Capítulo 29 -Damián

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Capítulo 29 - Damián

Dejo a Julia en el hospital donde esta Diego. Es el mismo donde estuvo su tía hace poco asique ya la conocen.
Julia entra un minuto y sale para darme las llaves de la casa de ellos.

− ¿Cómo está?

− Irreconocible.

− ¿Me avisas cualquier cosa?

−Si, quédate tranquilo. Avísame como sigue Ana.

Paso por una farmacia y un supermercado. Me lleno de provisiones porque no pienso dejar a Ana sola ni un segundo. Esta última sensación, la de querer cuidarla y no soltarla, se hace cada vez más presente y la incertidumbre de no saber a dónde nos conduce todo esto me vuelve loco.

Llego a la casa de Ana, -de ellos Damián, de ellos- entro despacio, todo está apagado. Viven tan distinto a nosotros, la casa es muy chica en comparación a la nuestra, pero tiene algo tan acogedor, algo tan de hogar, que inmediatamente hace que me sienta cómodo. No escucho nada, supongo que debe estar durmiendo. Acomodo rápido las cosas en la cocina y busco la habitación, no quiero asustarla asique entro despacio.
Debajo de una bola de acolchados, veo apenas un poco de pelo.
Me siento al costado de la cama y la voy destapando lento. Está en posición fetal, temblando y completamente empapada en sudor.
Me quiebra verla así, trato de despertarla, pero no tengo suerte. Apenas balbucea algunas palabras que no entiendo. Busco en las cosas de la farmacia el termómetro, se lo pongo, y está volando de fiebre.

−Ana, por favor, despertate, ¿A qué hora tomaste el último ibuprofeno?

− ¿Damián, otra vez estoy soñando con vos?? – los dientes repiquetean una y otra vez por el frío que le provoca la fiebre-.

−No Ana estoy acá, ayúdame por favor.

Sigue balbuceando mi nombre y cada vez me siento más y más culpable.
Otra vez recurro a Julio.

− ¿Damián, todo bien?

−Es Ana, está volando de fiebre no puedo despertarla. No sé qué hacer.

Creo que solo una vez me escuchó tan desesperado.


−Calmate, ¿Sabes si tomo algún antitérmico?


−No, le pregunto, pero no me responde, no sé si tomo ni cuanto, nada.

−Hagamos una cosa, si la fiebre es muy alta ponele paños fríos, o que se dé un baño fresco, y después dale ibuprofeno o Aspirina lo que tengas ahí. Si en dos horas no está mejor me llamas y voy.

−Gracias Julio.

−No me agradezcas. Una cosa más, después que espere al menos 8 hs para repetir toma de antitérmico sino le va a destrozar el estómago.

Le agradezco una vez más y cuelgo.

Voy a la cocina, busco un plato hondo y hielo y voy al baño para buscar una toalla para poder hacerle paños fríos. Me acuerdo de la foto que Ana le mando a Julia, llena de espuma disfrutando de nuestro regalo. Pasó una eternidad, jamás hubiese pensado estar hoy acá.
Dejo todas las cosas y decido llenar la bañadera con agua tibia. Es de las antiguas que son enormes, va a tardar una eternidad en llenarse, pero estoy seguro de que va a ser la mejor opción. Ella lo hizo por Diego. Borro de inmediato esa idea.
Vuelvo a la habitación, Ana sigue exactamente igual a cómo la dejé hace dos minutos.

−Ana, mi amor... vamos a bajarte esa fiebre.

Ahí están de nuevo esas palabras que brotan sin permiso. Da igual, por suerte no va a recordar nada de esto.
Le saco hasta la última manta que estaba cubriéndola. Tiene puesto una especie de camisón blanco. Suspiro para concentrarme, toda ella es tan hermosa. La alzo en brazos y la llevo al baño.

−Ana, te voy a meter en la bañadera, no te asustes el agua está tibia.

Me arrodillo y la meto despacio en la bañadera pero no me suelta.

− ¿Damián, es un sueño?

−Si, estás soñando...pero tenes que entrar al agua, vamos...

−Vení conmigo entonces, por favor...

Está temblando y su voz se quiebra al pedírmelo. Me saco las zapatillas y entramos juntos, no me importa empaparme.
Está sobre mi pecho, hecha un bollito al igual que en la cama, pero cubierta de agua. Parece diminuta en esa posición, puedo rodearle todo el cuerpo con mis brazos.

−Pronto vas a sentirte mejor... -Acaricio su pelo y su espalda-.

−Me gustan estos sueños en los que no corro ni tengo miedo...

Que es Ana eso que tanto te aterra ¿Soy yo?


− ¿Me vas a contar que es aquello que te pasó que te duele tanto?

Está a punto de hablar y le pongo los dedos sobre sus labios. No puedo aprovecharme así.

−Ya habrá tiempo para que me lo cuentes.

Asiente con la cabeza y vuelvo a envolverla con mis brazos, el tiempo parece detenerse.

− ¿Damián?

−Si Ana...

− ¿Estás acá de verdad?

Su pregunta me hace reír y eso la hace saltar de mi pecho.

−Perdón, sí, estoy acá de verdad.

Me mira, está un poco mejor y me parece que ahora sí está despierta.

−Por favor, no entres en pánico.

−No entro en pánico. No doy más.

Vuelve a recostarse en mi pecho y evidentemente no da más, no tiene fuerza ni para discutirme.

−Te voy a sacar del agua...

Con apenas un gemido me dice que sí. Salimos chorreando agua de nuestra ropa y empapamos todo el piso del baño.
Estamos de frente, le pido permiso y tomo el camisón y lo subo lento para sacarlo por la cabeza, dejando sus pechos libres. Trago saliva, agarro un toallon y la envuelvo. Despacio seco su pelo con otra toalla, Ana cierra los ojos disfrutando de la sensación.
Me alejo un poco, me saco la remera, el pantalón y el boxer. Y me seco yo también. La mirada de Ana se clava en mi erección.

−Si, siempre que estoy cerca tuyo estoy así. No lo puedo controlar.

Se queda congelada. Me envuelvo una toalla a la cintura y la alzo para llevarla a la cama.

− ¿Puedo caminar sabes?

−Hasta hace media hora no podías hilar dos palabras, no me hagas enojar.

La dejo en la cama y le pregunto dónde está la ropa de Diego, me señala una puerta de un ropero de pared.
Encuentro un jogging gris y una remera negra y me los pongo.

− ¿Tu ropa Ana?

−Yo puedo...

La interrumpo rápido.

−Voy a vestirte. ¿Dónde está tu ropa?

No soy tan malvado para sacarle sus secretos en este estado, pero ya que no tiene ánimos de discutir pienso aprovecharme un poquito.
Me señala la otra puerta del ropero.
De una cajonera saco un culotte y un par de medias y de una pila de ropa un remeron de manga larga.

−Acercate por favor.

Se sienta en la punta de la cama, le saco despacio el toallon y le pongo el remeron para que no sienta frío. Seco sus pies y le pongo medias. Le pido que se levante y lo hace inmediatamente, subo mis manos acariciando sus muslos. Tomo la ropa interior mojada y la bajo. Ambos tenemos la respiración entre cortada. Mirándola a los ojos agarro la toalla y la froto en su sexo. No es un acto guarro, es tierno y delicado. Agarro el culotte seco y le indico que levante un pie y después el otro. Lo subo, y con mis brazos sube el remeron y el perfume de su cuerpo me enloquece una vez más.

− ¿Dónde está el cepillo?

Ana, traga saliva y me responde.

−En el baño.

Voy hasta el baño y lo encuentro rápido. Le pido que se siente y yo me siento detrás rodeándola con mis piernas. Despacio empiezo a peinarla, no quiero que le duela.

− ¿Ana?

− Aja...

− ¿Te acordás de algo de la última noche juntos?

−Me acuerdo de todo...

− Y de cuando te desmayaste, ¿Te acordas lo que me dijiste?

Se hace un largo silencio.

−No, perdón. Está todo muy borroso. ¿Que dije?

−Nada, no te preocupes.

Termino de peinarla, la ayudo a recostarse y voy a buscar el ibuprofeno que compré. Le llevo un vaso de agua para que lo tome, cambio las sábanas y después de hacerlo se acuesta y se duerme al instante.
Me recuesto a su lado. ¿Se terminará todo lo que siento cuando descubra aquel misterio que la rodea, o en realidad es sólo una excusa?

Quiero verte bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora