Capítulo • 4 •

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—¡Y cuando me di cuenta de que era detergente y no vino, fui corriendo a quitarle el vaso a aquel hombre! Pero ya había sido tarde, tuve que pagar la atención médica.

Fuertes carcajadas resonaban en el comedor, el pobre chico estaba estallando en risas desde que el mayor había empezado a contar su anécdota, la barriga de Atsushi dolía y pequeñas lágrimas se salían de sus ojos por tan cómica situación.

—¡Dios mío, Dazai-san! ¿Cómo se te ocurre tener detergente sobre la barra? —jadeó con fuerza en un intento de recuperar el aliento, pero era difícil.

—Estaba limpiando, ya estábamos cerrando y aquel sujeto se le ocurrió entrar, no es mi culpa que me haya agarrado cansado y distraído. —puchereó. —Desde entonces, Oda me ha quitado la tarea de limpiar.

—¡Con toda razón! —mencionó aún entre risas.

Dazai recargó su codo sobre la mesa y apoyó su cabeza en su mano, mirando como el albino se retorcía de la risa, siendo inevitable que sonriera.

Dos semanas habían trascurrido desde que Atsushi se encontraba recuperándose en casa de Dazai y con referente a su comportamiento había tenido avances muy significativos. La seria personalidad de Atsushi había quedado atrás, era un poco más expresivo y hablaba más. Desde que le escuchó reír por primera vez, se percató de que parecía que era fácil hacerle reír, se sentía más tranquilo ahora que el menor parecía estar más cómodo con él.

En aquellos días pudo conseguir información muy básica del menor, como su edad, cumpleaños y algunos gustos, aunque esto último fue algo complicado, pues ni el mismo Atsushi sabía qué cosas le gustaban, ese tema aún lo seguía trabajando. Con referente a la información que de verdad le importaba, no podía hacer mucho, Atsushi apenas se estaba abriendo con él diciéndole cosas pequeñas, tampoco se había dado la oportunidad adecuada para tocar el tema sin verse sospechoso.

—Tu trabajo parece ser divertido. —comentó un poco más calmado, llevándose uno de sus dedos a su ojo, quitándose una lágrima que estaba atrapada allí.

Dazai sonrió en su interior, la oportunidad de oro se había presentado de la mejor manera posible. Suspiró a la vez que se recargaba en la silla.

—Supongo, generalmente es un trabajo agotador, pero siempre ocurren momentos divertidos y agradables. —habló alegremente mientras se balanceaba sobre la silla.

—¿Siempre? Uhm... —Atsushi bajó la mirada, borrando la sonrisa que había mantenido en su cara. Rápidamente la curiosidad invadió el rostro de Dazai.

El castaño encorvo su cuerpo para colocar ambos codos en la mesa y sostener con sus manos su barbilla, dedicándole una mirada al albino.

—Me imagino que en tu trabajo deben de pasar muchas cosas interesantes, ¡eres muy importante para el gobierno! Debe de ser sumamente emocionante. —expresó con emoción, esperaba convencer al otro de hablar.

Atsushi apretó sus dedos contra sí, torciendo un poco sus labios en una mueca que no pasó por desapercibido por Dazai. Hubo un silencio que duró bastantes segundos, Dazai creía que nuevamente se iba a cerrar al querer hablar, pero cuando le vio separar sus labios, supo que quería decirle algo.

—No creo que sea emocionante. No recuerdo haber pasado un momento divertido, es un ambiente muy lúgubre como para existir situaciones así... —Atsushi se encogió en sus hombros, claramente incómodo. Dazai no necesitaba indagar mucho para sentir el desagrado en las palabras del menor, algo que terminó extrañándolo completamente.

—Ya veo; bueno, si no te agrada ese lugar podrías irte, ¿no? Afortunadamente tenemos la "libertad" de elegir el trabajo al que nos queremos dedicar, no creo que tampoco nuestro mandatario sea tan despiadado para obligar a quedarte. —habló con aparente tranquilidad, pero dentro de él estaba sumamente intrigado por lo que Atsushi le estaba diciendo.

Me enferma el amor. 「 Dazatsu 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora