capítulo cincuenta y cuatro

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Suspiré, miré mi cama con sus sábanas dobladas y mis bolsos en el suelo; no llegué a odiar este lugar, agradezco lo muchísimo que me ayudó a crecer y por las personas que conocí. Los médicos, los amigos, extrañaré muchísimo a Silvia aunque desde que me cambié a la primera planta no la vi demasiado. 

— ¿Estás lista? —Sonrió mi amiga desde la puerta, no se veía mejor y dejarla así me ponía triste.

Solo asentí con la cabeza y fui arrastrada hasta el comedor, me entró un calor en el pecho al ver decorado con varios globos, algunas enfermeras que tuvieron turnos conmigo, el nutricionista y la terapeuta, mis compañeros de terapia grupal; se me llenaron los ojos de lágrimas porque había pasado una etapa demasiado difícil y esto indicaba que había salido de ella, que podía seguir adelante. Aprendí que no siempre necesitaré de alguien pero que no estaba mal pedir ayuda a profesionales. 

Estaba dejando mi vida botada por un sueño que no estaba hecho para mí, que las dos veces que me dejó en los huesos solo fueron para darme cuenta de que mi principal camino siempre fue el mismo, que no debía desviarme más y que está dando frutos con tanto porrazo que me di. La revista es mi primer hijo, mi primer bebé y eso no cambiará por más que ahora venga uno real, y que no queda nada para descubrir si será una niña o niño, si será escandaloso o tranquilo. 

Les di un abrazo uno por uno luego de haber comido pastel y compartido, obviamente no muchos quisieron un trozo por la gran cantidad de calorías y azúcar que poseía. La pasé muy bonito hasta que me tocó despedirme de los que más quería aquí; Silvia me acompañó todo el tiempo hasta que llegó mi madre a buscarme. Aquí era igual a los hospitales donde hacían terapias para otras enfermedades; el que superaba su enfermedad debía despedirse tocando la campana a la salida. 

—Te voy a extrañar —abracé fuerte a Silvia—, prometo venir a verte y por favor, prométeme que saldrás de esta y me irás a visitar ¿si? —Ella solo asentía con la cabeza—. Te estaremos esperando, tienes que conocer al pequeño ser que llevo en mi pancita.

—Eres muy fuerte, Kay —me miró a los ojos, ambas estábamos empapadas en lágrimas—. Me inspiraste mucho a salir de esta, daré todo de mi y nos vemos pronto.

—Te quiero —la abracé una última vez y ayudé a mi madre a cargar mis cosas en el coche.

Margot llevaba lentes de sol por lo que no distinguía su expresión, me había felicitado también pero mucho no hablamos y eso me pareció extraño. Iba con la música a un volumen alto que me impedía hacerle preguntas, quería saber por qué Aada no había venido con ella siendo que me había comentado de que estaría aquí e un día tan importante para mí. 

Pensé en todas esas cosas que mi mente dejó atrás gracias a las terapias, estaba nerviosa de volver a verlos a todos; los únicos que estuvieron constantemente ahí fueron Simon y mi madre, Aada si fue un par de veces pero su trabajo se lo impedía, nadie más a visto mi panza de casi siete meses, era imposible de ocultar aunque utilizara esos vestidos de caída ancha. Ya me encontraba en mi peso ideal y el bebé también, mis piernas habían crecido y fui bendecida con que no me salieran estrías, mi yo de hace tres meses no lo hubiese soportado. 

En una semana tenía la ecografía donde sería inevitable que esta criatura revoltosa se escondiera, había pedido también una en formato 3D para conocer a más detalle su rostro, estaba ansiosa. Atenderme con otro ginecólogo igual me causaba conflicto, ya que en el centro siempre me atendió el mismo y su atención clínica estaba demasiado lejos de mí para siquiera pensarlo por lo que tuve que cambiarme a un lugar cerca de Santa Mónica, no siempre alguien me podría llevar. 

—Hey —llamé la atención de Margot—, ¿pasa algo?

— ¿Por qué lo dices? —No desvió su vista del camino.

Alive H.S. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora