Capítulo 43: Aullidos en la noche

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Capítulo 43: Aullidos en la noche

"Corre, corre" se repetía constantemente mientras saltaba sobre los troncos caídos y se hundía en la tierra mojada a cada paso. Un rayo cayó junto a ella y tuvo el tiempo justo de esquivarlo y cambiar de dirección. Le faltaba el aliento, le ardían las patas y sentía las punzadas ocasionadas por el cansancio atenazando todos y cada uno de sus músculos, pero no podía detenerse. El cesto que sostenía entre los dientes parecía pesar más y más a medida que avanzaba y el llanto de la niña rubia no le ayudaba en absoluto. Ni siquiera sabía en qué momento exacto había decidido comenzar con aquella locura pero una cosa estaba segura: todo lo hacía por la amistad que había mantenido con Blancanieves durante los últimos años de su vida. La loba se centró en el camino que se extendía ante ella y continuó corriendo durante media hora sin descanso. Pasado ese periodo de tiempo supo que sí no se detenía lo antes posible terminaría por desfallecer. Por este motivo dejó la cesta en el suelo y buscó un lugar cercano donde poder esconder a la niña. Tras varios minutos encontró el lugar idóneo pero estaba demasiado alto para alcanzarlo con su forma animal.

Roja suspiró hondo, cerró los ojos e inmediatamente se transformó en una joven cubierta por una caperuza de color rojo a la que debía su nombre. Intentó levantarse pero todos sus intentos fueron en vano. Estaba demasiado débil y agotada para sostenerse en pie. Se arrastró sobre la tierra húmeda hasta la cesta donde Emma lloraba sin consuelo. La pequeña apretaba los puños con fuerza y lanzaba gritos al aire que eran inmediatamente acallados por la tormenta. Roja la tomó entre sus brazos y la cubrió con una manta beige mientras sentía como las gotas de agua helada caían como puntas afiladas sobre su piel. Se acurrucó entre los arbustos y comenzó a entonar una suave melodía que paulatinamente silenció el llanto del bebé. Limpió con el dorso de la mano las lágrimas que humedecían el rostro de Emma y la niña la miró atentamente con sus grandes ojos verdes. La loba pudo apreciar sin esfuerzo el gran dolor que ocultaban, los primeros síntomas de orfandad de los que Emma todavía no era consciente pero que ya se reflejaban en su mirada. Deseaba adoptarla y darle una vida mejor pero sabía que esa no era una responsabilidad que ella pudiera asumir. Su naturaleza era inestable y peligrosa, y sobretodo inadecuada para cuidar de un bebé. Roja sintió un escalofrío al recordar el cuerpo ensangrentado de Peter bajo sus patas y los gritos de terror y confusión que cortaron el cielo aquella noche. Ahora controlaba un poco mejor su parte animal pero aun así no correría ningún riesgo con la niña.

— ¿Qué voy a hacer contigo? — susurró observando al bebé.

Emma cerró los ojos y dio un gran bostezo. Había sido un día demasiado largo para ambas y ella también sintió como el cansancio se apoderaba de su conciencia, sin embargo veló por el sueño de la pequeña hasta que se quedó profundamente dormida. Fue en ese momento cuando la loba se permitió derramar algunas lágrimas por su amiga muerta. Los acontecimientos de las últimas horas se agolpaban en su cabeza de manera desordenada y lo único que recordaba eran los gritos de David y Blanca que la atrajeron hasta la pequeña casa situada en medio del bosque. Tres minutos más tarde solo había oscuridad y dolor, una casa abandonada y cuatro patas peludas corriendo lo más rápido posible hasta el otro extremo del bosque. Sabía que la calma de la que estaban disfrutando en esos instantes solo era aparente. El peligro las acechaba detrás de cada rincón y se reía de ellas en silencio mientras esperaba pacientemente el momento oportuno de jugar sus cartas.

"No se puede huir eternamente, querida."

Esas eran las últimas palabras que la joven creyó haber escuchado mientras salía de la casa con la cesta en la boca y Emma llorando desconsoladamente. Unas palabras dichas con frialdad y demasiada calma, tan irreales que empezaba a pensar que habían sido producto de su imaginación. ¿Qué secretos le había ocultado Blanca todo aquel tiempo? ¿Por qué alguien les había arrebatado la vida de manera tan cruel? Sintió el pinchazo de la incertidumbre atravesándole el pecho de parte a parte y supo que no descansaría hasta encontrar las respuestas que la atormentaban. Debía hacerlo por sus amigos y por ella, pero especialmente por la niña que descansaba en su regazo. La joven descansó un par de horas más y luego se sintió con fuerzas para ocultar a Emma en el hueco que había visto anteriormente. La acostó en la cesta de mimbre y la colocó con cuidado en el espacio abierto en la corteza del árbol. Acto seguido se dispuso a taparlo lo mejor que pudo con las enredaderas y plantas trepadoras que había a su alrededor.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora