Capítulo 10: Compasión y confianza

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Capítulo 10: Compasión y confianza

Emma abrió lentamente los ojos e intentó incorporarse sobre la hierba pero un dolor punzante en el hombro le hizo reprimir un gemido de dolor y cayó otra vez de espaldas sobre el lecho de hojas. Se sentía mareada y no sabía cómo había llegado hasta aquel lugar.

- Será mejor que te quedes tumbada. Esa herida tiene un aspecto muy feo, tardará un tiempo en sanar.

Giró la cabeza en dirección a la voz que le hablaba y vio una figura masculina sentada en el suelo de espaldas a ella. El hombre se levantó y le tendió un cuenco de madera con un extraño brebaje en su interior.

- Tómatelo – le dijo con una sonrisa- calmará el dolor.

La mujer se alzó un poco apoyándose con los codos, al mismo tiempo que apretaba los dientes cuando el dolor del hombro volvió a invadirla. Extendió la mano y cogió el cuenco que le tendía el desconocido. Miró el líquido del interior con desconfianza, ¿cómo podía fiarse de la bebida que le ofrecía un hombre que no conocía? Aunque su voz sí que le resultaba familiar, por ello antes de beber observó de nuevo el rostro del hombre buscando algún rasgo que pudiera reconocer. De pronto los recuerdos volvieron a su memoria: la celda, el jaleo de palacio, la lucha contra los guardias y él, aquel ladrón que en cierta forma le había salvado la vida.

- Bébetelo – le instó – si hubiera querido matarte ya lo habría hecho.

Emma reconoció que aquellas palabras eran muy ciertas. Había tenido ocasiones de sobra para matarla o dejarla morir cuando la hirieron y, sin embargo había decidido ayudarla. Tomó el cuenco con ambas manos y dio un largo sorbo al líquido de su interior. Estaba amargo y su sabor era repugnante pero se esforzó por apurar hasta la última gota. Si aquello le calmaba el agudo dolor de la herida podría soportar ese sabor cuantas veces fuera necesario.

- El sabor es horrible – señaló el ladrón cuando observó el ceño fruncido de Emma mientras luchaba por beberse lo que le había ofrecido – pero agradecerás los resultados.

- ¿Eres experto en plantas curativas?

- Soy experto en muchas cosas. Es lo que ocurre cuando debes buscarte la vida completamente por tu cuenta, que debes aprender muchas cosas para poder sobrevivir – dijo y de nuevo había empleado aquella palabra que ya había dicho en el palacio “sobrevivir” – por cierto me llamo Neal. Neal Cassidy.

Emma dejó el cuenco vacío en la hierba y se recostó de nuevo antes de responder. Estaba agradecida de que le hubiera salvado la vida pero, por otro lado, le odiaba por haberlo hecho. Ahora se sentiría en deuda con él y ella detestaba deberles algo a los demás. Le gustaba ir a su aire, trabajar por libre y no depender de nadie; las ataduras la agobiaban más que nada en el mundo y aquel acto heroico sin duda la ataba un poco a aquel hombre aunque no quisiera. Su vida era inestable e imprevisible. Se limitaba a vivir el día a día sin hacer demasiados planes porque jamás podía estar completamente segura en ningún sitio. Estaba acostumbrada a trabajar sola, no estaba hecha para colaborar con otras personas, las cuales, solo veía como lastres que dificultarían todavía más su complicada existencia.

- Emma – contestó finalmente – Emma Swan.

- Bueno Emma, debo reconocer que me has sorprendido. Eres diestra con la espada y tienes coraje. Dime, ¿Qué hacías en el palacio?

La mujer le observó claramente molesta. Detestaba tener que dar explicaciones sobre sus acciones, y el hecho de haberla salvado no le daba ningún derecho a meterse en su vida. Era consciente de que tenía una identidad que ocultar y aquello era lo que le había permitido seguir con vida todo ese tiempo.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora