Pesadillas

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No pude celebrar año nuevo con Daniel, me enfermé de un molesto resfriado. No podía hacer nada más que estar encerrado en mi habitación. Daniel siguió visitándome hasta que se contagió y dejó de venir. Prometimos escribirnos en los días que no nos viéramos por estar enfermos. Como no había mucho que contarle, le escribí sobre algunas pesadillas que tuve. Cada día eran peores y la mayoría muy lúcidas. En una pesadilla soñé que el colegio se prendía en llamas. Me encontraba con Daniel, como solía hacerlo, pasaba tiempo en su habitación. Era un día grisáceo, parecía que una tormenta caería en cualquier momento y se tragaría todo a su paso. Los rayos caían en cada momento y agitaban el ambiente. Un feroz rayo fue el que prendió el internado en llamas. No pudimos percatarnos del incendio porque nos quedamos dormidos, como aquella vez, abrazándonos. Despertamos tosiendo por el humo. Me levanté de la cama, corrí al cajón donde vivía Luna, al abrirlo, saltó una llamarada rechoncha que tenía patas. Caminó por toda la habitación y en cada paso que dio se extendió el fuego. No pudimos salir, la puerta parecía hecha de fuego y los barrotes de la ventana estaban firmes. Nos arrinconamos en la habitación donde el fuego aún no llegaba y nos abrazamos, asustados. Daniel se rio, dijo que no esperaba ese final. Y antes de que nos alcanzaran las llamas, le confesé que estaba enamorado de él. Lo último que vi fueron sus ojos de sol opacarse por lágrimas contenidas. No supe si fue de tristeza o por el humo.

Abrí los ojos de golpe. Ardía en fiebre y me costaba un poco respirar. No le conté esa parte del sueño en mi escrito, donde me confesaba, supuse que leer el libro erótico que me regaló impulsó a mi aburrida mente a soñar cosas. Mis sueños, la mayoría, trataban sobre muertes, confesiones bochornosas y actos innombrables que protagonizaba con Daniel.

El otro sueño que le platiqué en un escrito a Daniel, trataba sobre una persona que no conocía. Era un estudiante, iba en mi clase y lo trataba como si fuera mi amigo. No obstante, su rostro era un agujero negro. Era tan vivida la quimera menos él. Hasta iba al cuarto de Daniel y conversábamos como siempre, mientras contemplaba los ojos carmesí de Luna. En fin, en un día que las nubes parecían flores flotando en el cielo, levanté mi mirada para contemplarlas, y vi como ese alumno sin rostro caía de las alturas. Liberó un seco y fuerte sonido su cuerpo al caer y golpearse contra del pavimento. Esa escena se repitió mucho y se quedó grabada en mis recuerdos. Mi piel se erizaba solo de recordar.

La peor pesadilla que soñé la protagonizaba Daniel. No me atreví a traerla en la realidad ni escribiéndola. Era un día normal, pero de color añil y estaba más tranquilo de costumbre, al parecer, eran vacaciones y no había más estudiantes que él y yo. Las plantas crecían de más, por todos lados. Recuerdo ver flores de color índigo saliendo de las ranuras del laminado del suelo y de las grietas de la pared. No sentía el aire ni el tiempo transcurrir, no había ni motas de polvo revoloteando por el lugar. Caminé fuera de mí hasta la habitación de Daniel. La puerta estaba invadida por una enredadera llena de espinas. Asustado, las quité, pero eran tercas y gruesas, me costó demasiado. Mi desesperación me hizo soportar el dolor. Mis manos se hirieron por las espinas y derramaron mucha sangre. No me importó, lo único que deseaba era ver a Daniel. Al terminar de quitar las enredaderas, abrí la puerta, y lo que vi me destrozó el corazón. Él estaba tirado en el suelo, como si fuera un muñeco abandonado por su dueño, se había desangrado por las cortadas profundas en sus brazos. No quedaba en Daniel ninguna señal de vida. Ya no era él, se trataba de un cuerpo pétreo y roto, donde no habitaba más su alma. Y entonces, ante mi asombro, comenzaron a crecer flores de sus heridas abiertas, de los ojos y la boca; se trataban de abundantes y grandes rosas blancas que lentamente se convirtieron en carmesí al absorber la sangre. Estas me hablaron en unísono con una entonación de ultratumba. «Demasiado tarde». «Nunca te importó». «Es mejor así, estaba podrido del corazón». «Ya no sufre». «Pobre, nunca fue amado de verdad». «Sus mentiras se hicieron verdades que lo llevaron a la muerte». «Olvídalo». «No lo puedes salvar». «No lo amas». «Te daba lástima».

Desperté de golpe, agitado y con el corazón adolorido. Terminé llorando, no lo pude evitar, el sueño había sido demasiado real para mí. Por un momento, en un analepsis, aparecieron sus brazos con las cicatrices de su intento de suicidio. En mi tristeza, me prometí que lo apoyaría en todo, para que él nunca jamás se volviera a hacer daño.

Y así me pasé solo en mi habitación, acosado por pesadillas y enfermo. Cuando me sentía un poco mejor, avanzaba en las notas de Daniel y en la carta de Violeta. Ella no demoraba mucho en escribirme, pero yo sí al pensar en qué responder. Me contaba sobre su vida, lo que le gustaba y más. Me hubiera gustado escucharlo directo de ella, oír su dulce voz, pero no me permitían usar el teléfono, era exclusivo de las monjas y la directora.

Comenzó a resonar en los dormitorios el bullicio al que estaba acostumbrado, los estudiantes regresaban poco a poco de sus vacaciones, las clases estaban próximas a reanudarse, cosa que me entristeció. No iba en la misma clase que Daniel, eso significaba que no teníamos mucho tiempo para convivir igual. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora