Corazón roto

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Todo lo sucedido en aquel día de luna llena se volvió lejano, no sabía con exactitud si fue una alucinación que tuve o un sueño. Cuando volví en mí mismo, me encontraba en mi habitación. Era de día, los pájaros cantaban de manera estruendosa. Me encontraba sumamente fatigado, era una sensación similar a haber corrido un maratón sin descasar. Agarré fuerzas de mis suspiros. Me alisté según la costumbre y realicé mis actividades de siempre. No obstante, seguía estando un tanto fuera de mí. En el desayuno y en misa no dejaba de ver a Albert, quería preguntarle sobre lo que consideraba un sueño. No obstante, el tema no surgía. Tampoco tenía la confianza suficiente para ser directo y preguntarle sobre lo sucedido.

Cuando repasaba en mi cabeza todo, parecía ser más un sueño que nada. Aquello logró desplazar de mis recuerdos mi momento especial con Daniel. Intenté volver a ver aquellas alucinaciones regresando a los lugares donde las vi, el chico del baño y Bach en la bodega de libros viejos. No vi nada de nada. Suspiré preocupado. No tardé en concebir la idea de que me volvía loco como mi madre y todo lo alucinaba. Entristecí en pensar en mi futuro: encerrado en un manicomio. No obstante, recordé la promesa que hice con Daniel y eso mejoró mi ánimo.

Las semanas pasaron lentamente, entre exámenes, tareas y dudando de mi cordura. Terry comenzó a aburrirse de seguirme, no le hablaba cuando intentaba simular ser mi sombra. Sin embargo, extrañamente, volvió a hablarse con Daniel. Discutían seguido y me arrastraban en sus peleas. A veces interfería, esperando que no se golpearan de nuevo. No sabía qué mosco les picó y por qué estaban tan intensos. Me recordaban a un matrimonio fallido.

Era viernes, cenaba mientras escuchaba a Daniel y Terry discutir entre susurros. Albert estaba sentado enfrente, también les prestaba atención a ellos y a veces sonreía tímidamente con las cosas que decían. Daniel, después de darle la contra a Terry y criticarlo duramente por lo que dibujaba, sacó del bolsillo de su pantalón notas que entregó por debajo de la mesa. Los tres recibimos la misma nota. Daniel nos citaba en la reja abandonada que daba acceso en el bosque y cementerio. Aquello me emocionó, habían pasado los meses y no convivíamos todos como antes.

Tiempo después de la revisión, me escabullí con Terry del dormitorio. Caminamos a la par iluminados por las estrellas. En alerta, miré por todos lados por si veía algo fuera de lo normal.

—Es la primera vez que hago esto —murmuró Terry—. ¿Qué planeará Daniel? Él no me da confianza.

Por un momento sentí que Terry apreciaba más a Daniel de lo que decía. No le duró muchos meses el coraje de que lo golpeara. Hasta por un momento me pareció pretexto que me siguiera y «cuidara» para estar cerca  de Daniel.

—Creo que te gusta, discuten igual que una pareja de casados a punto de divorciarse —susurré lo que pensé.

—¡Jamás me voy a enamorar de otro de hombre! —expresó alterado, pero controlando el volumen de su voz.

—Eso es negación —murmuré fastidiado.

Escuché cada paso que daba, seguía en alerta. No obstante, me percaté que al aislarme las alucinaciones no se hacían presentes. Las ganas de vivir atraían la demencia. No tardé en preguntarme por qué antes no me pasaba eso. Sin embargo, había olvidado muchas cosas de mi pasado, mis recuerdos estaban fragmentados, algunos aparecían cuando algo los evocaba, otros los suprimía. Antes de conocer a Daniel, me la pasaba con la mirada hacia abajo, evitando a los demás alumnos y consumiéndome en mi monotonía.

Vi que a la distancia la luz de una linterna alumbraba la oxidada reja. El lugar estaba cada vez más descuidado, parecía que lo evitaban a toda costa, hasta el jardinero. Tal vez le tenían miedo a los fantasmas del cementerio que habitaban en el bosque. Nos recibió una alfombra de hojas secas. Terry miraba hacia todos lados, le sorprendía ese pequeño espacio que no encajaba con el entorno pulcro del internado. Me pareció un portal a otra realidad. Daniel y Albert se encontraban en la reja, conversaban sin ninguna emoción implicada en sus encantadores rostros. Miré a Daniel, vestía totalmente de negro, hasta llevaba un gorro que opacaba su cabello de trigo bañado por el sol. Cargaba consigo una mochila, parecía que saldría de excursión o a asaltar algún hogar. Al mirarlo, sonreí sin poder evitarlo.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora