Cabeceaba seguido, era difícil mantenerme despierto con los murmullos de las monjas. Supuestamente eran rezos, pero me parecía que maldecían al dios que las obligaba llevar una vida tan aburrida y monótona. Ajusté mis lentes y vi los vitrales que decoraban el templo. Después, llevé mi mirada en las esculturas de tamaño real de los santos. Percibí el peso de su mirada vidriosa, tal vez me juzgaban. Cerré mis ojos y se fueron. No sabía con qué más ocupar mi mente para no dormirme. Odiaba la pequeña Biblia que tenía en manos. Por un momento imaginé que la lanzaba en una de las esculturas juzgonas. Se me escapó una risita. Algunas monjas me voltearon a ver enojadas. Junté mis manos y fingí que rezaba. Volvieron a la suyo.
—Cuéntame el chiste —susurró risueño el chico que estaba sentado en las bancas de atrás.
Me sorprendió, creí que solo estaban Milano, Claudio y Ángelo, otros alumnos abandonados por sus padres.
Giré el cuello y vi a Daniel, estaba muy ojeroso, despeinado y no vestía el traje completo del uniforme. Llevaba la camisa desfajada y la corbata sin anudar. Parecía que no tenía frío.
—No era un chiste —respondí en voz muy baja.
—Qué sueño me da este lugar —murmuró.
Colocó su Biblia en la banca y se acostó encima de esta como si fuera una almohada. Llevé mi mirada en las monjas, ellas seguían rezándole al hombre crucificado en el altar, no se dieron cuenta de que Daniel se dormía. Sin hacer ruido, lo imité, me acosté en la banca alargada. Avisté el techo, era tan alto que me hacía sentir pequeño. Parpadeé un par de veces y me pellizqué para no quedarme dormido. No soporté más, cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño.
En mi sueño recordé a mi madre. Era muy pequeño, jugaba con una pelota en el gran jardín de la casa de mi padre. Ella daba vueltas en círculos con un cigarrillo en la mano mientras murmuraba enojada cosas que no entendía. Me asustó, no dejaba de dar vueltas y fumar. Me acerqué, jalé la tela de su elegante vestido carmesí para llamar su atención. Frenó, me miró, en sus ojos de sol había mucha angustia contenida y lágrimas retenidas. Quería preguntarle qué le pasaba, pero era un sueño. Tiró el cigarrillo y me cargó con sus frágiles brazos de listones.
—Bebé. —Sonrió y vi sus dientes un poco manchados de labial rojo.
—Mamá... Te extraño —dije en sueños.
—Despierta. —Me sacudió Daniel—. Te van a regañar —musitó.
Abrí los ojos lentamente, vi a Daniel a mi lado. Me incorporé y seguí fingiendo que rezaba. Bostecé, me quité los lentes y limpié con la manga de mi suéter las lágrimas estancadas en mis ojos.
Salí desganado y con las energías drenadas. Miré lo vacío que se encontraban los pasillos. No escuchar los murmullos, pasos y percibir la presencia de los demás alumnos me daba una sensación de abandono. El clima no ayudaba a mejorar mis ánimos. Imponentes nubes grises invadían el cielo, se arremolinaban y agitaban. El viento rugía y me daba cachetadas con el frío que arrastraba consigo. Los árboles del jardín se crujían y dejaban caer su follaje seco. Vi rodar las hojas secas por el pavimento del pasillo.
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Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)
Teen FictionPronto en librerías traído por VRYA Isaac no conoce más allá del internado de monjas donde ha sido criado desde su infancia. Su padre niega que lo visite en vacaciones y su madre está internada en un psiquiátrico. Todo su entorno gris cambia cuando...