Capítulo 13: Decisiones

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Capítulo 13: Decisiones

Emma apretó los dientes y cerró los puños con fuerza tratando de asimilar las palabras que acababa de escuchar, sin poder creer que aquello fuera real. Le costaba respirar y sentía el corazón latiendo a un ritmo vertiginoso y chocando desesperadamente contra las paredes de su pecho. Miró con rabia a la mujer que tenía delante y que por lo que le acababa de decir le había mentido durante toda su vida. Las lágrimas que trataba de detener se derramaron sin control por sus mejillas convirtiendo todo lo que le rodeaba en un escenario borroso, y dejó que la furia que se acumulaba en su interior saliera sin impedimentos. Golpeó la mesa con ambos puños con rabia pero no sintió ningún tipo de dolor, ya que todo el daño se había alojado en su corazón. Sus palabras estaban cargadas de odio y rencor cuando comenzó a hablar alzando mucho la voz.

- ¿Cómo puedes decirme algo así y quedarte tan tranquila? – clavó la mirada directamente en sus ojos y parpadeó varias veces para detener las lágrimas.

- Emma, si te calmas trataré de explicártelo – contentó la mujer con indiferencia.

Ella siempre había sido así: fría, calculadora y estricta; por ese motivo Emma la detestaba tanto. Jamás le había dejado tomar decisiones importantes sobre su vida, para aquella mujer sus determinaciones y opiniones eran lo único que tenía validez, lo único que consideraba correcto. Nunca la había escuchado y ahora pedía que ella le prestara atención. ¿Tenía realmente una buena explicación para justificar su actitud? ¿Por qué le había ocultado la verdad durante tantos años? Emma reconoció que realmente deseaba conocer las respuestas a esas y tantas otras preguntas que tenía en aquel momento. Respiró lentamente, recuperando el aliento, y se sentó enfrente de la mujer que le debía una buena explicación. Las manos comenzaron a arderle por el golpe que le había dado a la mesa y se frotó la zona enrojecida con suavidad mientras esperaba. El silencio se instauró entre ellas durante unos segundos que a Emma le parecieron eternos y finalmente comenzó a hablar.

- Es cierto, lo que te acabo de decir – contestó arrastrando las palabras, como si le resultará tedioso y aburrido tener que tratar aquel tema – no eres mi hija.

La chica sintió que la angustia se adueñaba todavía más de ella pero mantuvo la calma y asintió lentamente con la cabeza.

- ¿Quiénes son mis padres? – preguntó con un tono de voz carente de cualquier emoción.

- No lo sé – dijo la mujer encogiéndose de hombros.

Emma la miró con desconfianza, tal vez se trataba de otro engaño. Para ella, esa mujer que tenía enfrente, se acababa de convertir en una extraña en la que no podía confiar. No habían compartido demasiados momentos felices juntas pero los pocos que recordaba comenzaban a desdibujarse en su memoria cubiertos por una capa de resentimiento del que no conseguía liberarse. De pronto le pareció que aquella desconocida y ella en realidad nunca habían tenido un instante de verdadera felicidad.

- Me gustaría que me contaras porque motivo eres tú la persona que se ha ocupado de mí todos estos años. Creo que tengo derecho a saberlo.

La mujer, que hasta hacía cinco minutos había considerado su madre, entrelazó las manos sobre la mesa y, sin dejar de mirarla con expresión dura y distante, inició su relato.

- Está bien – respondió – te lo contaré.

Emma se removió inquieta en su asiento pero no dijo nada por miedo a interrumpirla y que se negara a hablar.

- Hace dieciséis años – comenzó – me encontraba caminando por el bosque, como tantos otros días, recogiendo setas y algunas moras que acababan de madurar. Era un día muy frío y húmedo a causa de las lluvias que habían azotado el terrero durante los últimos meses. Entonces escuché el llanto desconsolado de un bebé y no dude ni un instante en buscar de dónde provenía. Al cabo de unos minutos de búsqueda te encontré, Emma, dentro de una cesta de mimbre. Estaba colocada en el interior del hueco de un árbol, parcialmente oculto por las ramas y hojas de otras plantas para que las fieras del bosque no pudieran encontrarte con facilidad. No sé qué clase de personas fueron capaces de abandonarte en un lugar así, ni cuáles fueron sus motivos.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora