Una mala decisión

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Mientras corría horrorizado por el dormitorio, choqué con Albert.

—Te regañarán si te ven corriendo. —Me sujetó de los hombros y me ofreció una cálida sonrisa que me ayudó regresar a la realidad.
Sus ojos destellaban vida.

—Yo.... —susurré

—¿Qué sucede? —preguntó y se esfumó su tierna sonrisa.

—Lo que pasa es que... —Las lágrimas escaparon de mis ojos, en ese momento daba por hecho que terminaría en un loquero como mi madre.

—¿Estás bien? Estás temblando —Albert me miró preocupado.

Me tomó de la mano y me llevó por el pasillo hasta su habitación como si fuera un niño perdido. Al entrar a su cuarto, fui recibido por un aroma a flores secas, lo curioso era que no las había. Sin embargo, percibía que en ese espacio no concebía lugar para mi demencia. Albert me ofreció una barra de chocolate empezado que tenía en su escritorio.

—Gracias —agradecí decaído al tomarla.

—¿Por qué estás alterado? Si no quieres contarme, no hay problema —dijo con su amena entonación que únicamente los vivos de buen corazón saben entonar.

—Me estoy volviendo loco como mi madre. —Sonreí al decirlo irónicamente. Ido, me recargué en el muro y miré la barra de chocolate—. Veo y escucho cosas... inexplicables. —Escaparon lágrimas de mis ojos y sin demorar las limpié rápidamente con la manga de mi suéter—. La realidad se altera en cualquier momento inesperado, temo que pase nuevamente y pierda el control. Terminaré en un loquero como mi madre —relevé me afligía y más lágrimas salieron.

—Debo admitir que eres extraño. Pero no considero que sea por demencia —animó.

Llevó su mano a mi hombro y lo miré en la cara, en su apacible y encantadora cara, su encanto me recordó la humanidad que perdía de poco a poco.

—Últimamente no me siento yo mismo, algo dentro de mí se agita y quiere que despierte en ese mundo —le conté en mi tristeza—. Ya no me siento pertenecer a ningún lado. Antes creía que cerca de él... estaba salvo de alguna manera. Pero no es así. Él ama a otra persona, siempre lo hará y únicamente podría ser un mal sustituto. —Callé por un largo momento y enfoqué mi mirada en la ventana.

—Mi madre siempre me decía que en el mundo hay más de lo que podemos ver. —Albert se puso a mi lado y miró la misma ventana que yo, donde se veían la oscuridad y las gotas de lluvia estamparse en el cristal—. También lo creo. Y creo que no estás loco, eres diferente. Un demente no hubiera sabido tanto de mi pasado, el que compartía con Bach, era imposible, solo nosotros lo sabíamos. ¿O a caso hablaste mucho con él? ¿Eran mejores amigos para que te contara de sus secretos más íntimos? —cuestionó un tanto inquieto.

—Hablé muy poco con él. Intentaba ignorar a todos..., enfocarme en el camino que pisaba y en mis deberes. Tener una rutina y un sueño por cumplir me alejaba de la demencia. Pero desde el día que me enteré de que mi sueño no se haría realidad, comencé a caer y perderme. —Me deslicé en la pared y me senté en el suelo. Sin dejar de ver la ventana y soltar la barra de chocolate, abracé mis piernas. Contuve la tristeza que sentía.

—No, no es así. ¿Recuerdas todo lo que me dijiste esa noche? —preguntó y se sentó a mi lado.

Su hombro chocó con el mío. Me pareció que el aroma a flores secas incrementó.

—No... —Negué ligeramente la cabeza y mordí un poco del chocolate, animándome con el dulzor—. Todo estaba lejano, era otra persona y mientras hablaba, vivía esos momentos, los que recordaba, pero no eran míos y a la vez sí. Al final, no los pude conservar y tengo lagunas mentales. Pensé que fue un sueño —dije risueño.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora