25. Andrómeda Jackson

551 49 0
                                    

Vi con mis propios ojos cómo la espada curva de Set atravesaba el estómago de Elena, pero no quería aceptarlo.

Cuando Sadie nos anunció que había una ligera posibilidad de salvar a Elena, todos empezamos a gritar de alegría. Pero Carter nos apagó la ilusión cuando nos dijo que había que elegir entre salvar a Elena o al mundo.

-¿Por qué? - gemí - ¿No podemos hacer las dos cosas?

- No - suspiró Carter - La entrada al Inframundo (o al menos eso dice Nico) está en Los Ángeles y tendríamos que dar la vuelta hasta casi volver a Nueva York. Habríamos llegado hasta aquí para nada. Sin contar el hecho de que tendríamos que encontrar a Elena en la inmensidad del Inframundo...

-¿Y no podemos llegar al Inframundo de otra forma? - insistió Leo.

-Muriéndote - masculló Nico.

Le lancé una mirada fulminante y apoyé la frente en la mesa.

-¿Y qué hacemos? - preguntó Hazel.

- Lo someteremos a votación - propuso Jason - ¿Quién quiere salvar al mundo?

Para mi asombro y placer, nadie levantó la mano.

-¿Quién quiere salvar a Elena? - probó Nico.

Las manos de todos los presentes se alzaron en el aire.

-Leo, da la vuelta - ordenó Jose - Nos vamos a Los Ángeles.

-Estamos quebrantando una profecía - observó Annabeth - ¿Sabéis lo grave que es eso?

-No será tan grave, ¿no? - dijo Percy

-¿Sabes si tu padre fulmina a los que quebrantan una profecía, Jose? - bromeó Leo.

-Creo que no - Jose se encogió de hombros.

- Pues vamos - instó Lenorme n una sonrisa en los labios - Estamos aquí de cháchara y al final no vamos a hacer ni una cosa ni otra.

Yo, que había estado todo el rato en silencio con Carter en un rincón, me acerqué a la borda y cerré los ojos, disfrutando el olor a sal y las gotas de agua que salpicaban la olas que acababan sobre mi cara o mis brazos. Aún había que arreglar los motores para que el Argo II volviera a flotar, de modo que estaríamos ahí un buen rato.

Entonces, al ver mentalmente las coordenadas, di un respingo.

-No, no, no... - repetía en voz baja - Por favor, que me esté equivocando, por favor...

Pero sabía que era imposible. A la hora de saber la localización en el mar, los hijos de Poseidón éramos mejor que una brújula.

-¡Leo, date prisa por ahí abajo, por favor! - grité - ¡Tenemos que irnos ya!

-Tranquila, Andy - Carter posó su mano sobre mi hombro - Ya sé que tienes ganas de volver a ver a Elena, pero...

-¡No es por eso! - chillé, histérica, liberándome de su agarre. Ahora todos me miraban, hasta Leo había subido a ver qué pasaba - ¡Estamos en peligro!

-¿Por qué? - preguntó mi hermano.

-¡Las coordenadas! - supliqué, agarrando a Percy por los brazos - ¡Comprueba las coordenadas!

Cerró los ojos un segundo y cuando volvió a abrirlos, tenían un color verde mar oscuro, el color que se colaba en nuestros ojos cuando estábamos enfadados... o asustados. En esta ocasión, era la segunda.

-¿Percy? - llamó Annabeth, preocupada.

-¡30, 31, 75, 12! - chilló él.

-¿Qué? - preguntó Sadie, alzando una ceja.

-¡30, 31, 75, 12! - repetí, histérica.

-¿Pero qué pasa con esas coordenadas? - volvió a intervenir Sadie.

-¡Tierra! - anunció Hazel, señalando una isla - ¡Leo, acércate!

El chico se acercó al timón y programó la máxima velocidad. El barco salió disparado como un cohete.

-¡No! - vociferó Annabeth - ¡Leo, da la vuelta!

Él pegó un frenazo y las miró respectivamente. Estábamos a unos dos metros escasos de la costa.

-¿A quién le hago caso? - murmuró.

- ¡A Annabeth! - gritamos mi hermano y yo, desesperados.

-¿¡Pero qué os ha dado a los tres con esa maldita isla!? - Sadie estaba roja como un tomate de tanto gritar.

- ¡Es la guarida de Polifemo! - Annabeth gritó tan fuerte que algunas de las enormes gaviotas que había allí echaron a volar.

Todos se quedaron en silencio, pero se pusieron de acuerdo a la hora de gritar:

- ¡Leo, da la vuelta!

Él, rápido como un rayo, puso en mando en posición horizontal.

Pero el barco no se movió.

Oímos una risotada grave y profunda a nuestras espaldas.

Al darnos la vuelta, vimos al cíclope. Polifemo era alto como una montaña (medía más de veinte metros), con dos cortinas de grasiento pelo marrón enmarcándole la horrenda cara, que parecía estar esculpida burdamente en piedra. Un enorme ojo rojo inyectado en sangre nos miraba fijamente.

-Bueno, bueno, mestizos - dijo con un vozarrón que me hizo temblar - Habéis llegado a tiempo para la cena.

Levantó el Argo II sin apenas esfuerzo y lo llevó dentro de una cueva enorme con pieles en el suelo, queso en las estanterías y (algo que me provocó escalofríos) millones de huesos humanos apilados en un rincón.

Nos llevó al lado de una enorme chimenea y dejó el barco en la repisa. Cogió una enorme jaula sin apenas espacio entre los barrotes y la colgó justo al lado del hogar del fuego. Dirigió su enorme ojo hacia nosotros y, aunque intentamos separarnos y escondernos, nos pescó a los trece limpiamente. Sopló dentro de la jaula para quitar el polvo y nos metió dentro.

-Y para que no se os pase por la cabeza escapar...

De una de las estanterías, cogió una botella enorme (aunque supongo que para él sería una botellita) y se vació el contenido en la mano. Algo parecido a purpurina negra mezclada con humo brillaba de una forma inquietamente siniestra. Polifemo sopló el polvo hacia nosotros.

Empecé a tener sueño.

Mucho sueño.

Muchísimo sueño.

Entonces, al igual que los demás, me derrumbé en el suelo con los ojos cerrados.

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora