capítulo catorce

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Mis manos sudaban de los nervios, con mi pasaporte en mano y los documentos necesarios pasé por la policía nacional, el embarque es en una hora y media más pero la recomendación es llegar antes en caso de que se presente algún problema en el aeropuerto. Aada me había venido a dejar luego que insistiera.

Le he estado mintiendo a mi mejor amiga después de aquella cita con el nutricionista, que me encontró unos cinco kilos bajo peso y que tuve que confesarle que he tenido problemas con mi alimentación por lo muy pesado que estuvo el trabajo –mentira tras mentira, no me sentía bien con eso–, me recomendó asistir a un psicólogo que me ayudara con el estrés y ansiedad, de esa que me da a mí; del tipo que se te aprieta el estómago y nada entra. Le he dicho a la pelirroja que tuve una cita con esta mujer de nombre Rosemary, que fue muy buena conmigo y que estaba dispuesta a seguir con las sesiones de forma online debido a mi viaje, que definitivamente me encontraba a un nivel de estrés preocupante y que era probable lo de la ansiedad pero no era un diagnóstico que me pudiera dar tan rápida. Soy una mierda con mi amiga, sin embargo, no quiero tenerla preocupada. Voy a estar bien, fue una decaída por los factores que mencioné –el trabajo y este estúpido viaje.

Y aquí estoy, en el asiento más incómodo del mundo, con solo una persona sabiendo que me subiré a un avión en dirección a Reino Unido. Harry me ha estado hablando, me ha llamado a ciertas horas de la mañana cuando tiene un tiempo libre de lo que fuera que está haciendo, parece tener una vida muy ocupada para estar tomándose un año fuera de los escenarios y me había contado sobre dos películas a las que había audicionado, en una ya consiguió el papel pero no me ha dicho mucho más. Es multifacético, me tiene intrigada con eso de que le gusta cocinar, espero mi presencia se la tome bien y me invite a comer algo hecho por él mismo.

El aeropuerto es bastante concurrido, nunca había estado en el lado de los vuelos internacionales y veo a demasiada gente de diferente procedencia, ya con la costumbre de que Santa Mónica sea un spot turístico, escucho variados idiomas con el pasar de los minutos. Intento distraerme en el móvil pero no hay nada muy interesante, mis redes sociales tienen un par de contactos, todos conocidos que son parecidos a mí en el tema de estar pendiente del internet, es decir, nos comunicamos por medios más privados.

Al final termino poniéndome mis audífonos, la música en mis oídos me relaja y cierro los ojos dejándome llevar por la sensación.Disfruto mucho las canciones que he ido guardando, sobre todo las recomendaciones de cierto chico de ojos esmeralda que me habla tan apasionadamente de sus fuentes de inspiración y terminé encontrando su gusto musical extremadamente bueno, le he pedido su playlist para guardarla en mi biblioteca. Es de mis favoritas para escuchar en este último mes.

No escucho el altavoz cuando llaman a nuestro vuelo, me percato porque la multitud comienza a formar fila delante de esta asistente de viaje que nos revisa la identidad con el pasaporte y el boleto. Quito el sonido de mis oídos, quedo detrás de una chica, debe de ser de una edad aproximada a la mía y se ve tan desorientada como yo.

Nuestra primera parada es en Atlanta, por lo que el vuelo es de unas tres horas y media. Tengo que esperar una hora más, alcanzo a recorrer el gigantesco aeropuerto, había escuchado antes lo grande que era pero jamás imaginé encontrarme con 2.743 metros –multiplicado por las otras alas–, tiendas enormes y patios de comida como si fuera un outlet de precios aún más caros que los del retail. Tuve que preguntar en dónde encontraba un puesto de comida saludable, y para mi mala suerte quedaba al otro extremo de donde tengo que embarcar nuevamente. No me quedó opción que comprar una hamburguesa llena de grasa con papas fritas, lo bueno es que el bebestible contenía menos calorías.

Me encontré con esta chica de Los Ángeles de nuevo, esperando en la misma zona de embarque que indicaba mi boleto. Quise hablarle, en realidad deseaba no ir sola las siete horas con cuarenta minutos que dura el viaje pero mi ansiedad social jamás me permitiría ser la que inicia una conversación con una extraña.

Alive H.S. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora