29. Elena Kane

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Cuando abrí los ojos, me pellizqué el brazo (ya lo sé, algo estúpido) para comprobar que no estaba soñando. Entonces intenté rememorar. ¿Cuántas veces me había librado del frío abrazo de la Muerte?

Aquella vez con Quíone... Bueno, eso no fue para tanto. No habría muerto, solo me habría convertido en hielo sólido para siempre. Esa no contaba. Pero el mechón blanco que tenía en la parte izquierda de la cabeza me haría recordar aquel encuentro.

La flecha en el corazón, esa sí que contaba. No sé quién me la lanzó (aunque sí me imagino el por qué), pero me dejó en una especie de tierra de nadie entre la Vida y la Muerte.

El jopesh de Set atravesándome el estómago...

Espera, ¿cuánto tiempo ha pasado desde entonces? Miré hacia abajo y comprobé, con alivio, que ya no llevaba aquel vestido egipcio, sino mi atuendo normal. Pero al mirar a mi alrededor, casi ahogo un grito.

En una mesilla cercana a mi cama, la pulsera de Guardiana estaba destrozada.

-Mierda - mascullé.

La cogí con cuidado y la examiné. El amuleto estaba partido en muchos trozos diminutos (que hicieron que me preguntara cómo habían conseguido recogerlos todos) y los eslabones de la cadena estaban rotos por la mitad y humeaban.

La volví a dejar en la mesilla y me senté en el borde de la cama, ocultando la cara entre las manos. Pero eso solo duró un instante. Fui a levantarme de la cama, pero un dolor agudo me obligó a sentarme.

-Me he torcido el tobillo - supuse, masajeándomelo - A ver si puedo...

Me lo agarré con ambas manos y, con un rápido y brusco movimiento, me lo coloqué derecho como mejor pude.

-Ay.

Quise hacer el experimento. Me puse de pie. El tobillo se había curado... Más o menos.

Caminando con cuidado (por si acaso), me acerqué a la puerta. Y cuando fui a abrirla, oí voces. Pegué el oído a la hoja de madera y escuché.

- ...lo que han hecho - dijo una voz masculina.

- A la larga, será demasiado evidente lo que ha ocurrido - replicó una voz familiar. Era Anubis. El verdadero Anubis - ¿Cómo pudieron ser tan estúpidos? Ahora es más fuerte que nunca.

-Yo ya no sé - volvió a hablar el otro - si lo hicieron a propósito, o si fueron tan ingenuos como para pensar que la matarían. Lo único que han hecho ha sido derramar su sangre mortal.

Entonces, me vino a la cabeza algo que me dijo mi madre cuando descubrí todo aquel lío de magos, dioses, semidioses.

"Casi toda tu sangre es divina, solo un poco se "contagió" de sangre mortal. Eso impide que seas una diosa."

-No... - murmuré - No puede ser.

Me fijé bien y vi que me envolvía una brillante aura plateada. Ahora era una diosa. Una maldita diosa.

-¿Cómo crees que se lo tomará, Julius? - habló una tercera voz.

-No lo sé, Amos - dijo casi con resignación el primero - Llevo unos 11 años sin verla y no la conozco mejor que tú.

-¿Y la espada? - preguntó Anubis.

-Ya has oído a Hefesto: solo ella puede tocarla sin que su poder la abrase por completo. Es un arma hecha para un dios. Concretamente, para ella.

-¿Y lo de su madre? - volvió a preguntar Anubis.

Rápidamente, me puse a la defensiva. ¿Qué pasaba con mi madre? ¿No estaría...? Ni siquiera tuve valor para pensar en aquella palabra. No hasta que se confirmaran mis sospechas.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora