Capítulo 34: Tic-Tac

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Capítulo 34: Tic-Tac

El repiqueteo de los dedos contra la madera aumentaba al mismo ritmo que los latidos de su corazón. “No es una cita” repitió para sí misma la sirena por centésima vez desde que había llegado a la taberna. Suspiró hondo y dirigió la mirada a la puerta para comprobar que su acompañante todavía no daba señales de vida. ¿Cómo se llamaba? Colocó las manos a ambos lados de su cabeza y cerró los ojos tratando de recordar el nombre que el chico le había dicho la tarde anterior. Solo lograba visualizar su cabello oscuro y aquella sonrisa que le dedicaba en todo momento, pero que a ella no había logado conmoverla. Asintió a todo lo que dijo, le devolvió las sonrisas e intentó ser amable con él pero en realidad lo único que quería era escapar de su compañía, volver a estar sola con sus pensamientos y su corazón roto. “Eric”, recordó de pronto y suspiró aliviada al comprobar que no tendría que volver a preguntarle su nombre, ya que aquello solo habría remarcado el nulo interés que sentía por aquel joven. Era atractivo, simpático y pudo percibir un brillo de deseo en sus ojos cuando se enlazaron sus miradas. Por algún extraño motivo se sentía atraído por ella, por la chica de mirada triste que vagaba sin rumbo fijo por las playas y calles de cada pueblo que se cruzaba en su camino. Había perdido todo tipo de interés en desvelar los secretos y misterios que guardaba el mundo humano. Había tenido suficiente con descubrir que una persona puede tratar de huir de su propia desgracia y solo conseguir ahogarse en ella. “Ahogarse” musitó con una sonrisa amarga, que término tan inapropiado para alguien de su naturaleza.  Pensó que tal vez podía llegar a ser el chico perfecto para ella si le daba una oportunidad, sin intentaba olvidarse de…Bloqueó sus pensamientos antes de que el nombre del pirata apareciera con fuerza en su mente. Aquello era a lo que se había dedicado en los últimos meses; a bloquear su nombre, sus recuerdos, sus ojos, su voz, sus gestos y su sonrisa. “¡Otra botella de ron!” Gritó alguien desde una esquina del local, y Ariel fue incapaz de controlar las lágrimas que humedecieron sus mejillas. ¿Por qué habían quedado en una taberna? Había sido una idea absurda y ella había aceptado sin pensarlo, probablemente porque ni siquiera era consciente en aquel momento de sus actos. Se limitó a asentir y aceptar la propuesta para poder marcharse lo antes posible. Ahora se encontraba allí sola, rodeada por cientos de olores y sonidos demasiado conocidos y viendo como Eric se retrasaba. No podía permanecer sola en un lugar como aquel mucho más tiempo porque de ser así terminaría enloqueciendo.

— ¿Desea tomar algo? — la voz de la muchacha la sobresaltó y contestó lo primero que le vino a la mente.

— Tráigame una botella de ron — dijo intentando sonreír aunque el gesto se quedó congelado en su rostro y el dolor oscurecía su mirada.

La joven asintió y se retiró para traerle lo que había pedido. Ariel volvió a clavar la vista en la puerta de entrada, pero no había ni rastro del hombre que le había pedido que acudiera a aquel lugar el día anterior. ¿Y si se había equivocado? No, era imposible. Estaba segura de que aquel era el lugar indicado. Durante unos segundos tuvo la tentación de levantarse, arrastrar la silla sobre la que estaba sentada y salir de la taberna para no volver nunca más. Sin embargo un leve pinchazo en su pecho la retuvo. Se sorprendió a sí misma al comprobar que era la primera vez que sentía algo diferente desde que había abandonado el Jolly Roger. Algo que no era dolor, sino que rozaba el deseo y la curiosidad. En realidad quería comprobar si realmente existía la posibilidad de un nuevo comienzo, de experimentar por si misma aquello que algunos borrachos y locos llamaban felicidad.

“…Killian Jones. ¿Sabéis de quién hablo, cierto? Sé que lleváis años deseando matar a ese pirata.” Las palabras llegaron a los oídos de la sirena con claridad y notó como la sangre se le helaba en las venas. Clavó las uñas en la madera de la mesa y giró levemente la cabeza buscando el origen de la voz que había logrado anteponerse a todas las demás del local. En pocos segundos pudo ver el rostro del hombre que tanto la había atemorizado en sus pesadillas, aún sin haberlo visto jamás. El tiempo se detuvo, el tic-tac de todos los relojes quedó en silencio por unos instantes, y Ariel observó por primera vez en su vida al Ser Oscuro. Había oído hablar de él innumerables veces en los relatos de Garfio. Aquella historia de cómo se enamoró de Milah y la perdió por culpa de aquel hombre. “Le estrujo el corazón delante de mí”, solía repetir sin descanso con la voz cargada de rencor y la mano temblorosa por el odio acumulado. Siempre lo describía con todo lujo de detalles, poniendo especial énfasis en su risa estridente, la ironía de cada una de sus palabras y en su piel áspera y escamosa. “Es la piel de un monstruo, Ariel” gruñía por lo bajo, posando sus ojos azules en ella. Pero si había algo que atemorizara más a Killian que nada en el mundo, era la magia del Ser Oscuro. Le había asegurado que podía terminar con la vida de ambos en apenas unos segundos y que por ello era tan peligroso que se enfrentaran a él. La magia de aquel ser era lo que había retenido a Garfio durante tantos años,  el motivo de que se hubiera rendido antes de cumplir con su ansiada venganza. En esos momentos, la sirena era plenamente consciente de que el pirata jamás había logrado describir al Ser Oscuro con tantos detalles como ella pensaba. Ni en sus peores pesadillas habría podido perfilar una imagen tan espeluznante y demoníaca como la que tenía ante sus ojos. Su respiración se agitó y deslizó levemente la silla hacia atrás provocando un leve quejido de la madera que por fortuna quedó ahogado por el bullicio que se respiraba en la taberna. Respiró hondo varias veces y decidió tranquilizarse antes de cometer un acto del que pudiera arrepentirse.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora