Capítulo 32 - Ana

95 4 0
                                    

Capítulo 32 - Ana

Tengo escalofríos y me duele el pecho, sin duda tengo fiebre. Miro la hora, ya falta poco para que pueda tomar el ibuprofeno. Siento el cuerpo roto y frío, mucho frío. El sueño me invade y me quedo profundamente dormida.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que quiero despertarme, quiero dejar de correr en sueños, de sentir miedo, de huir.
Estoy empapada en sudor, pero no quiero salir de la cama. Me gana el cansancio y el dolor.
Las pesadillas me hacen perder la noción del tiempo. De golpe siento la voz de Damián y dejo de correr.
Me invita a nadar y le pido que nade conmigo. Todo se vuelve confuso, de repente estoy en su pecho recostada, temblando. Puedo escuchar los latidos de su corazón, todo es tan vívido, ¿Estoy soñando? Tengo que estarlo...

Pero a medida que el sueño y el cansancio abandonan por completo mi cuerpo y mi mente, siento el perfume inigualable de él y la calma de su pecho.
No puedo creerlo, es Damián, está acá conmigo.

−Espera Ana, no entres en pánico.

−No entro en pánico. No doy más

¿Por qué entraría en pánico? Mi cuerpo casi no responde, pero aunque lo hiciera, en este momento no iría a ninguna parte. Después de unos minutos los dientes chocan en plena señal de que estoy muerta de frío, así que me levanta y me saca de la bañera. Chorreamos agua, recién ahí me doy cuenta que está completamente vestido. Se metió conmigo en el agua porque se lo pedí en sueños.
Me pide permiso y me saca el camisón. Me invade la vergüenza. Quiero taparme, lo sabe y rápido me envuelve en un toallon. Me seca lento el pelo con una toalla, se toma su tiempo y yo lo disfruto. Es casi paternal. De hecho, creo que nunca nadie me secó el pelo así, ni siquiera estando enferma. Se me cierra la garganta al darme cuenta de eso.
Damián que también esta empapado, se desviste y deja a la vista su erección. No puedo quitarle la vista de encima, supongo que no me lo esperaba.

−Si Ana, siempre que estoy cerca tuyo estoy así. No lo puedo controlar.

Trago saliva y no digo más. Quisiera tener un poquito de su seguridad. Se pone un toallon a la cintura y me alza para llevarme en brazos. Le digo que puedo caminar, pero se enoja y no tengo fuerzas para discutirle, así que lo dejo hacer.
Me deja en la cama y mientras se viste no puedo quitarle la vista de encima. Aun rota como estoy, lo deseo.


− ¿Tu ropa Ana?

¿No pensará vestirme como si fuera una nena no?

−Yo puedo...

Me interrumpe y se acaba la discusión, va a vestirme él. Me pide que me acerque y obedezco, me siento en la punta de la cama, saca despacio el toallon y rápido me pone un remeron, lo agradezco porque además de la vergüenza estoy muerta de frío. Me seca los pies con suavidad y devoción. Me recuerda al día de las fotos en la que hui después de un insignificante masaje de pies. Me pone las medias enormes y calentitas que él eligió. Me pide que me levante y suave sube sus manos por mis muslos y baja la ropa interior mojada. Con la toalla seca mi sexo y tengo que aguantar la respiración para que no sepa cuan vulnerable soy a su contacto. Agarra un culotte seco, y me lo pone con la misma lentitud. Esto es una tortura.


− ¿Dónde está el cepillo?

Tardo un segundo en recomponerme y le respondo.

−En el baño.

Al volver se sienta detrás mío. Me rodea con sus piernas y comienza a cepillarme el pelo. Disfruto tanto de ese pequeño contacto que hasta me asusta un poco.

−¿Ana?

−Aja...

− ¿Te acordás de algo de la última noche juntos?

Por supuesto que me acuerdo, ojalá pudiera borrarlo, pero no.

−Me acuerdo de todo...

− ¿Y de cuando te desmayaste? ¿Te acordas lo que me dijiste?

Había olvidado todo lo que me contó Diego de esa noche. ¡Ay Ana que habrás dicho!

−No me acuerdo, perdón. Está todo muy borroso. ¿Que dije?

−Nada, no te preocupes.

Por suerte estoy muy agotada para preocuparme. Ni bien termina de peinarme me trae un ibuprofeno y logro entregarme a un hermoso sueño profundo. Sin sueños donde corro, me asusto o huyo.

***

Me despierto y la imagen de Damián llena misojos. Lo veo respirar pausado, me muero por acariciarlo, pero no lo hago. Semueve lento y cierro los ojos. Me acaricia, por suerte él no se contuvo.
Me siento mejor, ya no tengo fiebre, pero muerode hambre. Me tapo la boca con la sábana para hablarle y me siento en una peliromántica de hace veinte años.

− ¿Salado o dulce?

Mi estómago pide algo salado, me besa en lafrente y se va. Así que... ¿Sabe cocinar?
Repaso las últimas horas en mi cabeza, lo que meacuerdo en realidad... trato de hacer memoria, ¿Qué le habré dicho?
Me agarra un sentimiento de culpa, ni siquierale pregunté por Diego. Supongo que sí él está acá...Julia está en el hospital.¿Todo tiene que ser así?
Me agarra un ataque de tos, el pecho me duelemenos. Es porque estás con Damián, grita la voz de mi conciencia, perola ignoro rápido.
Llamo a Diego, pero no me atiende. Voy hasta lacocina y Damián me reta, como si tuviera cinco años me manda a la cama.

− ¿Sabes algo de Diego? No me responde mensajesni llamadas...

Su mirada se oscurece.

−Ahora la llamo a Julia, seguro sabe algo.

−Claro...

Lo que pensaba era así, ¿Todo lo hacenintercambiando parejas?

Escapo de la cocina y sigo intentandocomunicarme con Diego, en vano porque el celular suena y suena...
Damián me sorprende abrazándome por la espalda,es un abrazo tan cálido que me estremece.

−Ana por favor, anda a acostarte. Ayer te vi muymal, no quiero ni imaginar que pasaba si no venía.

Me da ternura que se preocupe así por mí, aunqueme parezca que es un exagerado.

−Y no me pongas los ojos en blanco porque noestoy exagerando.

−Pruebo una vez más y me acuesto, ¿sí? Es tarde,¿Tendría que habernos dicho algo no?

Me suelta resignado, mientras marco una vez másel teléfono de Diego. ¡Por fin atiende!

−Die!

−Ana... perdón no puedo hablar.

− Decime rápido como está tu mamá...

−Mejor, no quiere decir quién fue...asique yasabes lo que eso significa.

−Die... por favor. Ahora te necesita, después lamatas a preguntas para saber que pasó, pero ahora necesita de tu compañía.

−Te dejo Ana, espero que estés mejor.

Me cuelga antes de que pueda despedirme o almenos decirle que me siento mejor. Respiro y cuento hasta diez. Trato deponerme en su lugar y comprender por qué está así. Vuelvo a la cocina y Damiánestá apoyado contra la mesada con los ojos cerrados. Diría que casi haciendo lomismo que yo, respirando y contando hasta diez para poder seguir.

Tiene la barba crecida... es tan hermoso. Meacerco, acaricio su mejilla y le pregunto si está bien.
Al abrir los ojos, siento que me desnudacompletamente. Me pregunta por Diego, pero sé que lo hace por compromiso, estáenojado. ¿Que lo puso así?
Quiero ayudarlo a cocinar, pero me manda denuevo a la cama. Me hace tentar de risa, pero me aguanto.
Lo espero acostada en la cama, aprovecho y mepeino un poco, prefiero no verme en el espejo para no deprimirme.
Al llegar trae una bandeja con una tortilla quese ve exquisita, ¿Hay algo que no haga bien?

−Que rico huele Damián, gracias.

Devoro la comida. Damián apenas toca el plato.

−Hey, te fuiste... ¿Dónde estás?

−Perdón, pensaba...cosas...

−Que misterioso... ¿Qué pensabas? Mira que si me mentís me doy cuenta...

−Me aguanto las ganas de hacerte muchas cosasAna. En eso pensaba.

Trago la comida para evitar atragantarme. Deboestar roja, siempre tiene ese efecto en mí.

−Yo también. Pero no podemos, ¿Estamos fuera delas reglas no? Además, me duele todo...

No sé cómo hice para decir todo eso.

−Ana, me haces reír... Por supuesto que mueropor cogerte otra vez, pero no me refería a eso.

¿A qué se refiere entonces? ¡Damián me vas avolver loca!
Finalmente cambia rotundamente de tema y pasamosa hablar de nuestras carreras. Me gusta saber cosas de él, de su pasado. Sabercómo nació su pasión por la fotografía y casi al mismo tiempo como dio paso asu necesidad de controlarlo todo.

Quiero verte bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora