Fiesta de cumpleaños/ parte 2

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Eran las doce de la noche, seguíamos reunidos en la sala, todos nos encontrábamos tumbados en la alfombra púrpura. El candelabro de cristal pintaba con su luz amarillenta las siluetas de Albert, Terry, Daniel y la mía. Ellos se veían tan felices y encantadores que me parecía el momento de postal. Estábamos de ociosos, disfrutando del momento. Tomábamos vino dulce, comíamos golosinas y hablábamos sobre el colegio. Beber me tranquilizó, y tener a Daniel a mi lado con su brazo encima de mí. Su rostro estaba sonrojado por el vino. De vez en cuando me dirigía una vibrante mirada que intentaba hablar por él. Mientras hablábamos, de vez en cuando me hacía mimos de manera indiscreta; como tocar mi cabeza, juguetear con mis mechones, acariciar mi espalda y brazo. Me sentía suyo sin que lo fuera.

Platicamos de todo un poco y todos coincidimos en decir que odiábamos la clase de deportes. Las monjas nos ponían a darles vueltas a las canchas sin más. Me sentía como un ratón usando una rueda. En esporádicas ocasiones jugábamos baloncesto, voleibol, tenis y fútbol. Eso pasaba cuando estaba de buen humor la maestra de deportes consagrada, y aquello pasaba en muy esporádicas ocasiones. Terminábamos quejándonos de las estrictas y amargadas monjas. Sin contener lo que pensaba, dije que las monjas me recordaban a los pingüinos, más las viejitas que caminaban dando pasos pequeños, lentos y torpes. Todos se rieron y estuvieron de acuerdo conmigo. Mi corazón sanó con sus armoniosas risas en unísono. Para ese momento ya no tenía miedo, estaba rodeado de vivos.

Callamos todos por un momento, como si pusiéramos en orden las ideas a expresar y esperamos que alguien más iniciara con otro tema de conversación.

—Cuéntanos, Albert, ¿cómo era ese tratamiento? —repentinamente preguntó Daniel.

—¿Cuál tratamiento? —Terry le lanzó una mirada a Albert y tomó un trago de la copa que sostenía en manos.

—Albert tenía un novio —chismeó Daniel antes de que Albert articulara alguna palabra—. Las monjas se enteraron y ambos los sometieron en un terrible tratamiento para quitarles... como tú dices, lo sodomita. Me parece una salvajada torturar gente por sus preferencias.

—Lo hacen por su bien. Esas cosas no le agradan a Dios, él creó al hombre y la mujer, no al hombre y hombre. —Terry frunció el gesto con cara de asco.

—Eres un santurrón, no lo entenderías —dijo Daniel sin perder su encantadora entonación—. Te voy a explicar. —Empinó el contenido de su copa y pasó su lengua por sus labios, limpiando con esta el rastro del vino—. Todo son imposiciones y estructuras sociales. Instintivamente nos podemos enamorar de quien sea, sin importar su género. Antes eran normales las relaciones homosexuales, pero después fueron penadas. Por puro gusto de prohibir cosas, no hay de otra. —Se encogió de hombros—. ¿Sabías que en el recto de los hombres se encuentra un punto de placer? —preguntó burlón y clavó su mirada en la cara de Terry—. ¿Por qué Dios nos puso eso en el recto si no quería homosexuales? —soltó, con mucha seguridad en su voz, la pregunta al aire.

Casi me ahogo con el vino que bebía al escucharlo. Daniel, sonriente, tomó mi mano para tranquilizarme. La cara de Terry se transformó en una pintura donde se veía un atardecer. Albert sonrió avergonzado y desvió su mirada hacia el candelabro.

—Eso lo inventaste tú —dijo Terry avergonzado.

—No. —Negó con la cabeza y esbozó una sonrisa angelical—. Terrible, entiendo que lo dudes, eres un chico virgen que se conforma nada más con un pequeñito besito en la mejilla por parte de su novia.

—Daniel, no lo molestes —le dije al ver el avergonzado rostro de Terry—. No todos son tan valientes como tú. No es como en los libros, películas y más. Cada relación y situación es diferente. Además, creo que Terry podría morir de vergüenza —hablé más animado.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora