Capítulo 35

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Narrador

Adam llevaba minutos deambulando por el hogar de Lucifer sin encontrarse con alguien. Se detuvo en cuanto supo que estaba siendo observado, se giró encontrándose con Lucifer que sonreía.

—Si no te conociera diría que me estabas buscando.

El cazador estaba alerta listo para cualquier movimiento del arcángel caído.

—Debo admitir que nunca esperaba este recuentro, los tres juntos de nuevo. Como en viejos tiempos, Miguel siguiendo a Padre como un perro, yo deslumbrando como siempre y tú... la oveja negra de la familia, el primer rebelde.

—Me mataste antes de que iniciara una rebelión.

Su sonrisa se engrandeció.

—¡Gracias por no fingir ignorancia! Estaría muy decepcionado de ti, Nat, si lo hubieras hecho.

—Primer rebelde, es gracioso que lo pongas así. Lo que recuerdo es que yo soy hermano inocente.

—¿Inocente?— la risa genuina del arcángel era una molestia para Adam que intentaba concentrarse en la energía de su hermano Miguel—. Tu odio por nuestro Padre era algo que yo aspiraba, tus pequeñas rebeliones... supongo que eres el creador de mi rebelión.

—Te desterró aquí solo por cumplir el propósito que Él te obligó a tomar y aún así sientes amor.

—Te lo dije, aspiro tu odio. Tu odio a la maldición cuando lo único que nosotros sentimos es pavor, tu odio a Padre mientras que nosotros peleamos por su atención. Te mantuvo vivo por alguna razón, tristemente no llegaras a cumplirla.

Ambos mostraron sus armas, Adam había tomado una espada en una de las salas en las que había caído y Lucifer estaba armado con la espada de arcángel de Natanael.

—La ironía de morir de nuevo por la mismo arma que la primera vez.

Adam no se dejó molestar por el comentario y atacó primero. Fue limpio y rápido, pero Lucifer la detuvo con la espada y pudo ver los ojos azules de su hermano llenos de determinación, determinación a matarlo.

—Todavía puedes retirarte, hermano, no quiero matarte hoy— dijo Adam manteniéndolos aprisionados en el bloqueo.

—Cállate y pelea.

Adam se alejó y volvió a atacar. El metal de Adam resonaba al golpear la pureza de su antigua espada. Cada golpe era bloqueado por el contrario. A veces Adam, a veces Lucifer.

Ambos estaban entrenados para la guerra y Lucifer dejó que la maldición nublara su mente. Debía matar a su hermano. Matarlo le daría la inmunidad de nuevo.

Soltó un grito ahogado cuando la espada de Adam cortó su rostro. La sangre dorada empezó a caer de la herida y el miedo regresó.

Su hermano lanzó un grito de batalla y volvió a atacar sin piedad, estocada tras estocada. Cada vez era más difícil detenerlo, era demasiado rápido para él seguirlo. Fue entonces cuando Adam se dió cuenta de la nublación de su mente y se alejó.

Lucifer lo perdió de vista y jadeaba lleno de terror igual que Miguel desde una zona segura donde analizaba la pelea.

—¡Natanael! No puedes esconderte de mí— gritó Lucifer a los vacíos pasillos.

Mientras tanto a dos esquinas Adam miró su mano temblar, estaba dejándose llevar por la maldición que odiaba.

"No puedes matarlo", resonó la voz de Meredith en su mente al recordarla, "no hasta que yo te lo diga, revela tu identidad cuando quieras, pero no lo mates".

Recordando sus órdenes tomó su mano y la rompió. Debía concentrarse en el dolor y apartar el miedo y la sed de sangre. Solo debe pensar en el dolor. El dolor lo distraerá y lo mantendrá concentrado.

Dolor.

Dolor.

—Miguel debió de saber de ti en cuanto te vió, venir en tu alma corrompida por la profanación de su venta fue un error. ¡si crees que dejaras de ser el hermano inocente te equivocas!.

Adam acomodó sus huesos en donde correspondían y pudo ver como empezaba a formarse el moretón. La movió para terminar de aclarar su mente. Hueso con hueso, el rasgar de sus articulaciones y piel lo mantenía cuerdo.

—¡Yo seré el vencedor, no tú ni Miguel! Ten eso en claro, yo--

—¿No te callas nunca?.

Lucifer se volvió a la voz justo a tiempo para detener el ataque. Estaban de nuevo en esa balada de metal, sudor y sangre. Cada paso era mortal, cada estocada estaba destinada a matarlos.

Adam pateó la rodilla de su contrario dándole ventaja sobre su desequilibrio y con una pequeña daga que guardaba en sus bolsillo apuñaló su estómago.

Lucifer gritó temiendo a la muerte y su hermano golpeó su pecho tirandolo al suelo. La sangre dorada salía a borbotones de su herida y Adam estaba levantado victorioso, al menos hasta que Miguel lo atacó por detrás tomando su cuello.

—Lo siento, hermano, pero me gustaba mi inmunidad.

El aire dejaba de pasar a su muerto cerebro y pronto perdería su conciencia. Lucifer se levantó y con un impulso Adam lo pateó de nuevo en el pecho dándose impulso para que Miguel perdiera el equilibrio y el amarre.

El cazador tomó el brazo de Miguel y lo rompió con la misma facilidad con la que rompió su mano. El arcángel contuvo un alarido y cayó al igual que su hermano.

Adam cortó su palma y dejó que sangre se formara. Camino hasta su hermano y puso esa sangre en su muñeca, las esposas empezaron a formarse y lo encadenó a una mesa auxiliar dejándolo completamente indefenso ante cualquier ataque. Había ganado.

"Matalo o él hará lo mismo".

Los susurros de sus pecados se fusionaron con los de la maldición. Empezó a mover su mano y el dolor le regresó su calma, el silencio de sus pensamientos.

Se giró hacia Lucifer, pero este había desaparecido. Huyó.

—P-Por favor, Natanael, tú no eres así. No me mates, te lo suplico— Adam regresó al arcángel encadenado—. Podremos matar a Lucifer juntos y tener nuestra inmunidad.

—Tienes dos opciones, Miguel: desaparece ahora y vete lejos donde no pueda encontrarte o muere en este momento.

—¡Me iré! ¡lo juro, me iré!.

—Fuera— con un chasquido de sus dedos Miguel desapareció de su vista y también del Infierno.

Pasos lo alertaron, el hedor de los demonios lo alistaron. Estaba con una espada de metal encontrada en una pared y una mano rota, no llegaría lejos.

Escupió la poca sangre que Miguel había logrado sacarle al llegar a ahorcarlo tan repentino. La sangre cayó sobre su daga y la vió tomar un color rojo, el color de los demonios.

La tomó con curiosidad y entonces el rojo se perdió regresando a su color original. Sonrió. Después de tantos años había descubierto la clave de su enigmática espada, era su sangre lo que la convertía en poderosa.

Tomó sus dos pistolas, sacó los cargadores, mordió sus labios sacando sangre y escupió en ellos. Tomaron el color rojo e hizo lo mismo con la otra pistola.

Al levantar la mirada estaba frente a una horda de demonios listos para acabar con él, pero Adam no caería tan fácil. Al final del día, había vencido a dos arcángeles.

Disparó al primer demonio que encontró y la bala roja lo asesinó. La herida entre sus cejas y los ojos sorprendidos fue lo último que vio antes de pasar a los siguientes.

Disparo tras disparo todos los demonios cayeron ante sus balas y precisión. Al acabarse sus dos cartuchos de cada pistola las dejó de lado y con la espada que empapó con su sangre empezó a matarlos.

La chica aladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora