Capítulo 31

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Abdiel

Vomité en cuanto toque tierra. La ansiedad me recorría de arriba a abajo. Las arcadas volvían a pesar de que solo tenía bilis para expulsar.

—No, no, no— me repetía recuperando un poco de mi ser de nuevo— él estaba mintiendo, jugando... está jugando conmigo como siempre lo hace.

—¿Abdiel?.

La familiar voz de mi madre me hizo girar. Estaba igual que como la recordaba, su cabello castaño y sus castaños ojos. La única diferencia era su edad, la apariencia de una chica de diecisiete años no se le veía mal.

Usaba un vestido blanco como si este en volviera todo su cuerpo, estaba sucio y su cabello estaba desordenado, además de que su apariencia era la de una persona sana, pero sus uñas rotas y rodillas raspadas daban a entender que llevaba en este lugar demasiado tiempo.

Miré a mi alrededor y me di cuenta de las celdas en las que estaba. Piedra lisa que soltaban un calor abrumante, los barrotes parecían finos y maleables, pero por la situación de todos no eran así.

Parecían las prisiones de una época medieval, todo era tan sucio y arcaico y yo había contribuido al vomitar.

—Mamá— murmuré gateando hacia su celda y entrelazando mis dedos con ella—. Creí que estabas muerta.

—Lo estoy, cariño, llevo años en esta pocilga.

—¿Yo estoy muerto?— pregunté aferrándome a lo único familiar que tenía en ese momento.

—¡Por supuesto que no! Todavía eres muy joven para morir.

Con su mano libre acarició mi rostro y dejé escapar las lágrimas que había guardado a la muerte de mi madre. Estaba ahí frente a mí. Era mi segunda oportunidad.

—Mamá, te extrañé tanto... creí que nunca te volvería a ver.

Limpió mis lágrimas con cariño y me sonrió.

—Aquí estoy, Di, aquí estoy.

Un estruendo me asustó y me giré listo para atacar, pero solo me encontré con el hombre más desaliñado que había visto en mi vida.

Tenía su cabello rubio lleno de polvo, sus ojos estaban cansados y enmarcados por ojeras pronunciadas. Su piel tenía costras doradas y tenía un pedazo de tela en su boca. Balbuceó algo mientras golpeaba los barrotes de su propia celdas.

—Dice que dejen sus encuentros para otro momento, viene alguien.

Una voz femenina detrás de mí madre dijo esto y se escucharon pasos, el tintineo de las llaves y luego risas. Mi madre se apartó y se fue al fondo de la celda dejándome ver a la persona detrás de ella. Meredith Du Lac vestía un vestido de fiesta viejo y desgastado, su cabello pelirrojo estaba por todos lados y en sus manos sostenía un vientre hinchado. Estaba embarazada.

Los orígenes de las risas se hicieron presentes como una pareja. Despedían un olor a azufre y sus ojos eran tan negros que parecían unas cuencas vacías. La piel de la mujer era morena y tenía cicatrices por todo su rostro y el hombre la tenía tostada e inmaculada.

Ambos tenían el cabello blanco como si fueran albinos y vestían vestidos similares a los de Meredith.

Nos miraron por unos segundos, el hombre con la tela en la boca se tiró al suelo y empezó a quedarse dormido mientras la pelirroja empezó a interesarse por la mugre en sus uñas.

—Quiero que hagan algo, que bailen, que nos cuenten un chiste, lo que sea— dijo la mujer a su pareja que toma una varilla de metal.

—Ya oyeron a la dama, ¡hagan algo divertido!.

Todos permanecimos en silencio.

—¿Puedo hacerlo primero?— pidió la mujer tomando la varilla que se le fue cedida— ¡tú! Ángel muéstranos tus cicatrices, muero por ver al desalado arcángel Gabriel.

Vi cómo Gabriel apretó sus dientes a la tela para ocultar su frustración mientras fingía dormir. La mujer se acercó a la celda y metió la varilla, esta se alargó hasta llegar al ángel que soltó un grito ahogado por una tela, pero hizo nada más.

—Muestra tus cicatrices— dijo con furia de ser ignorada— ¡muéstralas ahora!.

—¿Por qué no intentas con este lastre, Fi, parece ser nuevo en la colección?— dijo el hombre señalandome y ella se giró en mi dirección.

Dejó a Gabriel de lado y me miró a través de los barrotes. Sus ojos negros me daban escalofríos.

—Baila— no esperó a una respuesta y me quemó con la varilla. Retrocedí soltando un grito y fui hasta el final de mi celda, pero la varilla me siguió todo el trayecto.

—¡Déjalo en paz, vieja bruja!— dijo mi madre atrayendo la atención de ambos demonios.

La varilla volvió a su tamaño original y la mujer sonrió.

—¿Vas a hacer algo?— se burló—. Dudo mucho que sea interesante, ya que solo estas aquí para seguir el destino de tu vecina: ser fecundada.

—Entonces molestala a ella, deja al chico en paz.

La atención de todos se fue a Meredith que les miraba retandolos. Aún así la mujer se levantó con arma en mano y fue hacia ella.

—Fi, espera.

—¿Tu vas a divertirme esta noche?.

—¡Fiona!.

—Vamos, pequeña niña, divierteme.

Soltó una quemadura en el hombro de Meredith que aguantó el grito de dolor que se había formado en su garganta lo tragó y sonrió cuando la pareja de la demonio la alejó.

—¿Qué estás haciendo? Si le ve un solo rasguño, mi hermano nos matará a los dos.

—Que honor, soy como un trofeo— vi como se levantaba con dificultad usando los barrotes como soporte—. Ven aquí, bruja, si logras hacerme un solo rasguño más bailaré para ti.

Hubo una chispa de determinación en los ojos de la mujer que fue apagada cuando su pareja la alejó de Meredith.

—Nos vamos, Fiona, ahora— quitó la varilla de entre sus manos y la sacó a rastras del lugar.

Meredith volvió a dejarse caer sobre el suelo. Muchos no lo notaron, pero el temblar de sus piernas demuestra lo cansada que estaba. Lo destrozada que estaba.

—¿Algo sobre Elías?— preguntó a través de mí, le hablaba a Gabriel.

Por la desilusión en su rostro supe que la respuesta del arcángel había sido negativa.

—¿Ezra?— volvió a preguntar más indecisa.

Me giré para ver a Gabriel que señalaba al techo, estaba en la tierra. Elías era un nombre conocido, pero tan distante que no podía poner un rostro.

—¿Cómo llegaste aquí, Abdiel? Todos los sellos puestos sobre ti deben evitarte este tipo de lugares.

—No le hables— advirtió mi madre lanzando una de sus peores miradas.

—¿Qué es este lugar?— pregunté ignorando la sorpresa y luego furia en el rostro de mi madre.

Una divertida sonrisa se formó en el rostro pálido de la chica.

—Este es el zoológico de las mascotas de Lucifer— dijo divertida—. Con ustedes la atracción principal: el arcángel Gabriel, ahora un lisiado. A su izquierda pueden observar al anticristo y su mami, seguida de la actual portadora del maravilloso gen del nuevo anticristo— movió sus manos señalandonos a cada uno de nosotros y luego las dejó caer a sus costados exhausta—. Todas las noches vienen nobles del Infierno a admirar los grandes especímenes que guarda como trofeo y al final de cada fiesta el dueño del zoológico viene a ver a sus animales y decide si es necesario alimentarlos o no.

—Su decisión depende si alguien no lo muerde— dijo mi madre cruzada de brazos.

—¡Oh lo recuerdo! Nos dejó una semana sin comida, ojalá morir en esos tiempos.

Gabriel volvió a dejarse caer sobre las baldosas de su celda y el resto hizo lo mismo. Era tarde y estaban guardando sus energías para la hora de la comida.

La chica aladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora