Capítulo 36

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Narrador

Mientras Adam peleaba con sus hermanos, Terence y Pau se enfrentaban contra su propia horda de demonios.

Se había corrido el rumor de que habían intrusos y Pau no había parado de encontrarse con demonios tras demonios.

Siempre había podido escapar gracias a que habían habitaciones donde esconderse, pero ahora era imposible. Era un pasillo que desembocaba en una sala enorme donde los estaban esperando.

Terence sacó la espada con sus brazos temblorosos y Pau se la arrebató de sus manos. Ella se encargaría de hacerlos pasar y él cuidaría su espalda. El chico se sorprendió de su entrenamiento, era diferente al de Adam. Alejaba a todos si alguno estaba cerca lo partía en dos, también usaba sus brazos como escudo y el juego de sus pies era perfecto.

Terence no podía ayudar mucho, no sabía pelear más que lanzar golpes que si acertaban eran mortales, pero el bloquear no era su fuerte. Nada era su fuerte, si alguien quería pelear con él por algún problema ambos eran inexpertos. Este no era el caso.

Cada demonio parecía saber a la perfección lo que hacía, lo esquivaban con tanta facilidad que Terence no se sorprendió cuando atravesaron su corazón. Escuchó el grito de Pau llamando su nombre y luego colapsó en el suelo.

Los demonios se volvieron a ella sin dudarlo, ella retrocedió. Estaba en grandes problemas, sin Terence moviendo sus piernas no podía sacarlos de ahí, además de que era el único que sabía dónde encontrar a Ricardo.

Empezó a congelar sus dedos lista a usar sus poderes, pero se detuvo. Si quería que todo saliera bien no podría sacar a Terence del hielo después de varias horas y no podía dejarlo atrás.

Cuando uno se acercó lo cortó en dos y el resto se alejó como siempre para pensar en su siguiente movimiento.

Maldecía internamente, si usaba sus poderes en ese estado estaría demasiado cansada para buscar a Adam o siquiera escapar a otra habitación. Escuchó gritos detrás de ella y luego un llanto, su piel se erizó y miró el cuerpo inerte de Terence.

Se había dado cuenta del problema en el que estaban, esos demonios estaban ahí para proteger al anticristo de ángeles y aliados. Cosa que ambos eran, pero el anticristo era el menor de sus problemas.

Detrás de esa puerta habría más y más demonios, estaba sin salida. Acorralada. Al menos eso pensó hasta que el ambiente se congeló. Los espejos se llenaron de escarcha a una rapidez que Pau supo que un dragón estaba cerca. Los demonios se giraron detrás de ellos donde la piel de Ricardo estaba llena de las lesiones que se sufría cuando se usaba tu poder sin preparar las escamas.

—Es Schulz, viene por el anticristo ¡en posición!— gritó un demonio, pero no alcanzaron a ponerse en ninguna posición más que a medio caminar cuando Ricardo llevó sus dedos a los labios y dejó salir su hielo.

Todos los de sangre demoníaca se congelaron al instante, Pau se protegió con las escamas e intentó absorber parte del hielo, pero fue casi imposible.

Cuando abrió sus ojos el cuarto estaba congelado junto con todos los que habían intentado meterse en su camino. Pau maldijo al sentir las quemaduras en sus brazos, pero corrió a descongelar a Terence.

Una gruesa capa de hielo lo cubría, endureció su piel y empezó a golpear el hielo. Era la única de sacarlo de ahí. Ricardo solo miraba.

—¿Un poco de ayuda?— dijo la chica fastidiada de la inutilidad del poderoso dragón Schulz.

—Un simple gracias no te mataría ¿o sí?.

—No finjas que lo hiciste por nosotros, porque no me lo creo.

La chica aladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora