Violeta

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—Caminas muy lento

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—Caminas muy lento. —Claudio apresuró el paso.

—No veo muy bien, no me quiero tropezar —informé molesto.

Recordé mis lentes colgando del cuello del suéter de Daniel.

—No quiero ir contigo. Me caes mal, eres un engreído. Haz lo que quieras... —Salió corriendo.

Fui detrás de él, no me pareció buena idea separarme aún más, aparte de que no conocía del todo el lugar. Tropecé con una piedra levantada y caí. Por un segundo, Claudio me miró con mucha indiferencia, se rio y después se dio a la fuga. Me levanté y sacudí mi uniforme. Cabizbajo, caminé por el lugar. Vi algunas tiendas, pero me daba un poco de timidez entrar solo. Tomé lugar en una banca que se encontraba debajo de la sombra de un colosal árbol sin follaje. Solté un suspiro que se fue a un lugar lejano.

El día que tanto había esperado se volvió caótico. El sol débil del invierno estaba en su apogeo. La gente caminaba apurada. Había mucho murmullo. Desde mi lugar, vi borrosamente a un niño pequeño andrajoso y descalzo. Pedía monedas a los transeúntes. Hacía una seña con su mano indicando que necesitaba dinero para comer. La gente pasaba y lo ignoraba como si no existiera. No me sentí bien viendo eso. Entonces, se acercó una jovencita de trenzas largas y con un cesto de lleno de radiantes flores frescas. Sacó de la bolsa de su larga falda un monedero y le entregó un billete al niño. Me sentí muy agradecido con ella. Al parecer, percibió el peso de mi mirada, me la correspondió. Caminó hacia donde me encontraba, bañándose con la luz de los rayos del sol tierno de invierno. Tomó una rosa blanca y me la ofreció.

—Alegrará tu día —dijo y sonrió de la manera más honesta que había visto en mi vida.

Desconcertado, estiré mi mano y tomé la flor. Contemplé a la joven, vi en su rostro redondo mucha simpatía y en sus ojos un tierno cielo atrapado. Volvió a otorgarme una linda sonrisa, una que volcó mi corazón.

—¿Cuánto es? —pregunté avergonzado.

—No las vendo, es un regalo —dijo con un dulce y encantador tono de voz—. Las compré para que alegraran mi habitación. ¿Eres estudiante del Colegio La Paz, cierto?

—Sí. —Asentí.

Avergonzado, roté entre mis manos la fragante rosa.

—¿Los tratan muy mal, cierto? —Tomó asiento a mi lado.

—Son estrictos. ¿Por qué la pregunta? —curioseé extrañado.

—Mi hermano estudiaba ahí, pero se suicidó —contó con una triste entonación que lograba opacar su dulce voz.

La miré asombrado. Era la hermana de él, no dijo haber tenido una hermana. Por supuesto, no conversé tanto con él para saberlo. Llevó el canasto a su regazó y movió sus largas trenzas castañas detrás de su espalda.

—Lo siento —comenté en voz baja.

—Yo lo siento, te deprimo más. Lo que pasa es que siempre me dio curiosidad ese colegio. —Nerviosa, juntó sus manos—. Pienso que le hicieron cosas horribles a mi hermano, cosas que lo llevaron al suicido. —Llevó su mirada al horizonte, un tanto melancólica.

—No lo sé, intento concentrarme en mis estudios y en no romper las reglas.

—Por un momento pensé que eras el fantasma de él —confesó—. Por el mismo uniforme. Me alegré mucho... Por cierto, soy Violeta. —Estiró su mano.

—Isaac —respondí el saludo de mano.

—Mucho gusto. —Sonrió animada—. ¿Te escapaste?

—No. —Negué con la cabeza—. Tengo permiso para salir los domingos.

—Cierto, les dan permiso. Mi hermano iba los fines de semana a casa, pero no hablaba mucho. Mis padres me sacaron del colegio donde estaba cuando él murió. Ahora voy en una escuela pública —contó.

—¿Y es mejor?

—Sí. —Asintió y sonrió—. ¿Por qué no te cambias? Tal vez nos veríamos ahí.

—Porque no tengo un hogar a cual regresar después de clases... —musité lo que pensé.

—Lo siento.

—Está bien. —Junté mis manos y mantuve la flor en el centro—. Muchos padres abandonan sus hijos. Tuve la fortuna de que para mí fuera en un colegio donde no me falta nada. Hay niños que rondan en la calle luchando por su sobrevivencia. Soy afortunado, de alguna manera.

—Tienes razón. —Miró el reloj rosado de su muñeca—. Tengo que irme, ayudaré a mamá a hacer la comida. ¿Vendrás el próximo domingo por estos rumbos? Me gustaría saber más del colegio... Ya no quiero tener pesadillas ni imaginarme cosas horribles. —Calló por un momento—. Mejor, ¿te dejan mandar cartas?

—Sí —respondí anonado.

—Bien, ¿puedes escribir y contarme sobre el colegio? ¿Y puedes preguntarle a los estudiantes sobre mi hermano? —pidió un poco desesperada.

—Sí, puedo... —dije tímido.

—Te daré mi dirección. —Se incorporó llena de energías—. Por favor, escríbeme. —Nerviosa, escribió sobre una tarjeta, le temblaba la mano.

Me entregó la tarjeta con la dirección.

—Soy un desconocido... —comenté al recibirla.

—Eres bueno, lo sé, me lo dijo mi corazón —respondió con una dulce entonación—. Isaac, debo irme... Espero tus cartas.

Miré su esbelta figura perderse entre la multitud. Me pellizqué por un momento.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora