Él lo sabe

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Pasaron los días y comencé a reunirme con Daniel en los recesos en diversos lugares del internado, como la biblioteca, los pasillos y en los jardines. No podía ir a su cuarto como antes, debido a que no tenía permitido visitar a otros alumnos y viceversa. No tenía privacidad ni para tomarle la mano y revelarle la verdad del porqué no lo iba a visitar a su dormitorio. Hablaba de las tareas, exámenes y cosas monótonas, con intención de disimularla la verdad de mi castigo.

Daniel, cansado de no poder conversar plenamente, sugirió que nos reuniéramos en los baños de la biblioteca. Estaban lejos de la vista de la bibliotecaria y era un buen sitio para tener privacidad, casi nadie los usaba.
Al entrar al baño y encontrarme con Daniel cerca del lavamanos, le conté sobre cómo me gané el castigo. No pudo disimular el enojo que le provocó la noticia, sus ojos radiaban ira y mordió con fuerza sus labios por un momento hasta que quedaron rojos.

—Lo arruinaste, ¿qué hacías paseando en la noche y sin mí? —cuestionó molesto.

—Tuve una pesadilla... y salir me despejó —respondí sumiso.

Intenté contarle sobre mi pesadilla donde estaba el ángel y mi madre se lanzaba en el fuego. Aún se afligía mi corazón al recordarla. No obstante, Daniel no poseía la disposición de escucharme.

—Te dije que no pensaras más en eso. ¿A caso quieres terminar en un manicomio? Olvídate de eso, no lo recuerdes y ni lo hables —dijo y frunció el ceño al cruzar los brazos.

Suavizó su expresión de enojo al mirarme directamente a los ojos y sin dudar, se abalanzó a mí, buscó juntar sus labios con los míos, pero me aparté al retroceder unos pasos.

—Nos pueden ver —murmuré sonrojado.

Daniel no habló. Tomó con sus frías manos mi rostro y me besó a la fuerza. No puse resistencia. Sin embargo, extrañamente, su beso no me trasmitió nada. Tal vez era porque no estaba de ánimos y otras cosas ocupaban mi mente. Al parecer Daniel se percató de mi desánimo, mordió con fuerza mi labio y se alejó.

—Todas las noches pienso en ti, me haces falta a mi lado —expresó molesto, pero sin perder el encanto que caracterizaba en su entonación. Soltó un suspiro buscando calma en este—. Me encantas, eres mi fantasía hecha realidad. Quiero estar contigo en todos los momentos posibles. Sabes que cuando me gradúe nos separaremos por mucho tiempo. Había planeado muchas cosas para la próxima salida y compensar el tiempo que no estaremos juntos. —Torció ligeramente la mueca.

—Lo siento... —Bajé la mirada.

—Es que únicamente piensas en ti y en tus estúpidas pesadillas. Si sigues así, terminarás en un loquero como tu madre. ¿Eso quieres? —Tomó mi barbilla y me hizo mirarlo. De cierta manera, me atemorizaba su enojo.

—No... —respondí lloroso.

—Entonces hazme caso por completo de ahora en adelante.

—Sí. —Asentí.

No sabía lo demandante que era Daniel hasta que trastornamos nuestra amistad. Él estaba experimentado en muchos sentidos y me pedía que le siguiera el paso, a veces se me dificultaba. Siempre quería tanto de mí, pero ya no me escuchaba. Me pregunté dónde se había quedado el chico amable que conocí en inicios de invierno, el que me escuchaba cuando hablaba y sonreía encantadoramente para animarme. Quería creer que seguía ahí y no había fingido esa amabilidad que me cautivó.
Estiró su delicada mano de pianista y acarició mi cabeza como si fuera un cachorro perdido.

—Tendremos que reponer el tiempo perdido... de alguna manera —murmuró con una fría entonación.

—¿Cómo lo haremos? —pregunté con ingenuidad.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora