¿Fuga?

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No hablé mucho con Cristal, fui lo más cortante que pude. Ella no me agradaba. Para la edad que tenía era muy inmadura, y era claro que no sabía qué rumbo tomar en su vida. No era creyente, únicamente trabajaba en el colegio para ayudar a su madre enferma y pequeña hermana. Me habló un poco de su familia, la que vivía en un pueblo carente de muchas cosas. Por un momento me pareció una persona muy resiliente. A pesar de haber tenido una vida complicada, sonreía despreocupada. Definitivamente no era mala, pero no de mi agrado.

Me encontraba en una pequeña tienda de conservas junto a Cristal. Olía bien el lugar, a un dulce que no pude distinguir. Miré despectivo los anaqueles, nada lograba llamarme la atención y quitarme la amargura.

—Compraré para mi hermana y madre, en el pueblo no venden de estas —dijo al tomar varios frascos de cerezas—. ¿Qué harás en Navidad? —preguntó risueña.

—Estar en el colegio —respondí tajante y después torcí ligeramente la mueca.

Cristal soltó una risita de nervios y pasó a ignorarme viendo más conservas.

Salimos de la tienda. Quería que terminara ya la salida, no poseía ánimos de nada, ni de ir a lugar, ni antojo que complacer. Un molesto vacío comenzó a crecer en mi corazón, uno que lo amargaba y lo alentaba.

Me acomodé la bufanda al sentir frío. Daniel apareció en mis recuerdos, envolviéndome con ella. Me pregunté qué le obsequiaría en Navidad. Sonreí, volvía a tener un propósito. Mientras seguía a Cristal, pensé y pensé en qué darle de obsequió a Daniel. Cristal quiso ir a la tienda de chocolate artesanal. Estaba irritado por qué no se me ocurría nada. Entonces, vi chocolates en forma de cigarrillos. Me causó gracia, pero me pareció una excelente idea que él sustituyera los reales por chocolate. Compré varios. Cristal no se enteró, bobeaba con la escultura de un chocolate de conejo que exhibía la tienda como adorno.

Pasamos el tiempo visitando las tiendas abarrotadas de consumidores. La gente parecía loca por la Navidad, tal vez pensaban que el mundo se terminaría. Al final, dejé en un buzón la carta que le escribí a Violeta. Faltando cinco minutos para la una, fuimos a la fuente de sirena a esperar a los demás. Al poco tiempo apareció Ángelo y Milano, pero no Daniel. Pasaron quince minutos, no sabíamos nada de él. Cristal miraba nerviosa de un lado a otro. Milano y Ángelo comenzaron a desesperarse.

—¿Dónde está Daniel? —preguntó Milano mientras mordisqueaba el cono de su helado.

—No lo sé —respondió Cristal con la voz temblorosa.

—Tal vez se le pasó el tiempo platicando. Vamos al lugar donde se quedó —sugerí.

No me extrañó mucho que se tardara, a Daniel no le importaba ser puntual. Imaginaba que estaría en la cafetería, conversando, sin noción del tiempo. No obstante, aquello solo se quedó en mi imaginación. No estaba. La monja entró, preguntó con los meseros, nadie le dio información útil. Salió del local con su rostro sobrio y duro. Para empeorar las cosas, comenzó a nevar.

—Debemos regresar —dijo Ángelo.

—Los regresaré y volveré a buscarlo —murmuró nerviosa y llorosa Cristal.

Volvimos a la camioneta. Parecía que estaba tranquilo, pero mi mente estaba hecha un caos. Imaginaba tantas cosas horribles que pudo haberle pasado a Daniel. Debido a la nevada, comenzó a oscurecer antes de tiempo. Parecía que las tinieblas envolvían todo. Mordí ligeramente mis labios. Me sentía muy nervioso. Me regañé, no tenía mucho de conocerlo. No debía ser tan importante para mí. Entonces, recordé el tiempo que había pasado con él. Conversábamos como si nos conociéramos de años y a su lado me sentía cómodo. Era la primera vez en mi vida que alguien me hacía sentir algo así. La angustia creció. Milano y Ángelo cuchichearon sobre el asunto, se preguntaron qué tipo de castigo le darían a Daniel.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora