Capítulo 29

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Pau

Los regalos pasaban y los dejaban en la gran mesa que estaba frente a mí. Yo no les presentaba atención, miraba directamente a un chico encadenado, del cual sentía su mirada también en mí. Estaba siendo llevado por un hombre mayor y tapaba su rostro con una capa de color negra.

“Su majestad”, no sé porque, pero reaccioné a esa voz.

La persona era un chico como de unos veintitantos, su cabello era rubio y lo tenía a sus hombros, sus ojos eran rojos... como los de un demonio. Él me mira y sonríe, como si viera a través de mí. Tragué saliva debido al sentimiento que me daban sus ojos rojos sangre.

Mi estómago empezó a revolverse y siento ganas de vomitar, sudaba frío y mi pulso cardíaco era tan acelerado que me empezaba a asfixiar. Sentía mi corazón en mi cabeza que no dejaba de palpitar. Tenía dificultades para respirar.

Lo que dijo a continuación hizo que mi sangre se detuviera: “mi perdición y mi salvación es usted: Heredera Arwen”. Me levanto inmediatamente y me alejo de él, escuchaba como mis hermanas y padre me llamaban.

Las ganas de vomitar se hicieron más intensas. “De la tortura más brutal, del hechizo más antiguo... mucho más antiguo que la misma humanidad”. Me echaba para atrás mientras el caminaba hacia mí. “Reina Arwen, dígame...” en menos de un segundo lo tenía justo en mis narices. Sus brazos me tenían pegada a él. Pude ver mejor sus ojos rojos carmesí.

Escuché las armas de los guardias, pero él parecía no importarle. “¿A qué sabe la mezcla de sangre más gloriosa del mundo?”. Alrededor de sus ojos aparecieron venas negras, tenía una pupila roja y alrededor de ella negra. Al parecer de su pupila roja surgían esas venas que sobresalían de su piel.

“¡Arwen!” gritó mi padre, pero el hombre tenía mi muñeca en su nariz. La olía como si se tratase del mejor manjar jamás cocinado. Sonríe y me mira a los ojos.

“Solo una probada de proporciones minúsculas pueden hacer que mi sangre empiece a arder en un intento desesperado de alejarse de la pura sangre de los ángeles... podría morir de un exceso de éxtasis y adrenalina, ya que mi organismo rechazaría la sangre nueva. Sin embargo tu alma logró mantener a ambas rivalidades mezcladas logrando el control total de cada especie con dichas características” cada unas de sus palabras se mezclan con los gritos agonizantes de la tortura sufrida en la mesa. “A pesar de no representar la codicia de mi Padre, represento la Gula y eso no evita que quiera cada gota de tu sangre, por lo que tendrás que avisarme si te dejo seca” se detiene a unos centímetros de mi piel, sus dientes de humano habían sido reemplazados por agujas que parecían sacados de un arrullo para niños. De una pesadilla.

Parpadeo asustada y ya no estaba en el castillo de antes donde me había sentido a salvo.

Abrí los ojos de la oscuridad y solo pude ver un cielo rojo, sangre borboteaba de mi abdomen. No había dolor, de hecho se había esfumado. Tomé aire al sentir que me asfixiaba y tomé la determinación necesaria para levantarme. Mi cabeza retumbaba, me sentía como si no hubiera dormido en días.

—Te juro que si la lastimas...— la voz de Adam me alertó, giré hacia el origen y lo vi.

Su ropa negra estaba llena de sangre, su cabello estaba desordenado, más de lo habitual, y tenía ojeras tan grandes que eran alarmantes.

—No puedes lastimarme, tu espadita está muy lejos de aquí.

Adam estaba frente a un humanoide de piel roja. Era el triple de alto que él, cuatro brazos y un solo ojo, su brazos se deformaban por sus músculos al igual que el resto de su cuerpo, con sus cuatro brazos sostenía una espada de su mismo tamaño. El color negro resplandecía y Adam la veía con desdén.

La chica aladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora