Capítulo 35: Código pirata

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Capítulo 35: Código pirata

— ¡Tierra a la vista! — gritó un tripulante desde su puesto de vigilancia.

Emma apartó la mirada del rostro de Killian a regañadientes para otear el horizonte, y divisó una pequeña mancha de color verde que se recortaba bajo la luz del día. Observó que la isla estaba rodeada por un halo de luz que la dotaba de un aspecto irreal, como si todo ella fuera un espejismo creado por la mente y su existencia solo fuera un mero producto de su imaginación. ¿Cómo podría distinguir la realidad en un lugar que ni siquiera parecía real? El pirata le había asegurado que allí obtendría las respuestas que la habían torturado durante toda su vida, pero al mismo tiempo le había advertido del peligro al que se expondrían al pisar aquella tierra. Bajó la mirada preguntándose si todo aquello merecía la pena.

— Todo saldrá bien, Swan — comentó Killian al ver su expresión — Obtendremos la información que necesitamos sobre tu familia.

Emma alzó la mirada y se encontró con sus ojos que la miraban con ternura. Se sumergió unos instantes en ellos y una sonrisa se extendió por su rostro. Garfio siempre conseguía que los problemas parecieran pequeños, y que ella se sintiera mucho más fuerte y segura de sí misma. Había aprendido a caer y levantarse sin ayuda a lo largo de toda su vida, a llorar en soledad y fingir que los problemas no podían derrumbarla. Pero  echaba de menos una mano que la cogiera con fuerza, que no permitiera que se volviera a caer y que si lo hacía le ayudara a levantarse. Con una mano era más que suficiente y por fin la había encontrado.

— ¿Y si fracaso? — preguntó con la voz impregnada de angustia sin ser capaz de huir completamente de los temores que siempre la invadían — ¿Y si nos quedamos para siempre atrapados en esa isla, Killian?

El pirata guardó silencio unos segundos sin dejar de mirarla, y acto seguido hizo un gesto con la mano para indicarle que se acercara a él. Cuando estuvo a su lado, tiró con suavidad de su brazo y la colocó delante del timón. Emma contuvo la respiración al recordar la primera vez en la que se encontraron en aquella misma situación, antes de la tormenta y de su primer beso. Killian se aproximó a ella y dejó que su aliento le rozara el cuello antes de depositar un beso sobre su piel. La chica cerró los ojos al sentir la calidez de sus labios y se dejó llevar por las caricias del pirata. En esos momentos todo era muy diferente, las cosas habían cambiado y ya no había retos ni desafíos, se trataba únicamente de dos almas perdidas que habían encontrado su lugar en el mundo. Garfio deslizó los labios por el cuello de Emma sin dejar de besarla, hasta que alcanzó el lóbulo de su oreja y lo mordió con dulzura. La mujer dejó escapar un gemido sordo y abrió los ojos al sentir la ligera presión de los dientes en su piel.

— Sé que todo va a salir bien, amor — murmuró en su oído, mientras le cogía la mano derecha y la colocaba en el timón — porque estamos juntos en esto — cubrió la mano de Emma con la suya  y giró el timón hacia babor.

Antes de que pudiera continuar hablando, la chica rubia, buscó el garfio del pirata y cuando sus dedos chocaron con el frío metal lo levantó para colocarlo al otro lado del timón. Recordó como él había apartado el garfio en su primer encuentro sin llegar a tocarla. Ya era hora de que ambos se aceptaran completamente tal y como eran. Era lo único que les quedaba ahora que ya se habían aceptado el uno al otro. Paseó los dedos por todo el metal y finalmente apoyó la mano encima de él, tal y como Killian acababa de hacer con su mano.

— Juntos — sentenció reclinando la cabeza sobre su pecho.

Killian apoyó el mentón en su cabello y clavó la vista en la isla que se desdibujada delante de ellos. Cada vez estaban más cerca y podía vislumbrar el aura mágica que cubría toda aquella extensión de terreno. Se trataba de una fuerza oscura que penetraba en los corazones de cuantos cruzaban la línea de la costa y jugaba con su razón. Había leído y escuchado cientos de historias sobre La isla de los deseos, relatadas por aquellos pocos afortunados que habían logrado salir con vida de ella; y ninguna era agradable. La isla era capaz de hallar el deseo más recóndito de tu interior y convertirlo en una imagen real, que se materializaba ante tus ojos y te arrastraba inevitablemente al abismo. Solo existía una regla: debían escapar de los espejismos y llegar al centro de la isla, donde se hallaba el único resquicio de magia blanca que podía existir en aquella tierra maldita. El pirata recordó que en aquel punto de la narración, las versiones jamás eran idénticas y cada marinero describía el punto central de una manera diferente. Para algunos se trataba de una fuente de aguas cristalinas, otros aseguraban que era una cascada que caía desde la cima más elevada de la isla; y por último estaban los que juraban que al llegar al centro de la isla había una mujer tan bella como el océano que respondía a todas las preguntas que le formulases. A pesar de sus diferencias, todas las versiones coincidían en un único punto, y era aquel que aseguraba que el marinero siempre hallaba las respuestas a sus dudas y temores al llegar allí; ya fuera por medio de la fuente, la cascada o la joven.

Derribando muros de salDonde viven las historias. Descúbrelo ahora