Capítulo 32

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Terence

Monotonía. Esa era la palabra que describe mejor estos últimos días en la fosa.

Los gritos de las almas.

Las torturas de Batraal al resto de la fosa.

Las visitas de Lucifer en las cuales me quedaba escondido.

El morir por falta de comida y agua y regresar a la vida.

Estaba harto, pero al parecer esta sería mi futura vida por cientos de años. Como cada día nuevo Batraal comenzaba su rutina de tortura diaria, encontré que la espada de Adam perdía su filo demasiado rápido por lo que con las pocas cosas que encontraba la afilaba de nuevo.

Mantenía su color negro junto a mí y quería que siguiera de esa forma. Miguel intentaba hacer una plática, pero ya estaba tan metido en mi monotonía de meses que empecé a ignorarlo conforme pasaban los días.

—¿Sabes cuánto tiempo llevamos aquí?— pregunté tratando de que la platica terminara. Se lo preguntaba y se quedaba en silencio pensando en que responderme.

—Buena pregunta...

Empezó a meditar y el silencio finalmente llegó. Volví a mi trabajo de afilar la espada cuando un súbito pinchazo en mis sienes me hizo detenerme. Se fue tan rápido como llegó y luego regresó mucho más fuerte que antes.

—¿Qué es ese olor? ¿Lo hueles, Terence?— dijo Miguel elevando su vista hacia el negro cielo que se veía desde la fosa—. ¿Terence? ¿Estás bien? Estas muy pálido.

"Terence, soy yo." la calmada voz de Adam irrumpió en mi mente, "Busca un lugar donde cubrirte junto con Miguel, estoy por rescatarlos".

Cuando el dolor desapareció pude oler lo mismo que Miguel no paraba de referirse. Olía a podrido.

—Miguel, ven conmigo— digo levantándome con la espada abrazada a mi pecho.

—¿Qué sucede? ¿Estás muriendo de nuevo?.

—Espero que no— le hice una seña para que me siguiera y el fuego que estaba bajo nosotros se extinguió.

—¿Qué...?

Tomo su brazo con fuerza y lo arrastro al escondite que él había hecho y luego un embriagante frío nos golpeó. Había hielo por todo el lugar de la fosa, como diría mi madre: "el infierno se congeló".

Miguel salió luego de un horrible silencio de todos los gritos y llamas se habían apagado. Salí detrás de él para ver a Ricardo frente a nosotros y a su lado mis compañeros del Infierno.

—¡Estas vivo!— exclamó Pau al verme.

—Por poco.

—¿Esto es el rescate que mencionabas?— dijo bromeando Miguel cruzado de brazos y mirándome—. Se tomaron su tiempo ¿no lo crees?.

—A los ángeles nunca se les da gusto— escuché a Adam murmurar y lo vi apretar su mandíbula.

—¿Nos conocemos?— preguntó Miguel mirándolo como si lo buscara en su memoria—. Estoy seguro que conozco a todos aquí menos a ti.

—Soy un simple esclavo, arcángel, me contrataron para este trabajo.

Hice ademán de regresarle la espada a Adam, pero él me detuvo con la mirada. Había advertencia en sus ojos y también decisión. Parecía como si en realidad se conocieran.

—Bastante bueno, si debo decirlo— se burló Ricardo—. Estuviste nueve meses sin dar señales de vida, si no fuera por el inminente nacimiento del anticristo diría que eres un idiota, pero debo decir que es la mejor idea.

La chica aladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora