Lana Fajro

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Desanimado, miré el reloj de mi muñeca, faltaban quince minutos para la una y aún no había señales de mi padre. Respiré hondo, el aroma a mirra se adentró en mis fosas nasales y me golpeó el cerebro. Fastidiado y asqueado por el olor, solté un ligero suspiro. Cruzó en mi mente Daniel. Seguido su recuerdo se tomaban muchas libertades en mi cabeza y se quedaba dando vueltas. Revivía las conversaciones amenas que mantenía con él, su aroma y lo cálido que solía ser conmigo. Me refugiaba en él porque me hacía feliz.

Entró una persona apresurada y me sacó de mis pensamientos. Caminó hacía la dirección, sus tacones resonaron como campanas. Era una elegante mujer con porte de cisne. Ingresó a la dirección y a los pocos minutos salió junto con la directora. Ella me señaló con su arrugado dedo de dictadora. Ladeé mi cabeza y miré extrañado la escena. La dama se acercó a mí, con una sonrisa en forma de flor, y me extendió su mano.

—Hola, Isaac. Soy Lana Fajro —saludó con una voz imponente y llena de confianza—. Tu padre me ha confiado para llevarte a casa.

Inmutado, me incorporé y tomé su mano. Ella la presionó como si quisiera trasmitirme un poco de su confianza.

—Mucho gusto —dije apenado y solté la mano.

—Disculpa que demorara, me fue difícil encontrar el lugar. ¿Nos vamos? —preguntó animada.

—Sí. —Asentí.

Tomé mi valija y caminé detrás de ella. Se movía meneada, llena de seguridad en sí misma. Portaba un ajustado vestido rojizo que hacía juego con sus labios y resaltaba su escultural y voluptuoso cuerpo. Me pareció una mujer atractiva que cuidaba cada detalle de su cuerpo. Paramos en el estacionamiento del internado. Tenía estacionado un refinado carro azulado que aparentaba ser muy ostentoso. Lo extraño era que en los asientos traseros estaba una pequeña niña que abrazaba un gran oso de peluche. Al ver su cabello castaño y ojos de cielo, no tardé en suponer que era su hija.

Me extrañó que mi padre mandara por mí a una mujer con una niña. Cruzaron por mi mente muchas suposiciones, pero preferí ignorar mi voz interna y esperar a que Lana me contara quién era.

Abrió el maletero y me sonrió de manera extraña, como si se obligara a sí misma ser amable conmigo. Tenía tantas preguntas. Después de que dejé mi maleta y entré en el lugar del copiloto, ella se subió y arrancó. Estaba muy tenso el ambiente.

—Mamá, tengo sueño —dijo la niña y cortó con la tensión.

—Duerme, cariño, el viaje será largo —le respondió Lana con mucha ternura.

—Quiero leche con chocolate —pidió la pequeña.

—Te compraré una cuando tenga la oportunidad, cariño.

—¿Y un pastelillo? —preguntó animada.

—Si te portas bien, sí, linda.

La voz de Lana cuando hablaba con su hija era tan diferente y agradable. Era como si le dijera a su hija en cada palabra que la amaba y era lo más valioso para ella.

Junté mis manos sudadas y llevé mi mirada a la carretera. Estaba muy nervioso.

—¿Te gusta el colegio? —preguntó sin dejar de fijar su mirada en la carretera.

—Sí —respondí tajante.

—¿Tienes muchos amigos?

—Tres —dije.

—Son los justos y necesarios —expresó—. Y tu padre creía que te costaría tener amigos. —Esbozó una simpática sonrisa.

Contemplé su perfil. Su rostro era muy ordinario, no vi nada que la hiciera diferente a una modelo genérica de revista. Estaba muy maquillada y arreglada. Comenzó a molestarme su perfume exagerado que se agitaba en el ambiente. Me pareció fingido como ella.

—¿Por qué no vino él? —pregunté.

—Tiene mucho trabajo —respondió.

—Le agradezco mucho que se tomara la molestia de venir por mí. Recuerdo que el colegio está muy lejos de casa —conté.

—Es un gusto. —Calló por un momento—. Isaac, querido —me nombró con ternura—. No creo que sea el mejor momento para hablar de esto. Pero creo que debes saberlo. —Me lanzó una mirada rápida, como si esperara descubrir mis emociones con el cielo que tenía por ojos—. Soy tu madrastra. Alana es tu media hermana —informó sin dudar en su entonación.

—¿Qué? —La miré asombrado—. ¿Por qué apenas me entero? —cuestioné intentando mantener la calma.

—Ya sabes cómo es tu padre... Te lo juro, desde el primer día que él me dijo que tenía un hijo, quise conocerte, pero no me lo permitió. Lo siento mucho, Isaac. —Me lanzó otra mirada, una con lástima.

—Entiendo. —Enserié.

Me arrellené en el asiento.

No venían las palabras, pero sí mucha tristeza que contuve. Me solacé viendo la pista forestal se ondeaba. El bosque que enmarcaba la carretera se encontraba rebosante de vida. Parecía un lugar mágico, los árboles de diversas tonalidades en su follaje parecían recrear una bonita pintura. El sol se filtraba entre los espacios y se proyectaba en el suelo como si fueran los dedos de algún dios ansioso de tocar la tierra y acariciar la vegetación que crecía.

—Issac, lindo. Escúchame —pidió con una amable entonación que no le quitaba fuerza a su seguridad.

—Claro. —Llevé mi triste mirada en ella.

—Debe ser difícil. Pero quiero que entiendas a tu padre. Él no fue el mismo después de lo que pasó con tu madre. Tenía derecho de buscar la felicidad de nuevo y la encontró conmigo. Nunca apoyé la idea de que te mantuviera alejado de la verdad. Espero que no me guardes rencor.

—No lo hago. No es tu culpa que él quisiera sacarme de su vida —dije fingiendo calma—. No sé qué pasó con mi madre... no recuerdo, pero no creo que eso justifique nada. Yo no tengo la culpa que se llevaran mal... —murmuré.

—Isaac, eso lo debes hablar con tu padre. No es un tema que me corresponda. Solo quiero que sepas que te considero parte de la familia, y que sabía que llegaría este día. —Colocó su mano encima de las mías. La alejó cuando tuvo que hacer un cambio de velocidad.

—Gracias, Lana. —Callé por un momento, vi en el retrovisor a la niña que dormía protegida en su silla—. ¿Cuántos años tiene ella?

—Alana tiene cinco años. Le encanta jugar y dormir. Como todos los niños de su edad —contó orgullosa—. Es muy inteligente, como tu padre y seguramente como tú. Espero que se lleven bien. Hace tiempo que le dije que tiene un hermano mayor estudiando en un internado. Ella se emocionó mucho —platicó sonriendo.

Conversé con Lana en el trayecto. Me puso al día con ella y mi media hermana. La envidié un poco, era una niña mimada, protegida por una amorosa madre y un padre que sí la quería. Me pregunté si en el futuro la mandarían a un internado como a mí.

Hicimos un par de paradas para comer, llenar el tanque y pasar al baño. Llegamos a las once de la noche al hogar que no recordaba del todo y añoré con todo mi ser. Quería vomitar mi corazón de los nervios. 

(Nota de autor

¿Están disfrutando de la obra? Me falta la mitad para subirla completa y les digo, como mini destripamiento, que se viene cosas intensas
Juego, adivina el spoiler real entre todos y gana un café/té si así pasa más adelante en la obra:

Daniel se muere
Isaac se muere
Albert se muere
Todos se mueren
Daniel será el esposo de Isaac
Terrence está enamorado de Daniel/Isaac
Isaac y Daniel se hacen novios 
Daniel y Terrence se hacen novios
Daniel se queda con el profesor
Isaac se muere de tristeza
Isaac se vuelve loco como su madre)



Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora