Capítulo 4: Ariel

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Capítulo 4: Ariel

Con un rápido zambullido la cola de la sirena desapareció en el agua oscura ante la mirada ausente de Garfio al que se le escogió un poco el corazón. Realmente aquella mujer le gustaba, se podría decir que era lo más parecido a una amiga y a una confidente que tenía desde que Milah había desaparecido de su vida. Sin embargo, no la amaba y aquel era el verdadero problema. Ariel lo había dejado todo por él, a su familia, a sus amigos y a su vida bajo el mar. Ahora se limitaba a aquellas zambullidas nocturnas que tanto le entusiasmaban y a viajar entre los mundos para conseguir aquello que necesitaban y que él no podría obtener sin ayuda de una judía mágica, algo que escaseaba mucho en aquellos tiempos y que sin duda requería el pago de precios muy altos. Le tenía mucho cariño y confiaba completamente en ella pero no podía sentir por aquella mujer lo mismo que había sentido por su amor del pasado y aquello le entristecía.

Habían compartido besos furtivos y noches de pasión que no servían para reparar un corazón roto ni aliviar la tristeza que se acurrucaba en su pecho y crecía día tras día. “Te esperaré”, le había dicho ella en más de una ocasión. “Te esperaré hasta el día en el que me ames.” Pero él no deseaba que le esperara, ella se merecía ser feliz y encontrar a alguien que pudiera corresponderle con la misma pasión y admiración con que ella lo hacía, y sin duda él no era el hombre adecuado. Pero al mismo tiempo, y aquello le hacía sentirse terriblemente egoísta, tampoco quería que se alejara de su lado, ¿podría volver a soportar el horrible vacío de la soledad? La vida de pirata, el ron y las compañías de una noche no eran más que refugios en los que había intentado ocultar su pesar a lo largo de los años. Realmente nada de aquello le hacía feliz y a lo único a lo que le tenía verdadero aprecio era a aquella sirena y al Jolly Roger, su barco, su hogar desde que había decidido comenzar esa nueva vida. Bueno, debía reconocer que también apreciaba en cierta forma a su leal tripulante Smee, pero aquel torpe le sacaba demasiadas veces de sus casillas y agotaba su paciencia rápidamente.

Con Ariel era diferente. Los largos silencios no eran incómodos, sino más bien todo lo contrario, resultaban reconfortantes y no necesitaban palabras para entenderse. Ella hubiera sido la chica perfecta si su corazón hubiese decidido amarla pero no era así. En aquellos momentos ya no la veía, suponía que se encontraba a varios metros de profundidad o tal vez se había alejado bastante del navío. Lo que más le gustaba de aquella muchacha es que jamás perdía la capacidad de sorprenderse, hasta el más insignificante detalle podía convertirse en algo fascinante a ojos de Ariel. Solía decir que le gustaba buscar tesoros escondidos en el fondo del mar, aunque su concepto de tesoro y el del pirata distaban bastante. Para ella una simple caracola que brillara ligeramente al sol o tuviera un color fuera de lo común se convertía en una reliquia de incalculable valor que merecía la pena conservar. Y aunque el mundo marino le fascinaba, su pasión siempre había sido y seguía siendo el mundo de los humanos. Cualquier cosa podía iluminarle la mirada de sincero entusiasmo y realizaba mil preguntas que a Garfio le gustaba responder. Pero, a pesar de su inocencia innata, también era una mujer fuerte que no dudaba en colocar una espada o un cuchillo en el cuello de su enemigo si la situación lo requería. Luchaba por aquello que deseaba y pocas veces se podía ver el miedo reflejado en sus ojos. Sin duda podía admitir que aquella sirena le hacía feliz pero se trataba de una felicidad que nunca lograba calmar el vacío interior que sentía. ¿Sería capaz de volver a encontrar a alguien que pudiera llenar ese vacío?

“Swan.” El nombre acudió a su mente como una ráfaga de viento. De manera inconsciente recordó los mechones dorados que caían por sus hombros y la mirada desafiante que tanto le había cautivado desde el primer instante. Por muchos esfuerzos que hiciera por olvidarla no conseguía quitársela de la cabeza, y lo que más deseaba desde hacía varias horas era bajar al camarote donde se había alojado y verla; pero ya debía estar dormida y de todas formas no encontraba ningún motivo que le excusara de ir en su busca. El único motivo era la verdad: la echaba de menos. Si bien era cierto todo lo que le había dicho en la conversación que habían mantenido esa misma tarde, no era la idea de estar mucho más cerca de su objetivo lo que le entusiasmaba, de haber encontrado aquel elemento que le faltaba para poder llevar a cabo su venganza ansiada durante tantos años. En realidad, lo que más feliz le hacía era que iban a tener la oportunidad de compartir más tiempo juntos y podría averiguar más cosas sobre aquella mujer que comenzaba a obsesionarle. Sintió como si le hubieran hecho un pequeño rasguño en el muro que había levantado alrededor de su corazón. Una pequeña abertura apenas perceptible por la que se había filtrado un poco del calor que ya creía olvidado y que le hacía sentirse vivo de nuevo.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora