Capítulo 18 - Ana

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Capítulo 18 - Ana

No pude dormir en toda la noche. Me miro en el espejo y estoy ojerosa. ¿Y si les digo que me siento mal? Diego sabría que es mentira...se me cae el alma al piso. ¿Por qué aceptamos esto?
Sé que no va a pasar nada, que es una cena o al menos trato de convencerme de eso. Pero en el fondo siento que es una apuesta muy grande. Lau se quedó un poco preocupada. Ella apoya todas las locuras, pero esta vez realmente me transmitió inseguridad. Que después de nuestra llamada, me mate a mensajes, no colaboró en lo más mínimo.
Me lavo los dientes e igual que toda la noche sigo dándole vueltas al asunto, tratando de saber qué es lo que más me asusta.
Desayunamos juntos en el jardín, hoy no hace tanto frío...el cielo está celeste, hermoso, no hay ni una nube. Ambos esquivamos el tema, hablamos de otras cosas, de la pandemia, del mundo, nos reímos... disfrutamos, nos abrazamos.
Suena el teléfono de Diego, me da un beso rápido y se va a trabajar. Me quedo envuelta en la frazada hasta que el frío me hace temblar.
Preparo una ducha de agua caliente y el recuerdo de Damian viene a mí una y otra vez. Me enojo, se me cae el shampoo y el envase se parte. Junto todo el enchastre y lo dejo en un costado para terminar de bañarme. Al salir todo fue muy rápido. Me resbalo, me agarro de la cortina y tiro todo, incluida yo. ¡Ouch!
Diego entra corriendo.

−¡Ana!

−¡¡¡Duele, duele, duele!!!

Me ayuda a sentarme, me revisa la cabeza, el cuello, la espalda...

−La muñeca Die, creo que me la quebré.

−Amor, ¿Qué pasó?

−Se rompió el shampoo y me patiné.

−Vamos al hospital a qué te vean la muñeca.

−¿Te parece?

Trato de mover la mano y el dolor es tan fuerte que tengo que morderme los labios.

−Ok, si, vamos.

Diego me ayuda a ponerme la ropa. El dolor cedió bastante, pero la muñeca está el doble de tamaño que lo normal, y un poco negra... quiero llorar, me siento una estúpida.

El hospital es feo siempre, pero ahora es peor. Te hacen preguntas al ingresar, te toman la fiebre, a Diego no lo dejaron pasar... en fin. Tuve suerte y en la guardia de traumatología solo había un chico y yo.
Me atendió una doctora, bastante corta de palabra. Me reviso, me dijo que la saqué barata, que fue un esguince, le expliqué que me dolía mucho y que más tarde tenía clase. Me ofreció una inyección de cortisona para ayudar a que se desinflame más rápido cosa que acepté, por supuesto. Mientras la esperaba, volví a sentir ese vacío adentro mío esas ganas de llorar, esa soledad.
Cuando salí, abracé fuerte a Diego. Creo que hasta lo deje sin respiración. Y por fin pude descifrar qué és ese nudo en el estómago que me persigue desde aquel día. Es la sensación de soledad constante, incluso estando acompañada está ahí, no se borra con nada.

Cuando llegamos fui directo a la cama. Me esguince la muñeca y ahí estaba yo, como si me hubieran pegado un balazo.

Diego se sienta al lado mío y me da una bolsita con una muñequera. ¿En qué momento la compro?
El atento y preocupado Diego me gusta más que el de hace unas semanas atrás.

−Gracias.

− ¿Queres que suspendamos lo de esta noche?

¡Esta noche! De golpe tengo la excusa perfecta para no ir... y eso me hace sentir peor. Soy la gata flora, ya lo sé. Ahora que sé que puedo cancelar me doy cuenta que no quiero.

−Vamos... Es una cena, ¿No? acá o en otra casa voy a tener que cenar.

Diego me sonríe y ahí está de nuevo esa mirada. Creo que, si hubiera aceptado quedarnos en casa, no estaría tan contento.

***

Me miro al espejo tratando de reconocerme. Me maquillo un poco, el pelo es un desastre. Me hago una cola alta y listo.
Como si el pelo revuelto fuera el problema...
Entra Diego al baño, está vestido con una camisa y un jean. Tiene esa chispa en la mirada de cuando vas a hacer algo que te gusta, pero te da nervios.

− ¿Llevamos tinto o blanco?

−Tinto.

− ¿Estás lista?

− ¡Estoy en pijama Diego!

Riéndose me pide perdón y yo quiero estrangularlo.

No quiero darle vueltas a la ropa, no es una cita. Me pongo un jean, botas, y me abrigo, porque hace frío.
En otra ocasión hubiera elegido algo corto, o escotado... hoy más que nunca no quiero llamar la atención.

En el camino prácticamente no hablamos. Estamos tensos, es evidente. Cuando llegamos sólo nos miramos para asegurarnos que estamos juntos en esto.

− ¿El timbre?

Me río, me acuerdo de que yo tampoco lo encontré cuando vine hace dos semanas atrás. ¿Solo dos semanas pasaron?
Agarro el celular y escribo en nuestro tan poco convencional grupo de WhatsApp.

***¡Ring!***

A los pocos minutos se abre la puerta reja y más adelante nos recibe Julia. Por supuesto ella está completamente montada. Hermosa como siempre, con una pollera y media negras, una camisa con varios botones desabrochados, lo justo para ver un fragmento de su corpiño negro de encaje. Poco maquillaje, la verdad es que no lo necesita, y el pelo rubio suelto y alborotado. Así debe sentirse la libertad.

−Que alegría que estén acá. Hace más de diez días que estamos guardados, pueden sacarse el barbijo tranquilamente, yo solo visito a mi tía y Dami no salió de casa.

Ambos agradecemos y entramos. Estar sin cubre bocas me ayuda a no hiperventilarme.
Le pregunto a Julia por su tía, y me cuenta que está sola y que la adora. Por ella canceló todos los trabajos que requerían reuniones o visitas, al menos por ahora. Cuando habla de su tía deja de ser una diosa todo terreno, le cambia la mirada, la voz...
A medida que vamos ingresando, nos vamos sacando la ropa. Camperas, bufandas... hace mucho calor acá adentro.
Llegamos a la enorme sala. Julia nos invita a sentarnos, Diego le da el vino y por el costado aparece Damián, que me hace pegar un salto. No lo esperaba.

−Perdón, no quise asustarte. -Sonríe y ahí están esos colmillos otra vez- ¿Cómo están?

Estrecha mi mano y la de Diego, trata de mantener distancia. Me confunde. No sé si lo entiendo.
Toma el vino de las manos de Julia y se aleja.
−De esto me ocupo yo, ya vuelvo.

La sala es enorme, el sillón donde estamos sentados es enorme, todo es enorme. Frente al sillón hay una hermosa chimenea encendida. Eso explica el calor que hace acá. Tengo puesto un poleron grueso y abajo una camiseta de esas de "entrecasa". Estoy transpirando, pero no puedo sacarme nada más.
Vuelve Damián con cuatro copas y el vino.

−Creo que podríamos brindar, por una larga y buena amistad.

Tomamos una copa, sonreímos, en mi caso de forma automática, y las chocamos en ronda. Tengo mucha sed asique no me doy cuenta y tomo todo el vino sin pausa. Julia y Diego charlan, pero se ve que me perdí de algo porque no tengo idea de que hablan. Damián me mira fijo, es el único que se da cuenta que estoy incómoda. Necesito refrescarme urgente.

−¿El baño?

Julia se levanta y me muestra el camino. Es como un pequeño laberinto.
Cuando encuentro el baño entro rápido y le pongo el pestillo. Como si me estuviera escapando. Me saco el poleron y automáticamente una bocanada de aire fresco me vuelve a la vida. ¡¿Quién me mandó a ponerme esto?! Eso es por querer hacerte la recatada, me grita la voz de mi conciencia.
Me miro en el espejo, efectivamente la camiseta está manchada. A mi sola se me ocurre vestirme así. Decido sacarmela y la guardo en la cartera. Reviso el baño buscando desodorante y encuentro el perfume de Damián. Lo huelo y es como si él estuviera acá. Por un segundo disfruto del aroma, pero enseguida me pongo un poco y lo dejo en su lugar. Me vuelvo a poner el poleron sobre el corpiño y salgo.
Cierro la puerta, apoyo mi cabeza en ella y el calor vuelve a brotar, el perfume no ayuda...

− ¿Necesitas algo Ana?

Salto del susto otra vez, es Damián. Voy a regalarle un cascabel.

−No, estoy bien.

− ¿Segura? Estas colorada... ¿Te sentís bien?

Despacio se fue acercando, y si... con él cerca, el calor era cada vez más insoportable.

−Si, si. Creo que vine muy abrigada.

−Eso se soluciona rápido, te sacas la ropa y listo.

Trago saliva.

−El problema es que no tengo nada abajo.

Me mira serio.

−Ese no es un problema Ana, al contrario.

Se acerca cada vez más, nuestros rostros están a punto de rozarse.
Me separo y huyo.

−Deben estar esperándonos. -Creo que la voz me tiembla-.

−Tenes razón, vamos. Por cierto, que rico perfume.

Quiero verte bailarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora