capítulo once

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Kayleah se quedó dormida en mis piernas, decidimos sentarnos en un lugar apartado y nos pusimos a jugar a las preguntas, ella realmente no sabe nada de mi, de dónde vengo o el nombre de mis padres, así fuimos conociéndonos y se fue agotando en mi hombro. Acomodé su cabeza en mi regazo sin querer despertarla, había sido un día intenso para sus emociones y esta fue una buena oportunidad para que descansara. 

Era fácil relajarse con las olas de fondo y el viento chocando en nuestros rostros, por eso siempre Malibú me pareció un buen sector para pasar el tiempo aunque por razones de trabajo se me hacía difícil verme completamente plasmado aquí. 

Apoyé mis brazos por mi espalda, me quedé viendo el agua moverse, formar la espuma en las orillas y el sol perderse en horizonte. Había traído mi vieja cámara, la conseguí años atrás cuando paseaba con Kendall, de segunda mano. Era igual que la de Kayleah, la que usó para el concierto. Hace mucho que no la ocupo y la castaña me enseñó cosas de ella que desconocía, me pareció el momento perfecto para gastar el rollo que probablemente se venció por no uso y un dato importante que aprendí de esta chica es que, entre más tiempo tenga, mejor salen las fotos. 

Le saqué al atardecer y a Kayleah, tan pacífica como nunca, cada vez que hablaba con ella me contaba que estaba trabajando, muchas cosas pendientes por hacer, que debía terminar proyectos. No parecía terminar y yo pienso que eso por parte la está consumiendo, el día de ese evento donde fui a buscarla se le notaba agotada, después del concierto quiso irse de inmediato ¿disfrutaba lo que hacía?

Desapareció el sol llenándonos de oscuridad, señal de volver a casa. El aire se puso fresco y era muy posible que si no nos abrigábamos pescaríamos un resfriado. 

Comencé acariciando su cabello esperando que no le molestara, esto la relajó aún más por lo que procedí a moverla suavemente hasta que sus ojos comenzaron a abrirse acostumbrándose a la oscuridad de la noche, en eso se sienta rápido desorientada.

—Hola —me sonrió estirando sus brazos—. ¿Cuánto llevamos aquí?

—Un par de horas —le resté importancia.

—Lo siento, no pretendía que eso sucediera —se refirió al dormirse en mis piernas—. Pudiste haberme despertado antes, de seguro ahora intentarás levantarte y te costará.

—No fue un problema —sentí el cosquilleo recorrer la punta de mis pies hasta mis muslos—. Me vas a tener que ayudar y aguantar mis quejas.

—Con gusto —saltó sacudiéndose de la arena, tendió su mano a mi, la tomé y con la otra me toqué la zona dormida, iba a necesitar unos segundos antes de volver a caminar con normalidad—. Eres muy alto —acotó haciéndome reír.

— ¿Y recién te das cuenta? Tu mides lo mismo que un pitufo.

—Mientes, apenas me llevas una cabeza, presumido —me sacó la lengua en forma infantil—. Además, podríamos hacer una carrera ¿no crees?

—Si, claro —hice una mueca ante su burla—. ¿Puedes llevar mis cosas mientras me recupero? 

Levantó la manta, quitó cualquier rastro de polvo e improvisó un morral. No trajimos mucho, un par de botellas de agua, barras de cereal que no comimos y mi cámara, ambos dejamos los móviles en la casa, yo por opción y ella porque debía cargarlo. Me costaron los primeros pasos y luego corrí siguiendo su juego de querer una competencia, la tomé desprevenida y la hice reír al mismo tiempo que intentaba alcanzarme. Nos encontrábamos en una parte más alejada de la casa, nos cansaríamos rápido por el peso de la arena. 

Me di vuelta buscándola con la mirada sin encontrarla de inmediato, lo que, al volver mi vista al frente, caí directo de cara al suelo logrando amortiguar el impacto con mis manos. Al parecer no era el único distraído porque sentí el peso y un montón de cosas caer tras de mí, no paramos de reírnos hasta que ella se dio cuenta que la cámara se podría dañar.

Alive H.S. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora