Capítulo 35 - Ana

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Capítulo 35 - Ana

Entro corriendo y llorando a la casa de Lau. Tiro el bolso y me quedo en cuclillas, con la puerta a mi espalda, tratando de recuperarme. Repaso mil veces toda la conversación que leí y el video tratando de buscar el error, tratando de excusarlo, tratando de entender que hizo.

No hay forma de que pueda olvidar esto, la cantidad de mentiras, lo estúpida que me siento.

De un momento a otro se activó una alarma en mi cabeza, ¿Damián sabía de esto? ¡No puedo ser tan tarada, no puedo!

Agarro el teléfono y lo llamo, la rabia hace que todo me tiemble.

−Ana, que hermosa sorpresa.

Casi no dejo que termine la frase y le gritó sin dudar en cuál será la respuesta

− ¿¡Vos sabías todo no!?

− ¿Estás llorando? Ana...

−¿Sabías todo no? ¿Tan estúpida me creen?

−Ana cálmate por favor, ¿Dónde estás? ¿Qué paso?

Ya no le creo más su tono de preocupado, de héroe que quieres rescatarme.

− ¡De Julia y Diego hablo!

Se hace un silencio que confirma mis sospechas y corto. No necesito decir más ni escuchar excusas. Automáticamente empieza a sonar el teléfono, pero no atiendo. Llegan llamadas y mensajes que borro hasta que finalmente vuelve a apagarse por falta de batería y así lo dejo.

La casa de Lau está muy fría y tiene ese olor a cerrado y deshabitado.

Camino por el living que es espacioso. Intento imaginarme mi vida acá. Me dejo caer en el sillón del que vuela polvo y ácaros. Adelante una televisión colgada de la pared me devuelve mi reflejo pálido. Contemplo la nada, sin saber qué hacer. Un sentimiento de soledad me abruma. El timbre suena fuerte y retumba el sonido en toda la casa vacía.

No hay muchas posibilidades. Es Diego, que golpea la puerta una y otra vez, pidiéndome perdón.

− ¡Andate Diego por favor!

Se lo ruego, no puedo con esto ahora. No quiero verlo. Aparece otra voz que reconozco al instante. Es Damián. Lo que me faltaba. ¿Qué hace acá?

− ¿Diego que haces acá? Anda a tu casa.

− ¿Qué haces vos acá? No te di la dirección para que vengas corriendo, esto es entre Ana y yo.

−No vas a solucionar nada así.

Los escucho discutir, ¿Enserio van a hacer esto ahora? Abro la puerta con rabia, tanta que golpea contra la pared y la rompe.

− ¡Basta! ¡Se van los dos porque no los quiero ver! Si en un minuto no se fueron llamo a la policía, ¿¡Está claro!?

Doy un portazo que hace un estruendo que repercute en toda la casa y en mis oídos. A los pocos segundos ya no los escucho, supongo que habrán desistido.

Voy a la cocina, respiro. Cuento hasta diez y me enfoco. Voy a tener que hacer compras porque no hay absolutamente nada. Por suerte en el fondo de una alacena encuentro una botella de vodka, hubiese preferido otra bebida, pero va a servir.

La abro y brindo con la imagen demacrada de mí misma sigue devolviéndome el reflejo de la televisión. El primer trago quema, el segundo y el tercero también, pero llega un momento que ya no siento nada. Es lo que necesitaba, dejar de sentir, al menos por un instante.

***

Me despierto arruinada, con un tremendo dolor de cabeza y náuseas. Despacio vuelven todos los malditos recuerdos a mi cabeza, busco el celular tanteando con la mano el piso hasta encontrarlo. Lo prendo y me refriego los ojos para ver la hora. Literalmente salto del sillón ¡Tengo la clase en una hora!

Por un segundo pienso en cancelarla, pero ya es tarde, quedaría muy mal.

Corro al baño, me meto abajo de la ducha fría, no hay tiempo para prender el calefón, aparte no sé ni cómo se hace. Salgo empapada y me seco con una toalla minúscula. Definitivamente voy a tener que comprar varias cosas. Abro el bolso. Ayer ni se me ocurrió agarrar las cosas de danza, voy a tener que ingeniármelas. Me pongo una remera, le hago un nudo a la cintura y una calza. Daré la clase descalza. Pasar por casa no es una opción.

En un momento de lucidez se me ocurre llamar a Tami que vive cerca para que me preste un parlante. Hace mil años que no hablamos, desde la última clase de yoga antes de que cierren todo. Me olvido de la vergüenza y le mando un mensaje que me responde en el momento.

***Tamiiii perdón que te escriba de golpe, necesito un favor enorme, doy una clase y se me rompió el parlante me prestas el tuyo?***

***Anita, tanto tiempo, claro, ahora estoy en casa si queres venir***

Siempre tan cálida. Extraño un montón sus clases. Agarro el celular que tiene un millón de notificaciones que borro automáticamente, no quiero saber nada de nadie. Salgo rápido para la casa de Tami. En el camino veo un supermercado abierto asique bajo a comprar algo de comida y algo de bebida de la buena y de la no tan buena.

Tami es un sol, es de esas personas que hablan y transmiten paz. Sin hacerme preguntas me da el parlante. La invito a la clase, pero está ocupada con el novio. Siento una pizca de envidia. ¡Cómo extraño mi vida!

...de verdad la extraño? ¿Extraño que Diego me ignore? ¿Que no me tenga en cuenta? ¡Basta de castigarte Ana!

−Hey, Ana... Te fuiste.

Tami me trae de vuelta a la tierra.

−Perdón, volé, estoy con el tiempo justo, ¿Más tarde paso a dejarte el parlante y charlamos?

−Claro que sí y me contas de la clase, a ver si me animo y armo algo parecido, las clases por zoom no son lo mío.

Chocamos puños y me voy.

Trago algo de comida en el auto y voy a la plaza. Hasta ayer estaba tan entusiasmada con la clase, con volver a tener a mis alumnas cerca y poder verlas y hoy siento que lo hago por obligación. ¡Maldito Diego, hasta eso me sacaste! Golpeo fuerte el volante una y otra vez hasta que el dolor me obliga a frenar.

Bajo del auto. Soy un manojo de cosas, voy haciendo equilibrio hasta encontrar una buena zona donde dar la clase y ahí tiro todo. Pongo música y empiezo a entrar en calor mientras las primeras alumnas van llegando, chocamos codos o puños y se van acomodando. Hace frío, pero con el movimiento y la furia que todavía corre adentro mío, no tardo en entrar en calor.

Despacio el mal humor y la tristeza pasan a segundo plano y logro disfrutar un poco de la clase.

Los últimos minutos antes de elongar hacemos un poco de danza libre para practicar lo que estuvimos haciendo durante la última hora. Verlas bailar y liberarse me contagia. Quiero sentir lo mismo, asique me suelto y me sumo a la improvisación. Usando todo el enojo contenido y tratando de liberarlo, hasta que la música termina. Una mirada a mis espaldas me hace voltear. Incluso sin verlo puedo sentirlo cerca, observando a la distancia.

¡¿Porque tenía que venir?!

Me despido de las alumnas y trato de guardar todo lo más rápido posible, para huir de sus garras.

Cuando estoy llegando al auto y creyendo que había logrado mi cometido, lo veo a Damián sentado esperándome.

Lo ignoro, meto las cosas en el baúl y cuando estoy por subirme, tira de mi mano para frenarme.

−Ana, por favor. Hablemos. No te veo bien y me preocupa.

Quiero llorar. Trago la angustia como puedo, me suelto de su contacto porque sé el efecto que genera en mí y me prometí nunca volver a caer.

− ¿Sabes qué? Toda mi vida me escapé de tipos como vos. Que te hacen sentir única y no es más que teatro para poder cogerte. Y ahora, como si eso fuera poco descubrí que, el que yo creía que era el amor de mi vida, es igual a vos.

No se esperaba que le escupa todo eso, me suelta y no vuelve a intentar tocarme.

−Ana, ¿Cogerte? ¿De verdad pensas eso?

Siento que las lágrimas comienzan a brotar y caen por mis mejillas. Sus palabras parecen tan reales, tan sentidas, como si le hubiera dolido lo que dije. Todo este tiempo pensé que era real. Aunque me cueste, todo está claro, no puedo dejar que me eclipse, me subo al auto sin responderle nada y me voy.

Quiero verte bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora