Capítulo 25: Soledad

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Capítulo 25: Soledad

Un grito desgarrador estremeció a Emma. Soltó rápidamente la mano de la sirena y dirigió la mirada hacia las escaleras que bajaban hasta las mazmorras. Otro grito todavía más desolador rebotó contra las tablas del navío y le encogió el corazón. ¿Qué sucedía? Alguien parecía estar sufriendo un dolor insoportable y sus chillidos parecían implorar a la misma muerte. Emma giró sobre sus talones y corrió hacia el foco de los quejidos para descubrir que estaba ocurriendo.

— Espera… — Ariel intentó retenerla pero su mano resbaló por el brazo de Emma sin que pudiera cogerlo y solo fue capaz de observar impotente como la chica se alejaba hacia las mazmorras.

“¿Qué has hecho esta vez, Killian?” Pensó negando tenuemente con la cabeza. Conocía demasiado bien el carácter impulsivo y violento del pirata cuando perdía los nervios. A veces llegaba a pensar que jamás aprendería de sus errores y estaba segura de que sus actos con el prisionero le iban a traer problemas con Emma en cuestión de minutos. Suspiró profundamente y miró con preocupación las escaleras por las que la chica rubia acababa de desaparecer. Si ella no lograba cambiarlo, no sabía quién podría conseguirlo.

Emma bajó las escaleras a trompicones pero Killian le interceptó el paso antes de que pudiera ver lo que estaba sucediendo en la celda. El pirata tenía la mano manchada de un rojo intenso y consiguió ocultarla antes de que la mujer  se diera cuenta pero Emma advirtió algunas gotas de color carmesí que habían moteado el garfio del capitán.

— ¿Qué está sucediendo? — susurró conteniendo la voz.

Garfio no respondió, solo quería evitar que la chica llegara al final de las escaleras y viera lo que quedaba del hombre que había participado en su rapto. “Lo he hecho por ti”, pensó pero no llegó a pronunciar las palabras en voz alta porque sabía que aquello no le serviría como excusa. Ella le odiaría en cuanto viera lo sucedido. Como si pudiera leer sus pensamientos, la mirada de Emma se volvió fría cuando fijó los ojos en los del pirata. Lo apartó de un empujón y pasó por su lado sin dejar que la rozara. Killian se apartó sin oponer resistencia y echo la cabeza hacía atrás dejando escapar un largo suspiro. No se atrevía a girarse y ver la reacción de la mujer que amaba pero de todos modos un grito horrorizado llegó a sus oídos en pocos segundos.

Emma se tapó la boca con ambas manos para reprimir un segundo grito y apartó la mirada de la escena que acababa de ver. El hombre estaba cubierto de heridas y moratones por todo el cuerpo. Respiraba con dificultad y pendía prácticamente inerte de dos cuerdas que apresaban sus manos y lo sujetaban a la pared de la celda. Intentó hablar pero sus palabras fueron interrumpidas por un ataque de tos y, al volver a mirarlo, Emma observó como un hilo de sangre manchaba la comisura de sus labios y caía en el suelo de la prisión.

— Mátame — murmuró levantando lentamente la cabeza y clavando los ojos en el rostro de Emma.

La chica percibió como la vida comenzaba a abandonar lentamente el cuerpo del hombre, pero no lo suficientemente rápido. El tormento se prolongaría unas cuantas horas más si ella misma no le ponía fin. Cogió una espada que había a sus pies y se dirigió al hombre que le suplicaba clemencia pero antes de que pudiera concederle una muerte rápida y menos dolorosa, su mano tembló y la espada se precipitó al vacío con un ruido sordo. No podía hacerlo, no era capaz de matarlo.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora