan comer. ¿Qué habrá hecho de cenar Cristal? —preguntó risueño.

Callé, no me atreví a decirle la cruel verdad. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora