La muerte de un futuro triste

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Mientras jugábamos, y fingíamos calma, Daniel bebió mucho y nodemoró en quedarse dormido en un sillón. Lo contemplé esperando encontrarrespuestas en sus pecas, pero únicamente vi un arrebol encantador en su sereno rostro.Él me gustaba demasiado, me enloquecía, pero no sabía quién era en verdad.Mirarlo entregado a un pacífico sueño, me evocó el recuerdo de un príncipeesperando por un beso de amor legítimo para despertar. Él no era un príncipenoble, desde que lo conocí me contó mentiras. El teléfono volvió a sonar, agitó el ambiente y salí de mispensamientos. Griselda, que en silencio aún jugaba conmigo a las cartas, seincorporó y atendió la llamada.

—Es para usted, joven Isaac —anunció con una encantadora entonación al regresar.

Le agradecí, me levanté y salí de la sala. Caminé cabizbajo hasta el teléfono del pasillo. Levanté el auricular y solté un triste hola.

—Hola, querido —saludó Lana—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —mentí.

—Suenas desanimado. ¿Te estás divirtiendo en la casa de tu amigo? —preguntó con gentileza.

—Sí —respondí tajante.

—¿Todo bien? Puedo ir por ti en cualquier momento —sonó preocupada.

—Estoy bien, pero un poco cansado por el viaje. —Solté una risita.

No sabía cómo sentirme al respecto con Lana, sonaba como una madre preocupada por su hijo. Una parte de mí quería contarle todo lo que me pasaba y echarme a llorar en su regazo, pero otra parte de mí la despreciaba.

—¿Está bien si te llamo todos los días que estés en la casa de tu amigo? —preguntó con una encantadora entonación—. No conozco a tu amigo y su familia... Quiero saber de ti.

—Puedes hacerlo, pero todo está bien.

—Me alegro. —Escuché como sonrió a través del teléfono—. Quiero que convivas con tus amigos y salgas más. Si te falta algo, no dudes en llamarme y pedirlo.

—Gracias, Lana. Eres muy considerada.

—Isaac, cuídate mucho. Alana te manda saludos, y tu padre. Por cierto, le va muy bien en la quimioterapia, aunque es pesimista, sé que lo logrará —informó feliz—. Espero que pronto quieras venir de nuevo a casa. Hasta luego.

—Me da gusto, nos vemos pronto. —Colgué.

Volví y me planté por un momento en frente de la puerta de la sala. Estaba seguro de que ya había pasado antes por este momento y lo que sucedería después cambiaría mi vida. Quise recordar más de ese sueño que me mostró el futuro, pero seguía lejano. Abrí la puerta, vi a Daniel cerca del teléfono, sonriendo de oreja a oreja.

—A mí también me gusta escuchar llamadas ajenas —dijo burlón.

Me petrifiqué en el momento y mi corazón dio un vuelco.

—Yo...

—Eres malo disimulando, Isa. Tu rostro siempre te delata —dijo con una serenidad que alteraba el ambiente—. Griselda, trae de lo que consume todas las noches la abuela y vino —ordenó sonriendo—. Mi amigo está alterado, necesita un poco de ayuda.

—Claro —respondió seria, me dirigió una extraña mirada que decía muchas cosas y salió del salón.

—No quería escuchar, pero...

—¿Tú escribiste la carta? —cuestionó y su rostro enserió.

—Sí. —Clavé mis ojos en los suyos, vi enojo—. Lo hice, quería reunirte de nuevo con la persona que amas.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora