Capítulo 37: Hilos invisibles

662 42 17
                                    

Capítulo 37: Hilos invisibles

Emma observó a la chica pelirroja desde el lado opuesto del claro y un escalofrío le atravesó la columna vertebral al ser consciente de la situación en la que se hallaban. Ariel avanzaba hacia ella lentamente, paso a paso, al mismo tiempo que desempuñaba una espada de aspecto amenazador. El sonido metálico inundó el espacio que las separaba en un quejido agonizante, pero Emma sabía que aquello era inútil. Ella jugaba con ventaja, tenía magia y si se lo proponía podía derrotarla saltándose todas las reglas de la moralidad y el juego limpio. Pero no podía matarla, mejor dicho, no quería hacerlo.

— ¡Ariel! — exclamó tratando de contener el temblor que hacía vibrar su voz — ¡Dijimos que lucharíamos por él hasta el final! ¡Unidas! ¿Lo recuerdas?

La sirena se detuvo a pocos metros de Emma y mantuvo la mirada fija en el suelo durante unos segundos que a la mujer rubia le parecieron interminables. Permaneció completamente inmóvil con el arma todavía empuñada en su mano derecha. El único movimiento que se atisbaba era el de su cabello flotando alrededor de su rostro, confiriéndole un aspecto casi fantasmal. Finalmente, Ariel alzó el rostro y Emma pudo controlar el vacío que se había apoderado de su mirada. Tenía las pupilas opacas, ennegrecidas y carentes de vida; cualquier atisbo de la inocencia y la alegría casi infantil que solía invadirla había desaparecido por completo, y para siempre. Una sonrisa macabra le desdibujó el rostro antes de comenzar a hablar.

— Emma — murmuró con voz neutra — el final ya ha llegado — sentenció mientras giraba el rostro para contemplar el cuerpo sin vida del pirata.

Emma siguió el curso de su mirada y una punzada de dolor volvió a clavarse en su pecho, sin compasión. La imagen del cadáver de Garfio seguía presente en su mente pero ella había tratado de cerrar los ojos y recordar su sonrisa, su voz y la mirada pícara que le dedicaba tan a menudo y que, aunque en un principio le había resultado molesta, al final se había convertido en parte esencial de su vida. Quería recordarlo feliz, travieso y jugando con ella entre las sábanas. Sin embargo, en esos momentos todo era de nuevo demasiado real, así que ¿eso era todo? Las lágrimas que había conseguido contener durante los últimos minutos volvieron a empapar sus mejillas y las piernas le temblaron levemente. ¿Jamás volvería a escuchar un “Swan” de sus labios? ¿Nunca podría saborear otro de sus besos con sabor a ron? ¡No! Se negaba a aceptarlo.

Observó de reojo como el Ser Oscuro volvía a presionar levemente el corazón de la sirena y esta daba otro paso titubeante en su dirección. Emma alzó un brazo solo como medida de seguridad e inmediatamente sintió como la magia que procedía de su interior enviaba señales eléctricas a la palma de su mano.

— Podemos encontrar un modo de salvarlo — susurró sin despegar la mirada de la joven pelirroja — Él jamás se habría dado por vencido, Ariel.

Su voz se tornó inaudible cuando ella misma comprobó que sus palabras eran una absoluta locura. Garfio estaba muerto y no existía salida para aquello, ¿o tal vez sí? De pronto recordó los cuentos que le narraba su madre adoptiva mientras ella jugaba con la muñeca de trapo vestida de rojo. Muchos de aquellos relatos terminaban con un beso de amor verdadero que lograba romper maleficios y despertar a bellas doncellas cuyos cuerpos estaban fríos e inmóviles. La princesa abría los ojos y una sonrisa iluminaba su rostro, al mismo tiempo que un apuesto príncipe la tomaba entre sus brazos. Tal vez ella podía darle la vuelta a esos cuentos. ¿Podía una mísera ladrona a sueldo salvar a su pirata? Sabía mejor que nadie que la magia existía y que, en el mundo que les rodeaba, nada era imposible. Aquello podía ser una locura o su única forma de salvación, y estaba dispuesta a comprobarlo. Dio un pequeño paso en dirección al hombre que amaba pero el filo metalizado de una espada le cortó rápidamente el paso. Emma dejó escapar un gruñido ronco cuando alzó la mirada y volvió a encontrarse con los ojos de la sirena, esta vez a escasos centímetros de su rostro.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora