Capítulo 35

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Salgo de la tienda de ropa junto con las chicas. Unos shorts de mezclilla y una camisa blanca holgada fue mi escogencia para caminar por las calurosas calles. Mi cabello lo até en una coleta alta y mantuve las mismas sandalias de cuero y pedrería de antes. Las chicas también eligieron conjuntos sencillos, muy a sus estilos como tonos pasteles en Sabah y los tierra en Minkabh. En cuanto a los chicos, los estilos si que cambian drásticamente. Teo y Elek usan estampados veraniegos, pero los gemelos optaron por tonos oscuros.

Al menos, tienen gafas de sol.

Aquí no tuvimos que complicarnos por el dinero. Los gemelos demostraron ser buenos consiguiéndolo, incluso mejor que Elek, ya que se quedó nada sin fondos. Los semidioses solo fueron a una casa de empeño, ofrecieron un par de dagas y el dinero era nuestro. Lo que el pobre hombre no sabe, es que aquellas dagas que parecían ser de alto valor, desaparecerían en un par de minutos. Según ellos, eso se debe a que al ser hechas bajo su don realmente no duran materializadas por largo tiempo.

—¿Por que no se desvanecen cuando peleamos con ellas? — les pregunta Elek dudoso.

—No es como tú crees. Las armas que creamos pueden permanecer tangibles el tiempo que deseemos — Fobos es el que explica la mayor parte de sus dones.  Ya no le molesta responder las dudas como antes.

Eso es un avance.

—¿Y cuánto tardarán las que le dieron hoy?

—Alrededor de treinta minutos. Ese hombre de seguro no aparta sus ojos de ellas y cuando lo haga, ya no las volverá a ver nunca más. De paso se llevará un gran susto—contesta con malicia.

Vamos calle arriba donde los comercios son más variados. No son como los de antes, aquí no venden leche de cabra o montones de verduras. Lo que ves son tiendas de ropa, heladerías, recuerdos del lugar, sombreros playeros y demás. Todo muy normal. Hasta que de pronto, siento algo inusual en mi pecho donde se encuentra mi collar. Tomo la cadena y la alzo en el aire, no noto nada extraño, así que la vuelvo a esconder entre mi ropa. Pero tan pronto como lo hago, me vuelve a molestar. Ahora es un ardor como si quemara.

—Auch, que pasa ahora... — vuelvo a tomar el collar y al pasar mis dedos por la piedra, me doy cuenta de que es eso lo que me lastima. La piedra arde como fuego.

—¿Que tienes? — observa Sabah.

Me quito el collar y lo sostengo en el aire.

—No lo comprendo, el collar está ardiendo.

—A ver — acerca su dedo índice y salta en su lugar —. Oh, vaya. Sí que está caliente.

Eso atrae la atención de los demás.

—¿Te ha pasado antes? — pregunta Elek viendo la piedra con atención.

—Una vez — digo recordando esa noche —. Estaba con Teo.

—Lo recuerdo, esa noche los Oklas nos atacaron — me apoya mi mejor amigo.

—Pero la piedra esta vez es más caliente y no brilla.

—Si no es por los Oklas, entonces ¿cuál es la razón?. Debe haber algo más que lo desencadena.

No tengo opciones en las que pensar. El collar nunca me da problemas, más bien me ayuda. Apolo no me explicó cómo funciona o que podía llegar a hacer. Esto es nuevo y me causa intriga que esté sucediendo durante el día y entre tantos mortales.

Quito la vista del collar y me detengo a analizar lo que me rodea. Algo me estoy perdiendo.

—Avisen si ven algo que no encaje — les digo y doy un par de pasos.

El misterio de los elegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora