Capítulo 26: Latidos que llevan tu nombre

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Capítulo 26: Latidos que llevan tu nombre

Ariel observó cómo Emma salía de las mazmorras y caminaba hasta el lado opuesto del barco. La chica rubia se apoyó en la borda y hundió la cabeza entre los brazos, observando las olas que chocaban una y otra vez contra el casco del navío. La sirena comprobó que sus sospechas se habían confirmado y esperó a que Garfio saliera a cubierta. Al cabo de un rato empezó a preocuparse por él y decidió ir a buscarlo ella misma, mientras Emma continuaba con la mirada perdida en el océano.

— ¿Killian? — lo llamó con dulzura mientras bajaba las escaleras que conducían a las mazmorras.

Su única respuesta fue el silencio. Continuo bajando mientras sus ojos se acostumbraban a la escasa luz de la sala. La mayoría de las antorchas que habían apagado y solo un tímido haz de luz anaranjada iluminaba la estancia. No tardó demasiado en percibir la figura de Garfio arrodillada junto a una de las celdas. El pirata escuchó sus pasos y comenzó a limpiarse rápidamente la cara empapada por las lágrimas y a recobrar la compostura antes de que Ariel advirtiera lo vulnerable y destrozado que se encontraba en esos instantes. Intentó levantarse pero la chica lo detuvo posando la mano en su hombro y lo apretó con suavidad.

— ¿Crees que puedes fingir ante mí, Killian? — preguntó mientras se arrodillaba a su lado y observaba su rostro — Te conozco demasiado bien, Capitán.

Garfio dio un largo suspiro sin apartar la mirada del suelo. No, por supuesto que no podía fingir nada ante ella, habían compartido muchos momentos juntos y se conocían demasiado bien el uno al otro. Ariel esperó unos minutos a que Killian reaccionara pero al ver que el pirata continuaba guardando silencio, le cogió del mentón con suavidad y giró su rostro, obligándole a mirarla. El azul intenso de sus ojos estaba apagado y Ariel sintió como se le encogía el corazón. Un velo de tristeza los cubría, ocultando cualquier resquicio de alegría o esperanza en sus pupilas. Al ver aquello, la sirena no pudo evitar tomarlo entre sus brazos y estrecharlo fuertemente contra su cuerpo. No podía verlo sufrir de aquella manera, no era capaz de soportar la impotencia que sentía al saber que ella no era la mujer que podía ayudarlo. Garfio no correspondió el abrazo pero cerró los ojos, agradecido por el gesto que la sirena estaba teniendo con él. Sabía que la chica de pelo rojizo solo pretendía animarlo, pero en aquellos instantes nada conseguía consolarlo; ya que la única persona capaz de curar su corazón herido se había marchado sin ni siquiera mirarlo.

— Emma me odia — susurró con la voz rota.

Ariel deshizo su abrazo y lo cogió por ambos brazos mirándolo directamente a los ojos.

— No es cierto, Killian — habló despacio buscando las palabras adecuadas para convencerlo — Ella te ama más que a nadie. — El pirata iba a protestar ante aquella afirmación pero Ariel lo silenció con la mirada antes de continuar — He hablado antes con ella, Garfio, y créeme cuando te digo que te ama más que a nada en el mundo. Haría cualquier cosa por ti.

— No después de esto — dijo señalando con la cabeza el cadáver que se encontraba a su espalda — Nadie merece estar a mi lado, Ariel. Jamás conseguiré cambiar.

La sirena observó al hombre sin vida que el pirata había torturado hacia unas horas. Reprimió un grito ahogado y apartó la vista del cuerpo ensangrentado y surcado de cardenales que colgaba inerte de las cuerdas que lo sujetaban a la pared. A menudo su amor por Garfio le hacía olvidar lo cruel que podía llegar a ser cuando se enfadaba, y sin duda, esta vez su ira había llegado demasiado lejos. Le sorprendía volver a comprobar como un hombre capaz de albergar tanto amor en su corazón, podía ser al mismo tiempo un ser despiadado cuando perdía la cordura. Posiblemente aquello era lo que más le fascinaba de él. Se trataba de un hombre roto, un hombre que había observado la muerte en demasiadas ocasiones sintiéndose siempre impotente ante ella; y por ese motivo pensaba que ya no la temía, que estaba por encima de ella pero no era así. Con cada vida que quitaba moría un pedazo de Killian Jones, un resquicio del alma de la persona que tanto amaba. Rozo la cicatriz que marcaba su mejilla izquierda como un recuerdo latente de lo herido que estaba en su interior. Ella no había conseguido proporcionarle la felicidad que tanto ansiaba, y seguía teniendo la esperanza de que la chica rubia sí lo conseguiría.

— Ves a hablar con Emma — dijo mientras le ayudaba a alzarse. Parecía que la muerte que se había llevado al prisionero también le había acariciado levemente a él, estaba pálido y con la mirada ausente — Yo me encargaré de esto.

Killian pareció reaccionar ante esas palabras y miró hacia la puerta de salida con la boca seca. ¿Hablar con Emma? Ni siquiera se sentía capaz de mirarla a los ojos y por otra parte, no podía soportar estar alejado de ella ni un segundo más.

—  Llamaré a Smee para que te ayude — su voz todavía era un susurro que a duras penas llegaba a los oídos de la sirena.

Ariel asintió y observó en silencio como Garfio abandonaba la habitación, dejándola completamente sola. Se dejó caer de rodillas con la mirada clavada en el prisionero y rompió a llorar. Había veces que sentía que debía ser fuerte por los dos y por fortuna había aprendido a serlo. Siempre trataba de consolar el corazón herido de Garfio, ¿pero quién curaba las heridas del suyo? Apretó los dientes con fuerza y se llevó una mano al pecho, presionando suavemente en el lugar donde sentía latir su corazón. Deseaba que dejara de murmurar el nombre de Killian Jones en cada latido, deseaba que la punzada que sentía constantemente en su pecho dejara de dolerle y torturarla constantemente. “Yo también te amo más que a nada en el mundo” susurró al espacio vacío como si el pirata todavía estuviera a su lado, escuchándola.

Escuchó pasos detrás de ella y comenzó a desatar la cuerda que amarraban la mano derecha del prisionero. Lo hizo automáticamente, intentando no pensar que Garfio había sido el causante del sufrimiento y la muerte de aquel hombre. Smee se colocó a su lado y empezó a desatar la cuerda que sujetaba la otra mano en silencio. El marinero no cuestionaba nunca los actos de Killian, para él solo era el Capitán al que debía obedecer por encima de todo. Sin embargo, no pudo evitar observar el rostro de Ariel ensombrecido por la pena.

— ¿Estás bien? — le preguntó aunque no solía hablar mucho con ella.

La sirena parpadeó varias veces para limpiar las últimas lágrimas que humedecían su mirada y sonrío, aunque la alegría no le llegó a los ojos.

— Sí - murmuró.

Smee asintió y terminó de soltar al prisionero mientras Ariel buscaba una lona con la que poder cubrirlo y lanzarlo al océano. Ese era el destino que les aguardaba a casi todos los prisioneros que terminaban en el Jolly Roger, la única excepción a aquel ritual había sido Emma Swan.

En el exterior, Garfio buscó a Emma con la mirada y volvió a sentir el temor que le había invadido en las mazmorras. Tenía miedo de enfrentarse a la chica rubia, de ver el rechazo en su mirada y saber que no podría enfadarse con ella si decidía abandonarlo. Él era el causante de todo el dolor que sufrían ambos.

Se aproximó despacio al lugar donde se encontraba la mujer que amaba, y se detuvo a escasos centímetros de ella sin ser capaz de dar el primer paso.

— Killian —susurró sin apartar la mirada del océano.

El pirata se estremeció al escuchar su nombre en labios de la chica rubia y comprobar que seguía habiendo amor y dulzura en su tono de voz. Tal vez Ariel tenía razón y Emma le amaba por encima de cualquier cosa, incluso por encima de sus errores. Se mordió el labio inferior dubitativo y se aproximó a la chica sin pronunciar palabra. En cuanto estuvo a su lado, Emma apartó la vista del mar y la fijó en sus ojos tan azules y profundos como el mismo océano. Sintió un nudo en el pecho y hundió el rostro en su pecho dejándose envolver por su aroma. No podía estar enfadada con él, cualquier segundo que permanecía alejada de su presencia se convertía en un auténtico calvario. Ella había prometido que siempre estaría a su lado y eso es lo que iba a hacer.

— ¿Todavía me amas? — preguntó el pirata estrechándola contra su cuerpo y aspirando el aroma de su cabello. De pronto la paz y el alivio habían vuelto a invadir su corazón.

— Por supuesto que te amo — contestó Emma entrelazando los dedos en el pelo de Garfio y besando su cuello con suavidad — pero debes aprender a controlarle. Por mí, por ti…por nosotros.

Garfio asintió sin soltarla. Emma tenía razón debía empezar a cambiar por su relación, debía comenzar a luchar por construir juntos la vida que tanto merecían.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora