Capítulo 5: La huida

1K 57 1
                                    

Capítulo 5: La huida

"Está loco, completamente loco y moriremos ambos por su inconsciencia." Estas eran las palabras que rondaban sin cesar en la cabeza de Emma, mientras daba vueltas en la estera sobre la que se encontraba tumbada. Le era imposible conciliar el sueño conociendo el futuro que le esperaba. Se miró las manos, apenas dos sombras recortadas en la penumbra, y las cerró con rabia. Ni siquiera era capaz de controlar bien sus poderes, ¿cómo pretendía que se enfrentara al Ser Oscuro? Cada segundo que pasaba odiaba más el instante en el que decidió entrar en aquel barco y el momento en el que creyó que podía comenzar una vida mejor. Volvió a girar y se hizo un ovillo mientras intentaba alejar aquellos pensamientos e intentar dormir. El sueño era la única solución que se le ocurría en aquel momento. Era cierto que tenía poderes pero ni siquiera le servían para liberarse de la situación en la que se encontraba, en realidad solo los había utilizado una vez y lo que hizo fue tan simple y ridículo que no merecía la pena ni recordarlo. Cualquiera podría haberlo hecho con un poco de habilidad, algo que aprendió unas semanas después. Al cabo de unos veinte minutos la tensión acumulada durante los últimos días y el cansancio vencieron y Emma pudo sumirse en un sueño ligero y colmado de pesadillas.

La penumbra seguía cerniéndose a su alrededor y sólo las llamas trémulas y débiles de algunas antorchas situadas en las paredes conseguían que la oscuridad no fuera absoluta. Emma estaba cogida a uno de los barrotes que le impedían salir mientras planeaba la manera de escapar de aquella celda. El amanecer se acercaba y con él el final de su vida, ya que estaba condenada a morir con las primeras luces del alba. Una sombra se deslizó sigilosa en el calabozo que tenía al lado. A pesar de las horas que llevaba allí dentro, no había conseguido ver el rostro del otro prisionero. Estaba situado en la esquina más alejada de su celda, cubierto casi por completo por las tinieblas, y solo en una ocasión fue capaz de vislumbrar un poco mejor su figura y deducir que se trataba de una mujer. Estaba de espaldas a ella. Poco después de que la metieran a empujones en aquella prisión, había tratado en vano de entablar una conversación con su acompañante, pero este no había pronunciado ni una sola palabra. Tras varios intentos fallidos decidió callarse y dejar que un incómodo silencio invadiera la sala, el cual solo se veía interrumpido por sus respiraciones.

Los guardias de seguridad no apartaban la mirada de las celdas y sus posibilidades de poder huir parecían cada vez más lejanas e improbables. Necesitaría un milagro para conseguirlo, y por fortuna aquel milagro se produjo. De pronto comenzó a escucharse un gran alboroto que procedía del resto de estancias del palacio y toda la guardia de seguridad se movilizó para ir a resolver el problema. Emma observó cómo sus vigilantes también se marchaban dejándolas solas en aquel lugar. Seguramente pensarían que dos prisioneras no podrían escapar en los pocos minutos que durara su ausencia, sin embargo ellos desconocían un pequeño detalle que le permitiría a Emma huir de aquel lugar. En cuanto los guardias desaparecieron de su vista, la mujer acercó la mano al candado que cerraba la puerta, cerró los ojos con fuerza y se concentró todo lo que pudo en su objetivo. Al cabo de unos segundos, una luz blanca, que procedía de la palma de su mano, inundó la celda y la cerradura se abrió con un sonido agudo. La chica que había permanecido inmóvil y callada todo el tiempo, salió de su escondite al ver lo que acababa de suceder pero Emma ni siquiera la miró, debía escapar lo más rápido posible, ya que los guardias podían volver en cualquier momento.

- Ayúdame – suplicó.

Ignorando sus palabras, como había hecho aquella desconocida anteriormente con ella, abrió la puerta de la celda y salió corriendo sin volver la vista atrás. La prisionera continuó llamándola pero sus gritos pronto se perdieron entre el jaleo que había en palacio.

- Atrapad al ladrón, ¡qué no escape!

Vaya, así que su salvador era un ladrón, un compañero al fin y al cabo. Esperaba de corazón que lograra salvarse, aunque en aquellos momentos le preocupaba mucho más poder salvarse a sí misma. Siguió avanzando y corriendo entre la multitud en su intento desesperado de encontrar la puerta de salida cuando alguien que se encontraba a sus espaldas, la cogió por el hombro y le colocó una espada en el cuello. "De ninguna manera", pensó, "no he llegado hasta aquí para que ahora me maten." Con un rápido movimiento prendió la espada de unos de los guardias que pasaban junto a ella y se escabulló del arma que amenazaba con degollarla. Ese era otro de los pequeños detalles que podían sacarla de allí, era buena con la espada, realmente buena. Esquivó varios ataques de su enemigo y finalmente le atestó un golpe rápido y preciso en el pecho, directo al corazón. Sacó la espada bañada en un líquido oscuro y espeso que no dejaba de brotar del cuerpo sin vida de su atacante.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora