Adonis

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Era domingo, esperaba ver a Violeta para darle la carta personalmente. Le incluía la copia del escrito de Bach. Los nervios me agitaban y me hacían sudar las manos. Daniel se veía confiando, como siempre. Hablaba cariñoso con Cristal. La verdad era que ligaba con ella. Miré por la ventana, la nieve se había tragado al mundo. Todo era tan blanco y resplandeciente.

—Pobre Claudio, no va a poder comer helados —comentó Milano.

—Ahora que lo dices, ¿por qué no está? Tampoco lo he visto en el templo... ni comedores.

—Se intoxicó con algo, lo internaron —contó con mucho pesar y soltó un resoplido.

—¿Cómo es posible eso? —Miré perplejo a Milano.

—Creo que intentó... —hizo una breve pausa— suicidarse... comiendo veneno para rata —cuchicheó preocupado.

—Otro más... —murmuré. Callamos, se tensó el ambiente—. ¿Hace mucho frío para comer helado, no crees?

—Sí. —Asintió con los ojos cerrados y cruzó los brazos—. Creo que beberé chocolate caliente.

Vi el reflejo de Daniel en su ventana, en su bonito rostro pecoso tenía marcada una sonrisa de gozo. Me pregunté que le dio tanta felicidad.

Llegamos al centro de la ciudad y nos dividimos de nuevo, me quedé con Daniel y Cristal. Milano y Ángelo se fueron a hacer lo suyo. La mayoría de las personas que transitaban por el lugar realizaban compras navideñas. Caminaban tan animadas, erguidas, manteniendo anchas sonrisas y conversando amenamente. Les envidié un poco, no entendía el motivo de su felicidad, no lo había experimentado como tal. Quería ir al mismo lugar donde conocí a Violeta. Sin embargo, Daniel pretendía comprar chocolates para reponer el de Milano. Los tres caminamos por el frío y escarchado andador hacía una dulcería artesanal. Sentí que mi abrigo no era suficiente reconfortante. Me abracé a mí mismo. Daniel pareció notar mi malestar por el frío, se detuvo por un momento, se quitó su gruesa bufanda, y sin decir nada, la envolvió en mi cuello.

—No, tú la vas a necesitar —expresé avergonzado.

—Ahora es tuya... recuérdame cuando la lleves puesta. —Me guiñó el ojo y me otorgó una angelical sonrisa.

—No quiero quitarte tus cosas. —Desvié la mirada hacia Cristal.

—Mi abuela siempre me manda muchas bufandas, gorros, guantes y más cosas en invierno. Estoy muy seguro de que la tuya no. Quiero que tengas esta.

Los ojos de Cristal brillaron como el rocío iluminado por un tierno sol de primavera y sonrió enamorada de las palabras de Daniel.

—Gracias —agradecí en un hilo de voz.

—Un gusto, cuatrojos. —Levantó su mano y agitó mi cabello.

Mientras caminábamos por el andador, Daniel se plantó de golpe al ver a la distancia a un hombre de gabardina oscura que caminaba entre la multitud, por su altura y porte era muy llamativo.

—Es uno de mis exprofesores, quiero saludarlo —le expresó a Cristal muy emocionado.

—Por supuesto, ve —permitió Cristal.

Vi desde la distancia a Daniel caminar hacia el hombre trajeado que lo miraba fijamente. Me extrañó que quisiera saludar a alguien. Cristal sugirió que lo esperáramos en una banca y le diéramos tiempo. Tomamos lugar en una banca cercana a una jardinera. No podía ver muy bien a Daniel, aparte de que mucha gente pasaba por el lugar y me obstaculizaban la mirada. Mis lentes se empañaron, me los quité para limpiarlos. Al volvérmelos a poner, Daniel estaba cerca junto con el hombre trajeado. El tiempo se detuvo por un momento desde mi perspectiva.

Lo contemplé al hombre que vestía tan elegante y poseía una presencia sobresaliente. Imaginé la buena vida que tenía, lo dichoso y estable que era. Se trataba de adulto digno de admirar. Proyectaba tantas cosas su ser. Sonrió al sentir el peso de mi mirada, fue una hermosa expresión. Tocó la montura de sus lentes para ajustarlos y vi que en sus grandes ojos se encontraba un cielo encapsulado. Llevé mi ver a su semblante, tenía una barba de candado que enmarcaba su alargado rostro de facciones encantadoras. Su cabello era castaño y algunos mechones ondulados rosaban con su barbilla. Era alto, delgado, pero no flaco, no se contemplaba gula y excesos en su figura. Su piel parecía que la broncearon los rayos del sol acariciándolo. Me pareció una persona única, alguien que poseía una fuerte identidad y no podía ser opacado.

—Él es mi profesor de música —presentó Daniel—. Quiere hablarme de algunas cosas de mi excolegio, un proyecto que teníamos pendiente.

—Hola, mucho gusto. Soy Adonis. —Estiró su esbelta y alargada mano para Cristal.

«Demonios, el nombre le queda a la perfección», pensé.

Ella se incorporó y correspondió el saludo. Las mejillas de Cristal se arrebolaron con solo sostenerle la mano y escuchar su solemne voz.

—Mucho gusto, soy Cristal —se presentó y una picara sonrisa se delineó en su tierno rostro—, me encargo de cuidarlos en la salida —informó amable y un poco sumisa.

—¿Es posible que pueda charlar con su protegido por un momento? Le he propuesto conversar en la cafetería de frente —habló con un vozarrón muy firme que detonaba la seguridad que poseía.

—Claro. —Asintió sonriendo—. Nos vamos a la una. —Miró Cristal el reloj de su muñeca. Estaba sonrojada como un tomate—. Tienen bastantes horas para ponerse al día.

—Gracias, es muy amable.

Se volvieron a tomar las manos.

—Se lo encargo mucho, es un chico algo travieso —comentó risueña—. Daniel, te veo a la una en la fuente de sirena.

—Ahí estaré.

Daniel no me dijo nada ni me miró. Estaba ocupado en contemplar a su profesor con una mirada llena de amor. No tardé en suponer que él era el profesor del que me habló. Me entristeció. Daniel de verdad lo quería, lo decía su mirada. Comencé a hacerme muchas preguntas respecto a ellos dos. Me regañé, lo sabía muy bien, no era de mi incumbencia lo que hacía Daniel con otros. Le eché una mirada rápida, esa era la persona por la cual él estaba dispuesto a morir.

Se alejaron y en el aire quedó por un breve tiempo la fresca colonia que usaba Adonis.

Cabizbajo, terminé siguiendo a Cristal. Quería comprar algunas cosas para darle a sus familiares en Navidad. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora